El cambio que más nos ha afectado como sociedad es, sin duda, el teléfono celular. No voy a negar que ha tenido efectos muy positivos para el trabajo, para comunicaciones importantes, para estar informado siempre y para otras cosas, pero nos ha quitado la socialización entre las personas.
Veamos. En los colegios y universidades muchos alumnos, en la mitad de una clase, están chateando o mirando sus redes sociales sin importar lo que está dictando el profesor. Fui profesor en una universidad y se me llenó el vaso hasta que les pedí a los alumnos que, por favor, dejaran sus celulares en una mesa al entrar a la clase. Esto no solo los afecta como alumnos sino que es un irrespeto para el profesor. En algunos países ya se están dictando normas legales que prohíben llevar celulares a las clases. Es algo que se debe empezar a estudiar en Colombia.
A veces, cuando un semáforo cambia a verde, alguno de los conductores de adelante no se mueve porque está chateando y solo se da cuenta del cambio por los pitos de los carros que están detrás. Eso sucede con frecuencia.
¿Y qué tal en restaurantes o sitios en los que la gente se reúne? Allí se puede ver que casi todo el mundo está mirando la pantalla de su celular, sin importar quién está a su lado o quién entra o si alguien quiere hablar con él. En los cines no hay nada más desesperante que alguien mire su celular alumbrándoles la cara a los que se están a su alrededor y dañándoles la buena visión de la película.
No hay sitio en el que no se pueda ver que el celular es el objeto más importante, lo que evita que las personas charlen entre sí, se diviertan, compartan y se comporten como cuando transcurría la vida sin ese aparato. Sé que de pronto para los ‘millennials’ esto es normal, porque han crecido con esto y no han disfrutado el ambiente social de cuando no existía el celular. Deberían tratar de socializar más entre sí escondiendo el celular entre un bolsillo, sacándolo solo para algo urgente y así interactuar como personas.
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Capturado firmante de paz con escoltas de la UNP transportando cocaína. ¿Será que el Gobierno le estaba pagando un millón de pesos por no delinquir? ¿Se imaginan un traficante de drogas actuando como firmante de paz? Esto nos lo dice todo y nos muestra un poco el horizonte oscuro hacia donde vamos. ¡Qué horror!
GUILLERMO SANTOS CALDERÓN