Ofrezco disculpas por generalizar antes de hacer este cuestionamiento: ¿es más fácil convencer a un hincha de Millonarios de que Nacional es el equipo más glorioso de Colombia que a un uribista de la responsabilidad que les corresponde a algunos en los mal llamados ‘falsos positivos’?
Es muy compleja la situación en la que nos encontramos hoy en día. Es tal la polarización y la violencia en el discurso de los fanáticos políticos que incluso los que prefieren la cautela son atacados —vaya ironía— por no atacar.
Estamos entre una batalla de energúmenos. Les brota espuma de sus bocas y violencia en sus tuits. Hay fanáticos del fútbol que se matan por una camiseta, de la religión que solo aceptan sus creencias, pero los de la política que pululan en tiempos electorales —pagos y no pagos— pueden ser peores porque defienden incluso lo que desconocen.
¿Quién acaso en su sano juicio es capaz de pelearse con sus familiares o amigos por defender a Uribe, Petro, Fico, Fajardo y compañía? ¡Es una locura lo que está pasando a diario! Por un comentario o una posición (por ejemplo, el aborto, Venezuela, las drogas) se tilda a alguien de asesino, comunista, fascista, narcoguerrillero y mil epítetos más.
‘Aquellos que eran vistos bailando eran considerados locos por quienes no podían escuchar la música’, dice una frase sin comprobada atribución. En ese fango estamos chapoteando. Los locos parecemos ser aquellos que no queremos entrar en esa estúpida confrontación de los (dizque) izquierdistas y los derechistas, cuando lo que importan son los fondos y no las figuras.
Hay que diferenciar entre ideas y propuestas reales para mejorar algo este país. El fanatismo no permite hacer esta clasificación porque enceguece. Petro, por ejemplo, habló de un tren elevado y eléctrico para comunicar Buenaventura con Barranquilla. ¿Es en serio? ¿En qué siglo lo vamos a hacer? En la calle 116 con autopista Norte de Bogotá llevan meses haciendo un ciclopuente. ¡Meses haciendo un puente para bicicletas, por Dios! Ideas tenemos todos. Yo propongo un tren de alta velocidad para ir de la capital a la Costa y recuperar el canal de Panamá. ¿Y? ¿Con esa retórica voy a ser presidente?
Los fanáticos de Petro aplauden a su ídolo sin pensar. Y los de Uribe también. Y así sucede con casi todas las personas que reverencian políticos sin asentir siquiera que las mismas promesas nos las llevan haciendo toda la vida.
Se vienen meses de más debates de los candidatos a la presidencia de Colombia. Pongamos en cuestionamiento todo lo que se nos dice, desde cualquier frente. El fanático político que no acepte siquiera una réplica no merece nuestra atención, sino un tratamiento mental. Es más, si a usted lo incomoda en algo esta columna, quizás sufra esta enfermedad. Las propuestas que consideremos más convenientes, sobre todo las realistas, son las que deben incidir nuestro voto. Todo tiene un punto de partida y seguramente ese sea el de dejar de creer en las mismas promesas de siempre y aceptar que este país no se arregla en cuatro años ni en ocho, sino en décadas.
JAVIER BORDA DÍAZ