La figura gigante del arte representativo más reconocida del mundo —junto con el nobel de literatura Gabriel García Márquez—, nuestro compatriota Fernando Botero, ha fallecido. Murió a los 91 años, en Mónaco, a orillas del mar Mediterráneo, en la costa meridional de Francia, cerca de la frontera con Italia.
Sus obras se han identificado por la magnificencia voluminosa y sensual de las formas y las dimensiones, lo que le confiere un diseño impar e inconfundible en términos hermenéuticos. De allí su irado influjo en el universo del arte.
Ya desde adolescente reveló su interés por el dibujo, que lo conduciría al arte en general y a educarse en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Durante su estancia en Europa, Botero se vio influido por los grandes maestros del arte clásico, especialmente por el pintor cuatrocentista Piero della sca, por Diego Velázquez y Francisco José de Goya.
Desde entonces, allá en Europa los más destacados cultores del arte pictórico y de la literatura lo buscaron para entablar con él serias conversaciones que, en ciertos momentos, se convertían en eruditas disquisiciones sobre la paz mundial, salpicadas con amenas sesiones sobre cultura y retórica.
A la sazón, remembrando a su colega Alejandro Obregón y haciendo suyas sus festivas melancolías, sentenciaba: “¡Que rujan las flores y florezcan las bestias! No es bueno que los colores estén separados en compartimentos. ¡Revuélvanse! ¡Copulen! para que se multipliquen y el mundo se pueble de colores y musculaturas frescos”.
A su regreso a Colombia, Botero comenzó a desplegar su propio estilo, distinguido por el aumento exponencial de las formas sensuales y las dimensiones físicas. Esta técnica consagrada ya como ‘boterismo’, una de las principales y más reconocidas facetas de su obra, por cierto, exhibida hoy en galerías, museos y principales avenidas de grandes capitales como los más reconocidos productos escultóricos del planeta.
Tuve la fortuna de conocer al maestro Botero no en Colombia, nuestro país, sino en París. Cuando me desempeñaba como secretario del Ministerio del Trabajo y Seguridad Social, su titular, la doctora (médica) María Teresa Forero (q. e. p. d.) me confió una misión con la OIT que se celebraba en la sede de la Unesco en Francia.
Cuando llegué al aeropuerto Charles de Gaulle, no pude privarme de dar un paseo por las calles de París y sus principales íconos arquitectónicos y culturales: la Torre Eiffel, las Tullerías, el Arc de Triomphe, Sainte Chapelle, Palacio de Versalles, Torre Montparnasse y el Panthéon y otros lugares cuya evocación desbordaría la extensión de esta columna.
No podía pasar por “París con aguacero” (“Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo”: verso de Vallejo), sin visitar el Café Les Deux Magots, frecuentado por Sartre y Simone de Beauvoir, ubicado a un lado de la iglesia Saint-Germain-des-Prés, a poca distancia de la estación del mismo nombre del metro de la capital sa. Sorpresivamente advertí la presencia del maestro Botero; allí estaba luminoso, trajeado con elegantes ropas níveas, tomado de la mano con su segunda esposa, Sophia Bari, una artista griega nacionalizada colombiana.
A través de su obra, Botero ha dejado un legado enorme que seguirá inspirando a las generaciones futuras.
Sobresalía —en su alta estatura irónicamente magra— entre una nube de periodistas del famoso diario Le Monde y otros medios de comunicación europeos y americanos, todos ellos inquietos por saber acerca de una de sus obras más conocidas: La muerte de Pablo Escobar, pintura que muestra al reconocido narcotraficante en el momento de su muerte.
Esta obra le generó amplia controversia en Colombia y en el mundo entero, aun cuando también le proporcionó un gran reconocimiento internacional, por lo cual toda la inmensa obra simbólica de Botero fue transitoriamente proscrita en las entrevistas en las que tomaban principal interés por la figura del criminal. Por fortuna, la crítica supo destacarla con escrupuloso conocimiento de los perfiles altamente técnicos de su obra en general.
Estos sectores devinieron en esclarecimientos que dilucidaron la libertad de expresión de un artista de sus calidades estéticas. Y este mismo formuló apreciaciones que la opinión pública entendió y dio por hecho cumplido, (en francés: fait accompli).
Asimismo, por la época se hizo muy visible y visitada otra de las obras más apreciadas de Botero, El bañista, una representación que simboliza a un hombre de voluminoso corpachón en una posición relajada. Esta obra, al igual que muchas otras de Botero, tiene una fuerte carga crítica y social, toda vez que cuestiona los ideales de belleza y perfección que se imponen hoy en la sociedad de consumo globalizado.
Su estilo insuperable y su capacidad para crear obras que discuten la sociedad y la cultura lo convirtieron en un referente del arte contemporáneo. A través de su obra, Botero ha dejado un legado enorme que seguirá inspirando a las generaciones futuras.
ALPHER ROJAS C.