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Opinión

El género epistolar, un bien perdido

La carta es un soliloquio, pero una carta con una postdata es una conversación, las cartas del doctor Santos fueron soliloquios.

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Leyendo el libro titulado Estrictamente confidencial, de la autoría de Maryluz Vallejo Mejía, pude apreciar el valor que en otros tiempos tuvo el llamado “género epistolar”, es decir, la relación a través de cartas. Creo que es ese uno de los adorables bienes perdidos, avasallado por la tecnología. Por eso quiero rendirle homenaje desde esta columna. 
(También le puede interesar: La implosión demográfica)
El libro mencionado recoge, como se dice en la portada, “la correspondencia del hombre público y privado en el cincuentenario de su muerte (1888-1974)”. Ese personaje fue Eduardo Santos Montejo, a quien tuve el privilegio de conocer de cerca y de quien conservo una fotografía suya autografiada con el siguiente texto, de caracteres grandes y claros: “Al Dr. Fernando Sánchez Torres, cuya familia está vinculada a mi obra de cuarenta años. Con especial aprecio y mis mejores votos por sus éxitos”. Fue el día cuando le presenté mi diploma, aún fresco, de Doctor en Medicina y Cirugía, pues fue él mi respaldo durante toda la carrera y quería agradecerle personalmente su apoyo. La firma del retrato es la misma que registró en el cúmulo de cartas que suscribió a lo largo de su vida pública y privada, y que permiten que la posteridad conozca las múltiples facetas de su vida. Unas cuantas de ellas fueron manuscritas, de su puño y letra, lo que les agrega encanto, encanto que se pierde cuando se apela a la mecanografía.
En el prólogo del libro, Enrique Santos Molano comenta que las cartas allí recogidas “son un instrumento valiosísimo para quien desee profundizar en la biografía del presidente, del periodista, del demócrata y del humanista que fue Eduardo Santos”. En efecto, leyendo esas cartas puede develarse su talla de estadista, de escritor, de patriota y de ser humano. Me llamó la atención que solo una de las cartas tiene una P. D., es decir, una “postdata”, de muchísimo valor para quienes se encargan de estudiar el género epistolar.
Los viejos, amantes de la historia, que vivimos buena parte de la época narrada, quedamos muy pocos.
En el ameno libro Los placeres de un disconforme, el escritor chino Lin Yutang dedica uno de sus capítulos a las postdatas, donde confiesa adorarlas. Dice que “si las cartas constituyen la forma de escritura más personal, las postdatas constituyen las partes más personales de las cartas. Contienen todas las incoherencias, intimidades, ideas tardías, indiscreciones y correcciones de indiscreciones que llenan nuestra vida”. Pues bien, aceptando que Maryluz Vallejo, transcriptora de la correspondencia del doctor Santos, no omitió las postdatas –con excepción de una, como ya señalé–, permite suponer que en su actividad epistolar el expresidente no las usó porque no tuvo necesidad de corregir, ni ampliar nada de lo escrito. Tuvo la virtud de registrar en el texto de sus cartas todo lo que debía decir. Si –como anota Ling Yutang– la carta es un soliloquio, pero una carta con una postdata es una conversación, las cartas del doctor Santos fueron soliloquios.
Cuando estudiaba bachillerato en el Colegio Americano, en la clase de literatura era un requisito que mantuviéramos correspondencia con algún estudiante del exterior, también estudiante del respectivo Colegio Americano. Hablo de los años 40. Al azar me correspondió una niña costarricense –Myriam Meléndez Howell– con quien me escribí durante casi quince años. Con ansiedad esperaba sus cartas siendo yo médico rural; eran mi mejor compañía. Mis cartas –escritas a mano, como las de ella–, a más de ser un soliloquio, eran una conversación, pues con frecuencia les añadía una larga postdata. Esta experiencia me permitió cogerle cariño al género epistolar. Como Lin Yutang, lo adoro y añoro.
Volviendo al documento Estrictamente confidencial, en sus páginas desfila multitud de nombres. De algunos personajes mencionados conocí sus rostros; me eran familiares por mi cercanía con el trascurrir del periódico EL TIEMPO. Por eso la lectura del libro me trajo gratos recuerdos. Pero, siendo franco, no creo que –infortunadamente– vaya a tener muchos lectores, menos entre los jóvenes. Los viejos, amantes de la historia, que vivimos buena parte de la época narrada, quedamos muy pocos. De todas maneras, Estrictamente confidencial será un título importante más de la amplia bibliografía escrita sobre el expresidente Santos.

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