"Compañero Cepeda, tu sangre será semilla de lucha obrera. Cepeda, amigo, el pueblo está contigo". Esta era una de las consignas que gritaban durante el entierro de Manuel Cepeda Vargas, último senador comunista elegido por la Unión Patriótica (UP), asesinado en Bogotá el 9 de agosto de 1994. En el documental Manuel Cepeda Vargas: un artista en la política vemos al senador Iván Cepeda, en ese entonces un joven de 32 años, denunciando con vehemencia, en el lugar de los hechos, el plan ‘golpe de gracia’, plan para asesinar a los dirigentes del Partido Comunista y de la UP que aún quedaban vivos. Lo vemos también cargando el féretro de su padre y recordando las amenazas contra su vida que, como de costumbre, el Estado colombiano decidió ignorar.
A partir de ese momento, una de las causas de vida de Iván Cepeda fue la de esclarecer ese asesinato. Y esa lucha dio resultados: en 2010, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por el magnicidio de su padre. Y, en 2014, la Fiscalía General de la Nación lo declaró crimen de lesa humanidad, lo que significó que no fue un homicidio aislado, sino un crimen de Estado.
Por esto, cuando veo a Iván Cepeda enfrentando con absoluta entereza y dignidad el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe, sé que su lucha contra la impunidad no empezó en 2018, cuando la Corte Suprema inició un proceso judicial contra Uribe por presuntamente manipular a su favor los testimonios de antiguos paramilitares, sino que hay una historia mucho más profunda que, muy probablemente, muchos aún no conocen. Hoy vuelvo a ella para rendirles un homenaje: a él, a su hermana, María Cepeda, a la memoria de su padre, Manuel Cepeda Vargas, y de su madre, Yira Castro.
Gracias, Iván; tu vida y la de tu padre nos inspiran a no claudicar y a hacer de Colombia un país más justo y en paz.
La historia de los años 80 y 90 en Colombia es la historia del exterminio de todo un partido político: una generación que, literalmente, dio su vida por la paz. Esto es algo que no podemos olvidar. Siempre me pregunto cómo era la vida en medio de ese genocidio; cómo puede ser tu cotidianidad cuando sabes que eres objetivo militar. Iván Cepeda y varios de su generación vivieron la persecución política cuando eran niños: los allanamientos, las amenazas, los exilios. Y nos cuenta en el documental sobre su padre que, en su juventud, no entendía por qué sus padres y sus compañeros se inmolaban de esa manera. Las y los militantes de la UP sabían quiénes eran sus asesinos y sabían que iban a ser los próximos en ser asesinados. Enfrentaron con estoicismo el diario vivir de un exterminio. ¿Cómo partir al exilio y abandonar a tus compañeros? El exilio era visto como una traición. De alguna forma, había que vivir esa agonía de manera colectiva.
Recuerdo ese movimiento político que, en los años 80, logró un impresionante enraizamiento popular, y pienso que lo mínimo que podemos hacer las nuevas generaciones es honrar la memoria de esos luchadores, así como lo han hecho Iván Cepeda y muchos otros de su generación. En lo personal, es una historia que llevo en mi corazón y vuelvo a ella cada vez que mengua la esperanza. No hay que olvidar que el deseo de transformación en Colombia no empezó con Jorge Eliécer Gaitán ni termina con Gustavo Petro, sino que se anida en cada persona que conoce esa historia de lucha y que es leal a unas ideas de cambio.
Por esto, en estos últimos años, habiendo conocido lo sucia que puede llegar a ser la política, valoro cada vez más la integridad y la lucha de Iván Cepeda. Él es el vivo ejemplo de que la política puede, realmente, representar un horizonte transformador. Gracias, Iván; tu vida y la de tu padre nos inspiran a no claudicar y a hacer de Colombia un país más justo y en paz. Ten la certeza de que estamos contigo, de que el pueblo está contigo.