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El mito de la objetividad

Independencia es lo que el público debería reclamar y lo que los medios deberían ofrecer.

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La objetividad es un término que en la mayoría de los casos es usado como caballito de batalla por personas ajenas al mundo de los medios, pero que se sienten con la autoridad suficiente para calificar la calidad de la información o la idoneidad de los periodistas. El problema es que cuando se habla de esa supuesta y anhelada objetividad, en realidad se refieren a otra cosa, más conocida como afinidad.

Este es, por ejemplo, el caso de algunos dirigentes políticos que cuando están en la oposición se valen de los medios para hacer visibles sus denuncias contra el gobierno de turno, pero cuando se convierten en funcionarios del gobierno o en congresistas señalan a esos mismos medios de “falta de objetividad”. Es evidente que al hablar desde las cumbres del poder pierden u olvidan esa “afinidad” que tanto aplaudían cuando se encontraban en el asfalto de la oposición. Y algo similar ocurre con los seguidores de esos personajes, que convierten en objeto de burla o de crítica a esa misma prensa que antes alababan por su “objetividad”.
Muchos medios y no pocos periodistas cometen un grave error al prometer objetividad con el fin de ganar credibilidad.
Por otra parte, de puertas para adentro, muchos medios y no pocos periodistas también cometen un grave error al prometer objetividad con el fin de ganar credibilidad. Y me parece que se equivocan porque eso que con tanta pompa llamamos “objetividad” es un mito en el quehacer periodístico, pues se trata de una actividad en la que hay que seguir unos criterios, tomar unas determinaciones y asumir unas posiciones. Desde el momento mismo en que un director, un editor o un periodista resuelve cubrir un acontecimiento, se está llevando a cabo un proceso subjetivo. Y lo mismo pasa con los columnistas y analistas. De igual manera, el simple hecho de poner una historia o un artículo al comienzo o al final de la emisión, en la portada o en una página interior, en la parte superior –con grandes titulares– o en un rincón perdido de la web, es producto de una decisión que alguien tiene que tomar, y esa es también una cuestión subjetiva. En otras palabras, el periodismo es la máxima expresión del libre albedrío.

Sin embargo, esa libertad que se reclama para el periodismo no puede ser una patente de corso, pues, más allá de la objetividad, su práctica exige entereza, idoneidad, y, sobre todo, responsabilidad y transparencia. De hecho, aunque un periodista o un medio no debería prometer objetividad, lo que sí debe garantizar es independencia.

Según Joseph Pulitzer, uno de los grandes referentes del periodismo norteamericano, “para que un periódico sea realmente útil al público, debe tener una gran circulación, porque la circulación significa publicidad, la publicidad significa dinero, y el dinero significa independencia”. Después de más de un siglo –aunque muchas cosas han cambiado–, esta declaración de Pulitzer conserva su vigencia, y, pese a que hoy en día la circulación no se mide tanto en ejemplares impresos como en números de clics, páginas vistas o en tiempo de permanencia frente a las pantallas, la independencia sigue siendo un baluarte de la buena información, y es eso lo que el público debería reclamar y lo que los medios y periodistas deberían ofrecer; porque, al fin y al cabo, la objetividad no existe.

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