Nadie gana con la estrategia narrativa del presidente Petro de atacar a los medios de comunicación en sus discursos cotidianos. Mientras el gobierno dedica alocuciones enteras y afila su retórica contra el periodismo, las garantías democráticas que exige ese derecho tan universal sufren uno de los mayores desafíos en la historia reciente del país. Pero también es mucha la credibilidad, local y global, que pierde un mandatario y su equipo al decidir dar una pelea absurda contra el libre ejercicio del periodismo, desde una postura que, solo llevará a profundizar las divisiones en medio de un clima nacional ya bastante tenso.
Desde hace meses, el discurso del Presidente ha tomado un tono cada vez más radical y encerrado. Sobre todo en las semanas recientes, Petro ha decidido arremeter contra los medios de comunicación y todo aquel que decida enfrentarse a su visión de país. Su respuesta, lejos de procurar ser conciliadora, ha sido tildar a la prensa de fascista, de seguir la línea de Goebbels y de obedecer los intereses del ‘gran capital’, siempre desde las ligerezas.
Y, mientras se encierra en esta práctica tan poco coherente con los principios de quien dice ser un demócrata, el presidente Petro no se ha detenido a pensar que quizás sus críticos pueden tener la razón en algo y que no todo el que se atreva a plantear un interrogante sobre su proyecto es un enemigo. Ojalá el presidente recordara esa premisa democrática tan esencial que es reconocer que los sectores contrarios también pueden ser buenos, virtuosos y estar interesados en el bien común, y que los valores de la decencia y la razón no han sido monopolizados por él y los suyos.
Basta con entrar a las redes sociales para ver el nivel de ataques y bajezas –y también de bajísimo contenido argumentativo– que enfrentan los periodistas en el día a día. No tiene ningún sentido que la narrativa del Presidente, traiga como consecuencia directa, que los comunicadores tengan que ejercer sus oficios en medio de un creciente ambiente de estigmatización y acoso en las redes y en las calles. Lejos de ser un país donde la libertad de prensa cuenta con mayores garantías, en Colombia hacer periodismo se vuelve una tarea cada vez más compleja y rodeada de intimidación.
Petro no se ha detenido a pensar que quizás sus críticos pueden tener la razón en algo y que no todo el que se atreva a plantear un interrogante sobre su proyecto es un enemigo
Lo que cualquier gobernante comprometido con los valores democráticos universales tendría que entender, es que desde el poder se debe promover la construcción de coyunturas cada vez más seguras para el libre ejercicio del periodismo. Y eso incluye, desde luego, el buen periodismo y el mal periodismo, de izquierda y de derecha y de cualquier afiliación dentro del espectro democrático. No es ni será jamás el oficio de un mandatario definir cuál es el periodismo válido.
La decisión del gobierno es presentar como sinónimos la propaganda con el periodismo, pero la realidad es que son dos tareas completamente opuestas. Y si bien el Presidente puede buscar empoderar las redes que lo apoyan y sus comités de aplausos, presentarlos como el único periodismo comprometido con la verdad es una mentira monumental. La línea institucional es clarísima y llena de interrogantes en materia democrática: la propaganda ahora es llamada medios alternativos, y a su vez, el periodismo investigativo que se atreve a cuestionar y revelar información que el poder no quiere que salga a la luz es tratado como un nuevo enemigo del proyecto del petrismo.
Sin embargo, quien más pierde con esta nueva narrativa contra el periodismo es el propio presidente Petro porque deja en evidencia, aun sin quererlo, una imagen de derrota y de encierro. Entre más señale a quienes propone como nuevos enemigos de su proyecto político, más acepta las derrotas de su agenda y su equipo. Pero sobre todo, esta retórica contra los medios de comunicación afecta seriamente la imagen internacional y el posicionamiento como un líder demócrata y progresista que Petro ha buscado construir desde el inicio de su presidencia. Los gobiernos y las organizaciones internacionales tienen más que claro que los demócratas de corazón jamás perderían sus principios ni su tiempo en peleas riesgosas y desgastantes contra algo tan sagrado como la libertad de prensa.
FERNANDO POSADA