Lastimosamente, como ha sucedido con muchas otras obras del país, el Museo de Memoria de Colombia va camino de convertirse en un elefante blanco. Ya ha pasado más de un año desde que su estructura debió haberse entregado y, sin embargo, esta se encuentra semiparalizada, con multas millonarias por incumplimientos, serias fallas en su construcción y la mirada indiferente de transeúntes que ya hasta han dejado de sorprenderse con su presencia.
Son 14.000 metros cuadrados de una mole de concreto ubicada muy cerca del Centro istrativo Distrital de Bogotá. No dejan de llamar la atención sus enormes picos que se elevan al cielo y configuran las seis salas de exhibición en su interior, las mismas que pretenden llamar la atención en torno a los más de 8 millones de víctimas que ha dejado el conflicto armado en Colombia, particularmente en regiones alejadas pero mayormente golpeadas por la guerra.
Para su diseño, se tuvieron en cuenta las opiniones de comunidades de todo el país. Y se supone que las exposiciones harán énfasis en aquellos episodios sobre los que existe mayor evidencia tanto jurídica como histórica.
Pero esta loable misión sigue a la expectativa. El prolongado retraso se debe en buena medida a que los responsables del proyecto se han negado a recibirlo hasta tanto no se subsanen las fallas en su construcción. Más de 4.000 millones de pesos se han impuesto en multas a los contratistas. Hoy los avances son del 78 por ciento.
La apertura del Museo de Memoria estaba prevista para mediados del 2022, pero su suerte sigue siendo incierta. Lo deseable, por supuesto, es que se encuentre una solución pronta; no es justo que un país que como pocos ha vivido el horror que ha vivido, con sus miles de muertos y desaparecidos a cuestas, tenga que ser testigo ahora de que el lugar pensado y diseñado para honrar a sus víctimas y no olvidar, siga siendo eso, una mole de concreto abandonada.
EDITORIAL