Ni los gobernadores que volvieron a poner de moda la expresión ‘Libertad y Orden’ son unos golpistas paramilitares, ni los dos o tres que se abstuvieron de impulsar la tendencia son unos guerrilleros cómplices del crimen. ¡Qué manía, la nuestra, de reducir las discusiones de fondo a descalificaciones ramplonas, simplemente porque otros piensan diferente! O peor aún: qué nefasta costumbre la de ver teorías conspirativas en cada cosa que se dice o se hace en este país.
No creo que el gobernador del Meta o la gobernadora del Atlántico o el del Quindío, que ahora preside la Federación de Departamentos, estuvieran aliados con las ‘fuerzas oscuras y desestabilizadoras’ para ver cómo, con una tendencia de Twitter, tumbaban al Presidente de la república. Tampoco veo a los que no acogieron ese llamado convocando al ‘clan del Golfo’ para ver cómo organizaban un contragolpe, pero no faltaron quienes lo insinuaron, de uno y otro lado, porque no pueden vivir sin la pugnacidad y porque les queda grande subsistir sin crear todo el tiempo enemigos que alimenten su discurso.
Los gobernadores han hablado, y por supuesto que las dos palabras que escogieron para viralizar las redes tienen un mensaje de fondo. Los líderes regionales le han planteado al Gobierno Nacional la necesidad de recuperar el sentido de autoridad en sus territorios, desde el orden, y le han dicho a la sociedad que solo mediante el respeto a la ley podremos garantizar la libertad de todos. Su expresión es, en ese sentido, tan simple como poderosa, pero claro, no podía dejar de aparecer el ‘Bogotá-centrismo’ que, definitivamente, nubla la empatía.
Los gobernadores hablaron con la legitimidad que les da vivir todos los días situaciones que escapan al entendimiento del país político y que solo pueden entenderse desde el prisma del país nacional.
Creer que todo el país funciona como funciona la capital es un error histórico que ha sido imposible de superar. Lo mismo para la dirigencia nacional como para el periodismo. Este país de regiones vive unas dinámicas muy complejas que solo pueden entenderse si decidimos abrirnos a comprender los fenómenos, las vivencias y las interpretaciones que vienen desde la periferia. No es en Bogotá, precisamente, donde se han presentado las 26 masacres que se han cometido en lo que va de este año, según Indepaz. Tampoco es en la capital donde se ha asesinado a 31 líderes sociales en estos tres primeros meses del año. ¿Cómo no iban a pronunciarse los gobernadores del país si casi tres veces al día se viola el tal cese bilateral en sus regiones y si no existen todavía protocolos suficientemente claros ni una verificación constante y efectiva frente a lo que está pasando en distintas zonas?
Los gobernadores hablaron con la legitimidad que les da vivir todos los días situaciones que escapan al entendimiento del país político y que solo pueden entenderse desde el prisma del país nacional. Y está bien que lo hagan y que sus voces se oigan cada vez con más fuerza y está bien que el Gobierno Nacional reconozca estas expresiones y tome correctivos como los tomó en el Bajo Cauca, acompañando al gobernador Aníbal Gaviria en sus preocupaciones y anunciando que se restablecían las operaciones militares en contra de los cínicos del ‘clan del Golfo’. Taparse los oídos y cerrar los ojos, con el prurito de la ‘paz total’, no puede seguir siendo una opción cuando desde las regiones las realidades que se viven distan mucho de lo que uno podría llamar una verdadera voluntad de paz.
Así que se han pronunciado los gobernadores reivindicando la vocería que tienen y recordándole a Colombia que sus opiniones deben ser tomadas en cuenta, porque cuando se expresan para decir lo que sienten –como lo hicieron muchos de ellos en esta oportunidad–, están hablando por los más de 42 millones de compatriotas que no viven en Bogotá. Las regiones deberían importarnos más.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO