A primera vista, parece una serie de hechos inconexos: la guerra iniciada por Putin contra Ucrania; ejercicios militares chinos alrededor de Taiwán, tras la visita a Taipéi de la líder de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi; las investigaciones sobre la participación de Trump en la asonada contra el Capitolio en Washington en enero de 2021; el más reciente atentado homicida contra el novelista Salman Rushdie...
Son, por supuesto, eventos de naturaleza frecuente en la historia. Su ocurrencia en los últimos seis meses, sin embargo, sirve para señalar la urgente necesidad de reflexionar sobre el rumbo de la humanidad.
‘Crisis’ es palabra desgastada, pero difícil encontrar otra para describir el momento prolongado de reajuste que viene experimentando el llamado “orden internacional”. En particular, aquellos hechos en apariencia disconexos ponen en evidencia los dilemas y desafíos de lo que el profesor G. John Ikenberry denomina “el gran proyecto del internacionalismo liberal”. (A World Safe for Democracy. Liberal Internationalism and the Crises of Global Order, Yale University Press, 2020).
La misma noción de ‘crisis’ se vuelve más grave al poner aquellos hechos en el contexto de nuestros tiempos: una pandemia aún activa, el calentamiento ambiental, los renovados temores de una confrontación nuclear, los misterios y dudas frente a los desarrollos de la inteligencia artificial...
Ese “gran proyecto” examinado por Ikenberry habría buscado en los últimos doscientos años “construir un orden mundial abierto, vagamente regulado y orientado hacia ideas progresistas”. La búsqueda de su origen bicentenario solo puede hacerse con miradas retrospectivas, algunas necesariamente anacrónicas. Y las íntimas relaciones históricas del proyecto con el imperialismo “Occidental”, o sus hegemonías (que Ikenberry reconoce), minan la credibilidad de sus ambiciones globales.
No obstante, importa hacer esfuerzos para distinguir los postulados del “orden liberal internacional” de su propio desenvolvimiento histórico.
Ikenberry identifica cinco “ideas” claves en el corazón de aquel gran proyecto: la apertura que caracteriza las economías de mercado; las instituciones y reglas multilaterales; la solidaridad democrático-liberal; la cooperación para garantizar la seguridad, y los propósitos sociales progresistas.
Las barreras, ayer como hoy, siguen siendo enormes. Enfrentarlas exige superar dicotomías simples –como la más básica entre países inherentemente liberales enfrentados a un mundo externo iliberal–.
Para Ikenberry, la crisis actual, lejos de invalidar tales postulados los vuelve más necesarios para salir adelante. Lo que se requiere es readaptarlos a las transformaciones de las últimas décadas. Sus objetivos seguirían siendo los mismos: “Alentar un orden internacional que proteja y facilite la seguridad, el bienestar y el progreso de la democracia liberal”.
Las barreras, ayer como hoy, siguen siendo enormes. Enfrentarlas exige superar dicotomías simples –como la más básica entre países inherentemente liberales enfrentados a un mundo externo iliberal–. Así lo demuestra la amenaza que Trump representa en los mismos Estados Unidos. Ikenberry sugiere fórmulas mediadas por el pragmatismo para reanimar el “gran proyecto”, donde se asegure la protección social en el mercado; donde predomine el multilateralismo; donde se refuerce la cooperación mundial para combatir problemas comunes por encima de diferencias ideológicas; donde, en fin, el liberalismo sepa afrontar los desafíos de la modernidad.
Salman Rushdie simboliza hoy uno de los valores más preciados del liberalismo, en sus raíces ilustradas: el derecho a la libertad de expresión. Tristemente, las amenazas y los atentados contra su vida nos recuerdan qué tan lejos estamos aún de los ideales del internacionalismo liberal.
EDUARDO POSADA CARBÓ