Han sido poderosos aquellos cuya fortaleza física les permite derribar a los animales y convertirlos en presas. Quienes gozan de un ascendiente sobre los rebaños humanos, y los convencen de avanzar en la dirección que pretenden. Poderosos también a quienes idolatran sus seguidores, capaces de matar o morir en su nombre. Aquellos que encontraron la manera de conquistar territorios y fundar pequeños nuevos mundos ostentan un poder evidente. Así como los que tienen el don de la palabra y el liderazgo suficiente para guiar a los pueblos en busca de un mejor estar... o llevarlos al borde del abismo.
La democracia entrega un poder que suele entenderse como legítimo –aunque no siempre lo sea–. El dinero, en cambio, suele promover formas mezquinas del poder. Y a veces se encuentran, uno y otro, y se suman de manera peligrosa, en un solo individuo. Para la muestra, aquel mandatario de la potencia de turno que en los últimos meses ocupa lugar protagónico en las primeras planas de los diarios del orbe, día tras día. Un poder desmesurado, en las dos acepciones de la palabra: "excesivo" y, al mismo tiempo, "descortés, insolente y atrevido".
No recuerdo que alguien hubiera ostentado tanto poder en el planeta en los tiempos recientes.
Un poder que nace del respaldo de una fortuna enorme –amasada con algunos pecados– y de un electorado instigado por el odio y alimentado en gran medida por noticias falsas.
Un poder demoledor: una palabra suya convertida en norma o en decreto.
Un poder cocinado con arrogancia y sed de revancha. Un poder istrado para multiplicar la fortuna suya y de sus amigos, en una clara demostración de que la política se ha convertido en una de las herramientas favoritas de los insaciables.
Un poder demoledor: una palabra suya convertida en norma o en decreto, una palabra que nace de los caprichos o de la soberbia resultan suficientes para poner a temblar al mundo... y saberse tan poderoso alimenta la adicción al poder, una de las más peligrosas de cuantas existen, pues no solo afecta a quien la padece, sino que puede llevarse por delante naciones enteras...
La historia está llena de ejemplos de seres a quienes tanto poder los ha cegado. A quienes el poder les impide saberse humanos, vulnerables, capaces del error.
A la manera bíblica, ante quien hoy ejerce tan desproporcionado poder en el planeta, habría que decir que "una palabra suya bastará para condenarnos".