Me arriesgo a ser monotemática, mas considero que el tema es relevante y de importancia de vida. El patrimonio es aquello que se acumula durante la vida, durante la historia de nuestra existencia, y lo mismo es en los países y las ciudades. Es así como siento inisible que se destruya y se olvide lo que ha sido nuestro recorrido de vida. Borrar nuestra memoria.
Para ello pongo el tema de la necesidad de retomar el importante asunto de conservar el patrimonio, ya que lo hemos abandonado y esto nos saldrá caro. Nuestra negligencia como sociedad para cuidar lo que nos pertenece es un síntoma preocupante y una herida autoinfligida, pues no podemos aspirar a ser una gran nación sin cultivar la memoria y respetarla.
Uno de esos asuntos que nos han puesto en evidencia como país fue la desaparición en el año 2003 del Centro Nacional de Restauración. He intercambiado ideas con Mario Ómar Fernández, profesor de Patrimonio Cultural de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, acerca del tema porque, como él, estoy preocupada por la falta de diligencia en cuidar nuestras obras insignes.
Fernández recuerda que el Centro fue creado en 1974 por iniciativa de Luis Carlos Galán, entonces embajador de Colombia en Italia, y contó con el impulso del director de Colcultura de ese momento, el poeta Jorge Rojas, que designó al convento de Santa Clara como sede de la nueva institución.
Gracias a un acuerdo con el Gobierno italiano, Colombia pudo traer equipo especializado para las tareas de restauración y empezar a cultivar la experiencia necesaria para cuidar y recuperar pinturas, obras de madera, esculturas, cerámicas, murales y hasta textiles. Como si fuera poco, el Centro también le dio impulso a la Escuela de Restauración, Conservación y Museología que formó el talento necesario para cumplir con esas labores indispensables.
No podemos vivir sin referentes, sin rastros de nuestros orígenes, sin cuidar el talento y las obras que produjeron los antepasados y las que hoy producen los creadores contemporáneos.
El éxito fue tal que Chile y Cuba tomaron como referencia aquella institución y así crearon sus propios centros.
La dicha duró poco. Por razones que aún no comprendemos, en aquel año se tomó una decisión por la que todavía debemos protestar: la entidad fue cerrada y el país perdió no solo los equipos que se habían utilizado para esos fines, sino el espacio natural para el desarrollo de las tareas de cuidado de este tipo de obras.
Si bien actualmente hay personas formadas en estas tareas, se trata de iniciativas particulares y no de una política de Estado frente a la conservación de nuestro patrimonio. No se trata de un problema que deba preocupar solo a la gente de la cultura: es tema de todos nosotros, pues conservar y restaurar son necesidades válidas de la sociedad. No podemos vivir sin referentes, sin rastros de nuestros orígenes, sin cuidar el talento y las obras que produjeron los antepasados y las que hoy producen los creadores contemporáneos. Cuidar y mantener es una forma de irarnos a nosotros mismos. Se trata de amor propio.
Considero que esto es un asunto de alta política: los recursos necesarios para impulsar la conservación y manutención de obras provienen de discusiones y decisiones en el Congreso y en el Ejecutivo.
En este diálogo con el profesor Fernández sobre el tema, he ratificado que se necesita de un verdadero cambio para retomar la idea de un Centro de Conservación que vuelva a tener el brillo de aquella institución que durante 30 años cumplió con mucho detalle y cuidado su función.
No tengo duda de que la ministra de Cultura tiene los oídos abiertos a esta clase de propuestas y pueda avanzar en la discusión del Presupuesto y del Plan Nacional de Desarrollo, aumentando los recursos para el arte y la cultura, además de revivir el Centro Nacional de Restauración; sería, por decir lo menos, la forma eficaz de ‘restaurarnos’, de recuperarnos como colombianos y de contribuir a la paz que tanto anhelamos para nuestra querida patria.
CLAUDIA HAKIM
* Directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá