Democracias, en alerta roja

Las democracias en el mundo parecen estar de retirada. No es una noticia novedosa.

“¿Se acabó la tercera ola?”, preguntaba Larry Diamond, profesor de Stanford, en 1996, pocos años después del despegue democrático tras el derrumbe del muro de Berlín. Aquel interrogante podría haber sugerido entonces que el movimiento expansivo llegaba a sus límites. Hoy, la preocupación es sobre su retroceso frente al avance global de las autocracias.

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El tema ha ocupado de manera creciente la atención académica. Una búsqueda en Google Scholar (popular entre universitarios) de la expresión ‘democratic backsliding” (‘retroceso democrático’) arroja más de 30.000 resultados. Si la búsqueda es simplemente en Google, la cifra supera 819.000 documentos. Si en vez de ‘backsliding’ tecleamos ‘democratic crisis’, el volumen se dispara a varios millones.

‘Retroceso’ es más manejable para los analistas, sobre todo para quienes se dedican a medir con cifras los fenómenos políticos. Tal es, por ejemplo, el ejercicio reciente de los profesores Stephan Haggard (California) y Robert Kaufman (Rutgers), autores de un interesante artículo, publicado en Journal of Democracy (‘The Anatomy of Democratic Backsliding’, octubre de 2021).

Haggard y Kaufman seleccionaron 16 casos de “retrocesos democráticos” entre 1974 y 2019, con el fin de examinar su naturaleza causal. Cualquier selección es cuestionable, pero la muestra de Haggard y Kaufman es bastante variada –aunque abundan los países de Latinoamérica y Europa central, también incluye a Estados Unidos–.

¿Qué explica entonces la erosión de la democracia, hasta su reversión al autoritarismo?

Haggard y Kaufman sugieren tres “factores causales”: polarización, captura del Legislativo por parte del Ejecutivo, y “subversión incremental de las instituciones democráticas”.

La polarización no es una variable fácil de medir con precisión. Sin embargo, sus expresiones pueden seguirse en los debates de opinión, en los discursos incendiarios e intolerantes frente a los contrarios, en la falta de moderación en la crítica. Las razones para la polarización son complejas, pero sus efectos negativos para la democracia parecen claros. Como Haggard y Kaufman observan, la polarización obstruye la eficiencia gubernativa y abona el ascenso de los extremismos.

Su segunda proposición tiene también mucho sentido: a “legislativos debilitados, democracias debilitadas”. Es a través de la “captura del Legislativo” como los eventuales autócratas se perpetúan en el poder, al ir debilitando y eliminando los chequeos y controles que definen a las democracias. Así orquestan reformas contra la autonomía de las autoridades electorales, del poder judicial, de la sociedad civil; minan la libertad de prensa y abren las puertas a los presidentes vitalicios.

La tercera variable identificada por Haggard y Kaufman, en vez de una causa, es mejor una forma de explicar cómo ocurre el proceso. Las “erosiones democráticas”, y más aún sus “reversiones” al autoritarismo, no ocurren de la noche a la mañana. Son el resultado de movimientos “incrementales” y “sigilosos”. Arrancan con medidas que socavan algunas de las ramas del poder las que, a su turno, van dejando sin piso a la oposición, a la prensa, a la sociedad civil.

Las instituciones que sirven de controles al poder, nos señalan, están entrelazadas. El debilitamiento de una conduce al debilitamiento de otras. Y cuando la cascada final se desata ya es muy tarde para reaccionar.

El diagnóstico parece más nítido que el remedio. Se trata, además, según Haggard y Kaufman, de un reto internacional, como lo muestran las acciones de tanto autócrata más allá de sus fronteras.

EDUARDO POSADA CARBÓ