Como escribí en mi columna pasada, últimamente me he interesado en los clivajes generacionales. Por esto ha sido muy revelador descubrir varios documentales dirigidos por mujeres de mi generación que reflexionan y, en algunos casos, cuestionan las decisiones de sus padres comunistas, líderes de la Unión Patriótica (UP), y, por lo tanto, sobrevivientes del exterminio de esta organización política.
Me refiero a Utopía, de Laura Gómez Hincapié; El rojo más puro, de Yira Plaza O'Byrne, y Desarmando la memoria: el vuelo del colibrí, de Paloma Rojas. En estos se establecen diálogos intergeneracionales que retratan los clivajes en materia de lucha política. En algunos casos, las directoras cuestionan la ausencia de sus padres, para quienes fue más importante la militancia que el cuidado de sus hijas.
¿Cómo esas militancias comunistas impactaron en la vida de sus hijas? ¿Cómo tramitar esa ausencia, y, sobre todo, cómo seguir construyendo utopías sin necesidad de militar en un partido o de tomar las armas? Preguntas imprescindibles en Colombia, en la que el conflicto parece, a veces, no tener fin.
"No fuimos capaces de hacer la revolución", dice, en algún momento, Fernando Gómez, el padre de Laura Gómez Hincapié. Una afirmación que inevitablemente lleva a preguntarnos sobre el significado de la revolución. ¿La revolución en Colombia acabó siendo la construcción de la paz?
La paz, la anhelada utopía, solo se construye de manera intergeneracional. Y, sobre todo, debe tener en cuenta todos los anteriores intentos de negociación. Por esto, estoy convencida, son claves los años 80, pues en esa época se abrió el camino para todas las negociaciones posteriores.
Ojalá que, antes de que acabe su mandato, Petro logre darle a la paz la importancia que ella se merece.
Tener en cuenta los anteriores procesos significa también considerar las experiencias de quienes los vivieron de primera mano. Petro se ha equivocado al considerar que solo el M-19 sabe hacer la paz y en creer que él la podía hacer mejor que Santos. El M-19 ha sido una de las muchas expresiones armadas que ha habido en Colombia, y no ha sido la única que ha entregado las armas, ni la única que se ha convertido en partido político. Y a uno puede no gustarle Santos, pero el proceso de paz con las Farc desmontó la ideología uribista de que todos los males del país se debían a las guerrillas. Y el gobierno de Petro es el resultado del desmonte de esa ideología.
Pienso en Alberto Rojas Puyo, protagonista del documental de Paloma Rojas, y miembro de la primera Comisión de Paz que conformó el gobierno Betancur para negociar la paz con las Farc, y en el valiente debate que dio, junto con otros camaradas, en el interior del Partido Comunista, sobre la necesidad de encontrar una salida política a la lucha armada. ¿Se imaginan dar ese debate a finales de los años 70, contrariando la línea política del partido? ¿Cuántos no lo habrán tratado de enemigo?
Hay que tener mucho coraje para dar ciertos debates: uno esperaría que en estos momentos algunos en el interior del Eln estén rechazando los crímenes en el Catatumbo mientras son tratados de traidores. Dentro del Gobierno tiene que ocurrir lo mismo, alguien dentro del Gobierno debería decirle a Petro que su estrategia de seguridad no ha sido acertada, así lo traten como a un paria. Al fin y al cabo, la historia nos ha demostrado que, a veces, quienes se "desvían" de la línea de un partido o de un grupo no necesariamente están equivocados.
Hay que aprender a ver la paz como un proceso, lo cual significa entender que se trata de una relación entre actores que obran a partir de las expectativas que cada uno tiene sobre el otro. Espero que, antes de que acabe su mandato, Petro logre corregir el rumbo de su política de paz y darle a la paz la importancia que ella se merece.