Tres libros recogen lo que en literatura infantil ha escrito Adalberto Agudelo Duque: Javier Carbonero (1997), Quicagua (2017) y Cuentos de la montaña (2018). Debo decir que leer estos libros del escritor caldense fue para mí una revelación. ¡Qué arte literario el que hay en estas páginas! ¡Qué prosa tan bien lograda, qué brillo en las oraciones, qué calidad narrativa!
Lo primero para destacar de estos cuentos para niños es la calidad del lenguaje. La verdad, me llevé la más grata de las sorpresas al leerlos. No exagero si digo que por momentos me parecía estar leyendo un cuento de Hans Christian Andersen, de Jairo Aníbal Niño o de Charles Perrault. Por la imaginación desbordada, por las historias narradas, por la belleza del lenguaje, Agudelo Duque alcanza en estos tres libros una excelsa creación literaria.
“La imaginación, una vez desatada, es un vuelo que no se detiene”, escribió el novelista Fernando Soto Aparicio. Esto le sucede a Adalberto Agudelo Duque. Hace volar su imaginación cuando está escribiendo para los niños. Leer los tres libros mencionados es descubrir a un escritor que se entrega con pasión al arte de escribir historias llenas de fantasía. El autor caldense, reconocido por los premios literarios que ha ganado en diferentes concursos nacionales, llega a los cuentos infantiles con “una imaginación luciferina”, para utilizar las palabras de Mario Vargas Llosa cuando leyó Cien años de soledad. Los personajes son niños que se roban el alma del lector por la inocencia que hay en sus actos, por las dificultades que a veces enfrentan, por la ternura con que se expresan.
Adalberto Agudelo Duque tiene la capacidad intelectual para acomodarse, en sus narraciones infantiles, a la psicología del niño, a su forma mágica de ver la vida, a su capacidad de asombro. Su imaginación le permite crear historias donde los niños demuestran su amor hacia los animales, su preocupación por la naturaleza y su emoción por las aventuras exóticas. Javier Carbonero es un niño que recogió un gorrión afrechero moribundo, para tratar de salvarlo. Y lo consigue. Un día sale de su casa para buscar cómo lograrlo. Una salamandra que salió del fuego cuando en la cocina la abuela preparaba el café le dijo que, para hacerlo, debía encontrar la perla del fuego, que tiene el poder “de hacerlo invisible en un momento preciso”, la única que le permitiría curar al gorrión. Y el niño la encontró.
Todos los escritores manejan un lenguaje tierno para sensibilizar a los niños. Adalberto Agudelo lo hace y lo trabaja con flexibilidad.
En el libro Quicagua hay un cuento hermoso: Los tres deseos. Es la historia de un niño llamado Oscar, que vende periódicos. Un día se encuentra en la calle, entre libros que han sacado de una casa, una vieja agenda. Al abrirla, ve en su interior un lápiz; al tocarlo, escucha cuando le dice: “Me llamo Eugenio y soy un genio”. Lleva la agenda hasta la casa y, por un tiempo, se olvida de ella. Hasta que un domingo la vuelve a tomar en sus manos. El lápiz brillaba con una luz intensa. Entonces le pide que lo use. “Me hicieron para escribir y hace un siglo que no escribo una a”, le dijo. Al tocarle el borrador, el lápiz se convierte en un hombre, y le dice que está ahí para hacerle realidad tres deseos. El genio le dice que le pida lo que quiera. El niño le propone que lo convierta en genio como él.
Uno de los cuentos infantiles más hermosos de Adalberto Agudelo Duque se encuentra en el libro Cuentos de la montaña, se titula Shembalah. Es una historia muy bien contada. Un grupo de niños se pone a jugar canicas. Para hacerlo, realizan una cuidadosa selección de las bolas de cristal. Las ponen en las palmas de sus manos y calculan su peso. Elco, uno de los niños, es experto en escogerlas, y el que más sabe jugar. Pero falla cuando ve a una niña que se llama Shembalah. Se desconcentra, se pone nervioso y hasta pierde el turno. Ella se propuso guardar en una cajita de metal cuanta moneda cayera a sus manos. Un día la cajita se le pierde. Y es Elco, su enamorado, el que la encuentra. Estaba enterrada en el espacio que quedaba entre un brevo, un guayabo y un limonar.
En el cuento Los tres deseos el genio del lápiz entabla un diálogo con Oscar sobre las cosas que puede ofrecerle. Como uno de los sueños del niño es regalarle una casa grande a su mamá, Eugenio le muestra una que tiene jardines, fuentes de agua y comedores repletos de manjares. Pero Oscar le dice que no acepta porque quiere regalársela con su trabajo. Le ofrece riquezas. Y la pieza se llena de joyas, piedras preciosas, monedas, títulos de propiedad. Oscar lo rechaza diciéndole: “¿Yo para qué quiero todo eso?”. El niño le dice no a todo lo que le ofrece. Cuando la mamá entra a la casa, se sorprende con la luz que hay en su interior. Mira al niño y él le cuenta que está hablando con Eugenio, el genio del lápiz. Entonces le dice que debe pedirle tres deseos, es cuando Oscar le pide que le conceda ser un genio.
El final del cuento Shembalah es perfecto. Adalberto Agudelo sabe manejar la tensión cuando de narrar sorpresas se trata y más si son cuentos para niños. Cuando Elco abrió el cofre donde la muchacha guardaba las monedas, “salió algo así como una nube, un pedacito de niebla blanca y espesa con la forma y el tamaño de una naranja. Y se consumió en la llama subiendo al cielo en una delgada columna de humo casi transparente”. Estas líneas del último párrafo del cuento muestran la calidad de la narrativa infantil de Agudelo Duque. Que se confirma en el cuento La flauta de bambú, donde una culebra le pide a Javier Carbonero no tocar ese instrumento. Prosa exquisita, construida con los recursos de la poesía, que encanta a los niños, es lo que hay en los veintitrés cuentos que conforman estos libros.
Todos los escritores manejan un lenguaje tierno para sensibilizar a los niños. Adalberto Agudelo lo hace y lo trabaja con flexibilidad. En el cuento El Mago, historia sobre un circo que desaparece en un pueblo, están los elementos creativos que llaman la atención de ellos. El escritor le da vida a personajes que les tocan el corazón, que les llenan el alma con su lenguaje pleno de ternura, que les transmite alegría cuando los leen. Esas historias donde aparecen espadas que hablan, monstruos que salen del agua, serpientes que tienen alas, cometas que llevan mensajes de amor y magos que tienen el poder de encantar con sus trucos tienen fuerza argumental para seducirlos. En estos libros, Adalberto Agudelo les despierta sueños, les abre horizontes y les enseña un mundo construido para ellos.
JOSÉ MIGUEL ALZATE