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La libertad de expresión como humanitarismo

Un compromiso con la libertad de expresión es un compromiso con la humanidad del otro.

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El mundo de hoy sufre innumerables problemas e injusticias. Uno se siente abrumado por la cantidad de desastres, tanto naturales como provocados por el hombre. La intensidad del sufrimiento, la magnitud de la miseria es agobiante. Y cuando consideramos el hecho de que en muchos casos los mismos seres humanos son los culpables del sufrimiento de los demás, ante la propagación desenfrenada de lo que con justicia podría llamarse el mal, es tal que uno se siente verdaderamente impotente frente a la necesidad de hacer algo. Porque uno solo es uno.
En pocas palabras, la humanidad está en crisis. Y es como si, ante esta crisis tan extensa y tan profunda, el humanitarismo estuviera en crisis también. No parece importar cuántas ONG haya, cuánta ayuda exterior se distribuya, cuántas reflexiones y oraciones se ofrezcan. El resultado no ha cambiado. La crisis de la humanidad se profundiza, el sufrimiento se intensifica. No hay nada que se pueda hacer. Entonces, ¿de qué sirve intentar hacer algo?
En tal contexto, insistir en la necesidad de proteger y promover la libertad de expresión puede parecer descortés para las personas con convicciones humanitarias. Para esas personas, conmovidas por y comprometidas con el sufrimiento y el bienestar de otros seres humanos, el derecho a la libertad de expresión es un lujo o incluso —como a menudo se dice hoy escandalosamente— una herramienta de los que están en el poder, de los que causan en muchos casos los problemas que afligen a tantos.
Mi perspectiva es diferente. Si la crisis de la humanidad actual es la consecuencia, fundamentalmente, del hecho de que unos humanos no reconocen la humanidad de otros humanos, una parte de la solución debe ser promover el reconocimiento de todos como seres humanos, como seres inherentemente dignos, valiosos, e iguales. El filósofo Kant sostenía que nadie debería considerarse más valioso que cualquier otra persona. Kant tenía, y tiene, la razón. Esta idea de que todos somos valiosos —e igualmente valiosos— es la piedra angular del pensamiento y el accionar humanitarios.
Pero ¿cómo lo ponemos en práctica? ¿Cómo podría cada individuo, en su intento de ayudar a resolver la crisis de la humanidad, ponerlo en práctica, incluso en su día a día? ¿Y cómo, además, podrían las instituciones, incluidas las universidades y los gobiernos, ponerlo en práctica?
Una vez que negamos a alguien su humanidad al negarle su libertad de expresión, nos acercamos un paso más a negarle cualquier derecho.
La respuesta es: protegiendo y promoviendo la libertad de expresión. Esta respuesta se basa en el pensamiento de Karl Popper, cuyo libro La sociedad abierta y sus enemigos es uno de los más importantes y menos leídos de los tiempos recientes.
Según Popper, un compromiso sin reservas con la libertad de expresión significa que "debemos reconocer a todas las personas con las que nos comunicamos como una fuente potencial de discusión y de información razonable". Dado que solo los seres humanos son capaces de discutir y razonar, un compromiso con la libertad de expresión es un compromiso con la humanidad del otro. Tal compromiso es, por simple extensión, un compromiso práctico con la "unidad de la humanidad" como hecho empírico. Es el primer y necesario paso humanitario para superar la crisis generalizada que nos aflige, crisis que solo es posible ignorando la humanidad del otro.
Una consecuencia lógica de esta perspectiva es que ignorar la humanidad del otro hace que sea mucho más fácil negarles su derecho a la libertad de expresión, y esto a su vez significa que la negación de su derecho a la libertad de expresión es la negación de su propia humanidad. Por supuesto, una vez que negamos a alguien su humanidad al negarle su libertad de expresión, nos acercamos un paso más a negarle cualquier derecho, incluso el derecho a la vida.
Este argumento sobre la necesidad de defender y promover la libertad de expresión no es el habitual argumento utilitarista, según el cual la libertad de expresión es útil porque es la mejor manera de abordar y quizás encontrar la verdad. Semejante argumento es correcto, pero es vulnerable. Es vulnerable porque un día podríamos, por así decirlo, encontrar “la verdad” (como han hecho tantos autoritarios tanto de izquierda como de derecha) y, por lo tanto, ya no necesitaríamos la libertad de expresión.
En contraste con el argumento utilitario, mi argumento sobre la necesidad de todos y cada uno de nosotros de defender y promover la libertad de expresión se basa en un compromiso con el humanitarismo, debido a que el discurso, el habla, es lo que hace a los animales que somos, y a todos, humanos. Todos, siendo humanos, tenemos derecho a hablar. Y negarle ese derecho a cualquiera es negarle su humanidad.
Todos queremos mejorar el mundo, la condición humana, contribuir para que los seres humanos no se exploten, abusen, opriman unos a otros. Pero ante tal problema, ¿qué se puede hacer, en términos prácticos, hoy? Una respuesta inmediata es que se puede respetar la libertad de expresión de todos. Al hacerlo, no hace menos que respetar la esencia humana de cada individuo y, por consiguiente, la unidad de todos los individuos.
GREGORY LOBO

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