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Quinto ciclo de diálogos con el Eln: la dejación de armas

No puede haber un cierre distinto si de lo que se trata es de establecer una paz realmente sólida.

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En una negociación de paz resulta tan importante proscribir el secuestro de parte de la guerrilla como tener claro el tema del desarme de esta.
(También le puede interesar: Se busca facilitador(a))
No es posible siquiera imaginar que en un diálogo de paz del Estado con una insurgencia como el Eln (o cualquier otro grupo) no se dé, al final del proceso, una dejación de las armas, creíble y verificable. No puede haber un cierre distinto si de lo que se trata es de establecer una paz realmente sólida, estable y duradera.
Que ese acto imprescindible de dejación de las armas deba tener lugar, no quiere decir, para nada, que el centro o propósito de una negociación se haya reducido a desarmar o simplemente desmovilizar a la guerrilla. Pero al final, sin ninguna duda, este acto valiente y comprometido deberá darse.
Una de las características de los actuales diálogos con el Eln se refiere a que esta vez se trata de atender, mediante reformas concertadas, las causas que han dado origen o reproducen el conflicto. A esta perspectiva, algo si se quiere radicalmente diferente a otros procesos, ha prestado su acuerdo el Gobierno Nacional, no obstante que la agenda de negociación carece de las llamadas “líneas rojas” (algo inédito), esto es, aquellos temas sobre los que no se discute y menos aún se negocia.
Que el cese del fuego acordado no sea también de hostilidades y que este sea de carácter bilateral y no multilateral supone un desafío adicional. 
Se trata entonces de una negociación muy compleja, pero con un potencial transformador extraordinario, siempre y cuando sea producto de acuerdos con la legitimidad de un amplio apoyo público, y no queden dudas de su naturaleza democrática.
Pero esta posibilidad se puede estar malogrando por cuenta de hechos repudiables como el secuestro y la interpretación conveniente que la guerrilla pueda hacer sobre el DIH, en especial respecto de la naturaleza protegida de la población civil. Por supuesto hay que abocar el tema de una posible financiación de la guerrilla para exclusivamente su sostenimiento, pero solo en el escenario en el que, como bien señala de forma clara Otty Patiño (aún jefe del equipo negociador del Gobierno), el Eln y el país tengan como cierto su tránsito a la legalidad, y sin armas, no antes.
Que el cese del fuego acordado no sea también de hostilidades y que este sea de carácter bilateral y no multilateral supone un desafío adicional enorme, porque hacer que funcione es harto difícil y puede dar al traste, finalmente, con la esencia del proceso, que es una negociación de paz alrededor de acordar transformaciones, insistimos, democráticas.
Pero no son los únicos obstáculos que hay que salvar. En opinión de muchos resulta aún más crítico que el tema del desarme no haya sido establecido claramente, desde el comienzo, como un asunto crucial del proceso. Ya en diferentes ocasiones, palabras más, palabras menos, dirigentes del Eln han expresado que no van a darse de su parte desarme ni desmovilización.
Así que, además de los temas del cese del fuego y la proscripción del secuestro (y otras prácticas), resulta urgente una expresión clara de la mesa de negociación, y en particular del Eln, sobre su desarme al final del proceso. Y en esto no cabe un mensaje del tipo “esto ocurrirá solo cuando las condiciones objetivas que han dado origen al conflicto hayan sido superadas”. Porque no es isible una “veeduría armada” a la implementación de un posible acuerdo de paz.
Hay que avizorar ya el fin del conflicto. La dejación de armas no es un tema para más adelante o del tipo de “allí lo vamos conversando”.
Hay que esperar buenas noticias desde Ciudad de México.
DIEGO ARIAS TORRES

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