“Hey, Freddy, ¿cuánto pesa eso?”, le preguntaron algunos reporteros al jugador del Atlético Bucaramanga Fredy Hinestroza, que llevaba sobre sus hombros el trofeo que simbolizaba la primera y sufrida estrella del único equipo fundador del fútbol colombiano que no se había ganado un campeonato.
Hinestroza les contestó sin pensarlo: “Pesa miles de corazones felices que están así hoy en Bucaramanga”. Enseguida, le preguntaron qué se sentía haber anotado uno de los goles definitivos y más importantes contra el Independiente Santa Fe. Fredy volvió a contestar: “Si es el gol más importante, no lo sé, pero soy consciente de que todo el grupo es importante para la historia de este equipo”.
Precisamente eso significa el triunfo del Bucaramanga: un puñado de jóvenes, más bien desconocidos, que se olvidaron de las derrotas pasadas, o aprendieron de ellas, como lo quieran ver. Es más, para ser francos, se trata de un equipo que juntó todos sus fracasos personales y desde ese punto de partida comenzó de nuevo.
Así lo reconoció el profe Rafael Dudamel en un video hecho por el influencer santandereano Tatán Fue. Dijo Dudamel: “La mayoría de nosotros veníamos de un fracaso o de un golpe profesional. En el caso del cuerpo técnico veníamos del Necaxa, en el fútbol mexicano”, evocando una terrible actuación que le mereció el despido de ese equipo, según se lee en los titulares de la prensa deportiva de ese país en 2023. “¿Qué tiene de malo un traspié o un fracaso? ¡Eso no es un pecado! Lo que sí es un pecado es quedarte llorando o lamentando. Eso sí es grave”, complementaba el director técnico del equipo leopardo.
Tiene razón, profe Dudamel: el fracaso no es definitivo, o solo lo es si se instala en un imaginario que bloquea e impide el cambio; si genera desesperanza y le arrebata a la gente la ilusión. Me acuerdo del chiste del letrero en la tienda que decía: ‘Le fío cuando el Bucaramanga gane’, y cómo les parece que, después de 75 años, el día llegó y el equipo verde y amarillo ganó.
Y sí. A veces en la vida se necesita ser descaradamente optimista. Como lo recuerda Felipe Zarruk en una columna: “La sufrida hinchada búcara ha soportado la desaparición de su equipo en 1953, la pérdida del título en 1960, la partida del equipo para Cartagena y luego Barrancabermeja en los inicios de los setenta (...). En 1990 y 1997 tocó resignarse con el tercer lugar y el subcampeonato, ya que nuestra vida deportiva dependía de un respirador artificial llamado América. Esta noble afición soportó cuatro descensos”, escribió Zarruk.
¿Golpe de suerte, ahora? No lo creo. Aun parte de la hinchada del Santa Fe reconocía estar frente a un buen equipo y aunque albergó la esperanza de ganar jugando de local, solo he oído mensajes de reconocimiento y una actitud gallarda de quienes este domingo perdieron para ser testigos de la primera estrella que habría de ganarse el Bucaramanga.
Hay algo más que “los astros uniéndose” para permitir el triunfo. Está en la respuesta intuitiva que da Hinestroza cuando lo interrogan: la idea, tantas veces despreciada, de que cuando hay un esfuerzo colectivo, pasan cosas buenas. La esquiva noción del trabajo en equipo, en medio de sociedades cada día más individualistas, fragmentadas y polarizadas, fue reivindicada por el Bucaramanga, y su ejemplo activó un sentimiento que trascendió a Santander y llegó a distintas regiones que, con afecto genuino, le apostaron al triunfo de este equipo.
La historia del pequeño que se vuelve grande, del vilipendiado que sale a responder con esfuerzo y dedicación y no con más insultos y de los hinchas que no desfallecieron, tiene que significarle algo a Colombia. Del fútbol a la vida. Atentamente, el Bucaramanga.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.