Hoy quiero escribirle a Nicolás Maduro. Quiero decirle que si por un momento imagina qué sienten millones de sus compatriotas que por su culpa van por el mundo, cuando escuchan, seguramente con ojos húmedos, el coro de su himno nacional: Gloria al bravo pueblo / que el yugo lanzó / la ley respetando, / la virtud y honor. ¿La ley respetando, presidente Maduro? ¿Las instituciones? ¿Las libertades? ¿La decisión soberana en las urnas?
Claro que la segunda estrofa dice: “Gritemos con brío: / ¡Muera la opresión! / compatriotas fieles, / la fuerza es la unión”. Eso le queda a su pueblo, la unión como fuerza indómita cuando usted y su comparsa, sin pena ni gloria, confirman que el socialismo del siglo XXI terminó en un penoso régimen dictatorial.
Porque eso significa la decisión del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), en manos de su chavismo, que anunció este jueves que usted, Nicolás Maduro Moros, es el ganador de las elecciones, pero sin presentar las actas del escrutinio, como lo piden la oposición y el mundo, y sin que sea el organismo legal, pues le correspondía al Consejo Nacional Electoral. ¿Eso que es, chico, como dirían allá?
El mundo ve esta jugada como la consolidación del fraude. Las actas electorales que tiene la oposición dan el triunfo claro a Edmundo González y María Corina Machado. Y la arrolladora manifestación del país en las calles no miente.
¿Por qué se aferra al poder? ¿Ambición y dinero? Nadie imaginaba que ese sencillo conductor de bus en Caracas terminara conduciendo el destino de Venezuela. Esa era una conquista hermosa y usted pudo pasar a la historia como un grande de América y un ejemplo a seguir. Pero usted lleva el bus de Miraflores sin frenos hacia el abismo. Y por lo visto quiere seguir hasta 2031 llevándose por delante, sin pitar siquiera, la democracia, las instituciones, las libertades, las vidas de la gente y al mismo país. ¿Qué gloria es esa?
Porque es la dura vida del inmigrante. ¿Eso quiere para ellos y para los millones que saldrán ahora? Usted sabe lo que es eso. No es tarde aún.
Después de inhabilitar contendores, de encarcelar a otros, y en unas elecciones bajo sus condiciones, todo indica que usted perdió, se quiere atornillar, y el mundo democrático lo condena. El valeroso presidente de Chile, Gabriel Boric, mandatario de izquierda, dijo: “Hoy el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela termina de consolidar el fraude. El régimen de Maduro obviamente acoge con entusiasmo su sentencia que estará signada por la infamia”. Gloria al bravo pueblo, diría uno aquí.
El presidente de Uruguay, Luis Lacalle, dijo: “El régimen de Maduro confirma lo que la comunidad internacional viene denunciando: el fraude. Una dictadura que cierra todas las puertas a una vida institucional y democrática de su pueblo…”. Gustavo Petro y Lula da Silva por ahora ni silban, pero les tocará pronunciarse en favor de la democracia, pues la presión es mucha. Sus pueblos lo exigen.
Lo que ocurra en Venezuela, país con el que nos une no solo 2.200 kilómetros de frontera, sino lazos históricos de hermandad y negocios, nos incumbe. De los 7,7 millones de venezolanos que han tenido que dejar su país, según Acnur, sus bienes y sus familias, aquí hay casi tres que, con excepciones, porque de todo hay en la viña del Señor, trabajan y luchan por rehacer sus vidas como mejor pueden.
Hay profesionales lavando carros, o vendiendo en buses como los que usted manejaba; hay muchos en la informalidad, vendiendo caraotas negras, arepa pepiada, en fin, o en el campo, pero lejos de los suyos, con un futuro tan incierto como la democracia en su país y a veces menospreciados. Porque es la dura vida del inmigrante. ¿Eso quiere para ellos y para los millones que saldrán ahora? Usted sabe lo que es eso. No es tarde aún. Muestre las actas. Como diría un costeño, Dios da do cabello, pero también sentido de justicia y de humanidad. Aplíquelos, por su país. Gloria al bravo pueblo.