En enero del 2002, hace más de 20 años, un grupo de periodistas que no sumaba 10 personas decidió recuperar lo que se ha considerado parte del patrimonio histórico de la prensa: el Círculo de Periodistas de Bogotá (B).
Llegamos al emblemático edificio de la carrera 13A con calle 26, demolido para darles paso a las obras del TransMilenio y el Metro, y con unos alicates rompimos la cadena y el candado que resguardaban la entrada por el garaje. Los s restantes estaban sellados. Quedaron así dos años atrás, es decir en el 2000, cuando la istración del momento dilapidó el patrimonio físico y económico del gremio.
Por meses, literalmente, combatimos el polvo, la basura, las ratas, y el acecho de los habitantes de calle que convirtieron varios espacios en consumo de drogas. Encontramos una caja, resguardada en una de las oficinas del inmueble de once pisos, que contenía tierra negra, mezclada con algo más, fotos con alfileres y un curioso muñeco hecho de trapo.
Como no podía ser de otra manera para el momento y el hallazgo, le pedimos a monseñor Alirio López que oficiara una misa en el lugar y regara agua bendita por todas las esquinas. Al mismo tiempo, iniciamos el proceso judicial para enfrentar los embargos, las demandas, las cuentas pendientes. Era lograr sanear el corazón de las pocas organizaciones de prensa que se han mantenido vivas. Así rescatamos al B.
Y es necesario todo este preámbulo porque nunca pensé que el Círculo pudiera enfrentar algo más álgido que la historia bizarra de los inicios de la década del 2000.
Pero la semana pasada, el testimonio de una joven periodista me rasgó el alma.
Hay un rosario de preguntas que el señor, porque me avergüenza llamarlo colega, Víctor Hugo Lucero Montenegro, debe responder a su gremio y a las autoridades.
Después de varias semanas de ver circulando en las redes sociales y en los corrillos de prensa una de las tantas historias de violencia de género, escuché de viva voz el valiente testimonio de Cielo Reyes Téllez.
Su juventud, contrario a los que piensan que esta es una generación de cristal, es la que la ha sostenido en pie. Sus ojos a veces se cristalizan, pero ella tiene la fuerza para revertir las lágrimas y seguir hablando con firmeza.
Me narró, detalladamente, cómo el actual presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá la abordó desde el pasado 9 de febrero para que trabajara con él en el gremio.
De cómo la relación que parecería laboral y cordial, con el paso de las semanas, se tornó en presión, y el día que, según el relato de Cielo, la primera remuneración salarial por su trabajo –dos millones de pesos– se convirtió en una pesadilla.
Hay un rosario de preguntas que el señor, porque me avergüenza llamarlo colega, Víctor Hugo Lucero Montenegro, debe responder a su gremio y a las autoridades. Pero duele, también, que mujeres periodistas respetables que acompañan al señor Lucero en la junta directiva del B le hayan implorado a la víctima guardar silencio para no “empañar el nombre de una institución tan respetable”.
Respetable es salir a rodear a otra mujer que está denunciando abuso sexual y acoso. Respetable es no encubrir ni abogar por esas solidaridades de cuerpo amañadas que siguen dejando personas afectadas a su paso y perpetúan la naturalización de las violencias contra las mujeres.
No es necesario exponer las pruebas (grabaciones, correos y mensajes) que como periodista tengo en mi archivo, porque el relato de la víctima y de otras mujeres que también se han cruzado con el señor Lucero merecen la no revictimización.
A Cielo Reyes, mi solidaridad y gratitud por ser otra de las mujeres que hablan fuerte, sin pena. Los acosadores, los victimarios, los abusadores son los que deben sonrojarse y bajar la cabeza.
Y, así mismo, es necesario hacerles un llamado a los y las periodistas. Reclamamos respeto por nuestros derechos, pero eso no nos da exclusividad ni muchos menos inmunidad.
Tengamos la grandeza de aceptar que nos equivocamos y que los demonios que exponemos y juzgamos de puertas para afuera de la casa también los tenemos adentro.