Preocupación producen los hechos que vienen sucediéndose y afectando al mundo. Me refiero a los recientes episodios en los que activistas –o mejor vándalos– han decidido arruinar obras de autores destacados con el fin de llamar la atención sobre asuntos que, sin lugar a dudas, son importantes, como lo es el tema climático, la igualdad, el respeto, la violencia y el reconocimiento de géneros.
El hecho más reciente ha sido la destrucción del trabajo escultórico titulado ‘El caballo y el jinete’, del artista estadounidense Charles Ray, ubicado en la Bourse de Commerce, en París.
Sigo sin entender por qué, para ventilar un tema, o para hacer una denuncia, la manera de hacerlo es arrasar con todo: pienso que de esta manera no se genera conciencia. Por el contrario, rechazamos esas acciones vandálicas, pues destruir para defender un argumento es un verdadero sinsentido: derruir, arrollar o violentar para imponer un pensamiento es una barbarie. “Vencerán pero no convencerán”, gritó alguna vez el gran Miguel de Unamuno… Ni lo uno ni lo otro.
Esa forma de destrucción la estamos viviendo y sufriendo en Colombia con estatuas, obras y edificios. Todo ello bajo el “argumento” de revisar la historia y poner a los conquistadores, a los fundadores, a quienes llegaron a nuestras tierras, en el último círculo y en el infierno.
La cultura de la cancelación se está tratando de imponer por todas partes. Y tiene formas más sutiles, pero igual de peligrosas. Prueba de ello es la polémica que se ha armado en España por cuenta del año Picasso, con el que se conmemora en 2023 la vida y obra del famoso artista fallecido hace 50 años.
Resulta que algunas personas y líderes políticos están planteando cancelar y sacar de los museos a este artista, por su “oscura vida privada”. ¡Válgame Dios! ¿Quién lo descalifica, quién lo juzga y quién lo censura?
Es un error garrafal seguir con esa costumbre de darle valor cero a todo, con tal de justificar un punto de vista y sacar de la órbita aquello que a algunos les incomoda. Pareciera que Picasso no tiene opción: unos lo criticarán por su vida privada y otros por ‘comunista’, así la única salida que tenemos es erradicarlo de la faz de la tierra, para tener la conciencia tranquila. ¡¿Puede haber tal despropósito?!
La obra artística es un ejercicio íntimo cuyo producto es exitoso, representando valores universales y avances para lo humano. El arte es maravilloso, justamente porque es el resultado de sobreponerse: el esfuerzo del autor nos muestra el momento, nos estampa el recorrer de la historia, del presente, la vida. Los artistas nos han ayudado a comprender que su trabajo es capaz de grandes cosas, gracias a sus hallazgos formales, temáticos y técnicos.
Además, sus versiones de la historia son aproximaciones valiosísimas, testimonios de cómo fueron y cómo se interpretan las cosas en un momento dado, que nos sirven para construir nuestra memoria. Por eso cuidamos su legado, es valioso e irrepetible: iramos a los creadores de estas obras porque nos prestan un verdadero servicio, sublimando la experiencia humana.
Los fanáticos y activistas nos están exigiendo a otros, niveles de perfección ética que ni siquiera ellos cumplen. ¿Será necesario, antes de emprender cualquier cosa, presentar el carné de afiliación a su ‘selecto’ club?
Esa forma de infantilismo intelectual ve el mundo con una simpleza grosera de ‘buenos y malos’. Necesitamos que estos fanáticos maduren, y pronto; de lo contrario, nos saldrá muy caro. Si esta tendencia de pensamiento sigue prosperando, veremos el arte, en todas sus expresiones, reducido a sus muy limitados valores. ¿Queda en evidencia que lo que está en juego es la libertad humana?
Los productos del arte y la memoria son valiosos porque nos ayudan a pisar terreno firme sobre de dónde venimos y para dónde vamos. Destruir el patrimonio es un atentado contra la condición humana misma. ¡Deben parar!
CLAUDIA HAKIM
Directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá