Ser más conscientes de la música o el sonido en nuestras vidas ha sido una de las gracias que nos deja la pandemia. Si lo pensamos, el sonido nos precede. Antes que ver a la mamá la escuchamos, y ella nos escucha. Con las técnicas de ultrasonido, la primera imagen del bebé es de sonido, y luego de la semana 24 el feto ya puede ser estimulado con ritmos y canciones que podrá reconocer una vez nazca: su mismo corazón es su primer instrumento musical, un tambor que no se detiene y que marcará su ritmo para siempre.
Los ciudadanos encerrados se dedican canciones por sus redes; en nuestras cuentas, la melodía que más compartieron fueron el Bolero de Ravel, el Submarino amarillo y canciones locales como la bogotanísima Gata golosa. A mitad del año pasado surgieron los cantantes espontáneos que cantaban de ventana a ventana canciones emblemáticas como España cañí; después llegó el puerta a puerta de los serenateros con ritmos de recuerdo como Las mañanitas. Los humanos necesitamos la música para vivir, es una respuesta de sobrevivencia de los encierros. En el bello texto publicado en plena pandemia (2020) Breath (Respiración: la nueva ciencia de un arte perdido), J. Nestor destaca el ritmo respiratorio y su cadencia, y señala que en los budistas las inhalaciones y exhalaciones de cada 5 segundos producen una composición corporal “relacionable con la oración”. Dispone el cuerpo para orar o meditar, como se hace en todas las religiones: repetir sonidos como el rosario cristiano o el om, om, om budista, para vibrar con el cosmos. Los neurocientíficos demuestran que se pueden sacar recuerdos perdidos del paciente y que la musicoterapia en el alzhéimer es posible porque la memoria musical puede sobrevivir después de que otras formas de recuerdos han desaparecido.
Si la pandemia la viviésemos de modo solo racional, sería posible que perdiéramos. Podemos sucumbir ante el desastre o ante la inmensidad de las cifras desgraciadas que calculamos o de las más terribles que nos narran las noticias. Pero las artes, como la música, aparecieron para darnos belleza. Verdad y belleza... ya nos lo han dicho grandes pensadores: la belleza debe salvar la verdad. La filósofa Ch. Rawls nos ilusiona en un bello ensayo sobre música y filosofía con la idea de que, de acuerdo con muchas tradiciones espirituales, es posible que escuchemos la música más perfecta cuando morimos. Entonces nacemos con sonidos... y morimos con música.
Armando Silva