Andrés Carne de Res, el hogar perdurable

No han sido pocos los personajes prodigiosos que me tocó conocer en esta vida que se me pasa de larga y en este mundo angosto y ajeno. Entre ellos a un ser fuera de serie que hizo de la nada un restaurante ya legendario revestido de un universo artístico y conceptual estilo propio, Andrés Jaramillo. Rebautizado Andrés Carne de Res desde el día que fundara con cuatro mesas en una choza lo que es ahora uno de los restaurantes más impactantes del mundo, visita obligada de cultivados y sensitivos turistas y colombianos de todo pelaje. El término rico no es aplicable a los comensales sino al placer que producen las vituallas y el ambiente feérico. Pues como hadas enjoyadas se ven en las mesas haciendo más resplandeciente el espacio. 

(También le puede interesar: Gracias al Señor)

Comencé a frecuentarlo desde hace 40 años, en medio del camino de mi vida, en Chía, cuando empezaba, empujado por el señuelo de que las meseras eran las estudiantes universitarias más lindas de la comarca. Veía siempre una jovencita que agitaba una tela roja como esquela de invitación. Pasados unos años, un beso casual con esa misma niña que era su hermana Claudia, en una pretendida entrevista radial, la dejó convertida en la mujer de mi vida, disculpándome con Andrés por haberle birlado 60 kilos de amor, manjar del corazón que aún me acompaña y que me ha dado dos hijos prodigiosos y de adehala una nieta de maravilla.

El deslumbramiento que me causaba el ingenioso empresario era que no era un gourmet de carrera, que para ello tenía encargada a su hermana Clara, sino un ocurrente artista sano, por no decir artesano, que trabajaba con tuercas, tornillos, tapas de gaseosa, campanas, ganchos, herramientas, banderas, láminas pop con todo tipo de santos y locos, con lo que forjaba en las paredes verdaderos iconostasios. Y a la vez creaba un mundo propio, andresiano, con un estilo original en sus señales comunicativas e incluso lingüísticas. Y se dedicó a una escultura desordenada, con cruces y vacas gigantes y mesas ejecutivas con trasfondos aherrojados. Trabajaba de la férrea mano de la delicada Stella, poeta para más señas, su amor desde los tiempos universitarios. En una edición de la revista Mundo, que les dedicó Carlos Salas, ella expresa: “Me gusta estar como por ahí, como en la barrera, manejando algo filosófico y operativo, siempre voy dando la dirección hacia donde vamos, como si yo fuera una guía y a él le gusta tenerme a su lado”. En la misma revista Yamid Amat lo califica como monarca del deleite y la recreación.

A pesar de mi fama sospechosa de poeta del nadaísmo, fui adoptado de lleno por su familia, por el médico psiquiatra Luis Gabriel y Emilia la enfermera, quienes me abrieron sus puertas y botellas de vino, por sus hermanos Esteban el marchand que culminaría con la prodigiosa Galería La Cometa, el poeta Babel Jarales, el pintor Juan, el teatrero Tomás, la ejecutiva todoterreno Clara, la preciosa e imponderable Patricia.

Hasta allí todo muy bien. 35 años adoptado por los Jaramillo Flórez sin nada que lamentar. Al contrario, en Andrés Carne de Res me han prodigado dos homenajes, uno por parte de la revista Ulrica dirigida por Rafael del Castillo y otra reciente de parte de Andrés con motivo de la supervivencia ante el anuncio de mi muerte ficticia.

En esas ando cuando recibo una noticia que me electriza. En un montaje artístico de Carneval Teatro Circo, grupo escénico adscrito al restaurante, la preciosa y talentosa actriz Laura Daniela Villamil sufre un lamentable accidente. Después de un ciclo lunar de esmerados cuidados hospitalarios, Laura Daniela abre los ojos y sonríe. Ante ello, Andrés se hace presente con una sensitiva misiva lamentando el doloroso suceso y ofreciéndole su corazón para resarcirla, en medio de su amorosa y afligida familia.

Qué dolor y qué tristeza, Laura Daniela y Andrés, ambos víctimas a su modo de esta penosa eventualidad. A cuidar a la joven artista y a cuidar el perdurable restaurante. Y que la nave siga flotando.