Nyamut Gai perdió todo hace cuatro años cuando las milicias irrumpieron en su aldea en Sudán del Sur, el país en el noreste de África atormentado por la guerra civil, el hambre y las inundaciones.
Desesperada, ella y su familia huyeron más de 900 kilómetros al norte a través de la frontera con Sudán, donde trabajó como afanadora en la capital, Jartum. Pero entonces, a mediados de abril, estalló una guerra en Sudán entre facciones rivales del Ejército, lo que la obligó a mudarse una vez más.
Mientras ella y su familia hacían el viaje de una semana a pie y en autobús desde Jartum, su hijo de un mes murió de hambre. Cuando finalmente cruzó la frontera a Sudán del Sur, su hijo de 3 años sucumbió al sarampión.
“No estamos fuera de peligro en ninguna parte”, dijo Gai, de 28 años, una mañana reciente en un centro de ayuda congestionado y lodoso en Renk, una ciudad en Sudán del Sur.
La guerra en Sudán ha desencadenado un éxodo de personas que hace años huyeron de una guerra civil en Sudán del Sur. Pero están regresando a un País aún sumido en la inestabilidad política, el estancamiento económico y una crisis humanitaria —muchos de ellos sin hogares a los cuales regresar.
Sudán cayó en el caos hace casi cinco meses, cuando una rivalidad entre el General Abdel Fattah al-Burhan, el líder del Ejército, y el Teniente General Mohamed Hamdan, comandante de las Fuerzas de Apoyo Rápido paramilitares, estalló en una guerra en todo el país.
Los combates han precipitado una crisis humanitaria que ha dejado a millones de personas en Sudán, una nación de 46 millones de habitantes, enfrentando desabasto de alimentos, agua, medicinas y electricidad. Miles de personas han muerto y han resultado heridas en el conflicto, estiman las Naciones Unidas, funcionarios sudaneses y agencias de ayuda.
La guerra en Sudán ha desplazado a más de 5.2 millones de personas, reporta la agencia de refugiados de la ONU, y más de un millón de ellas han inundado países vecinos que enfrentan sus propios retos económicos y políticos.
Uno de esos países es Sudán del Sur, que ha recibido a más de 250 mil personas. Violencia entre comunidades, escasez de alimentos e inundaciones devastadoras continúan azotando al País, y muchos sudaneses del sur ahora están huyendo de la guerra en Sudán solo para iniciar un nuevo calvario en su tierra natal.
“Vienen a empezar desde cero”, dijo Albino Akol Atak, Ministro de Asuntos Humanitarios y Gestión de Desastres de Sudán del Sur.
En el cruce fronterizo de Joda, casi 2 mil personas, la mayoría sursudaneses, pasan penosamente todos los días. Muchos llegan después de semanas de caminar o conducir por territorio repleto de ladrones y fuerzas paramilitares que, según dijeron, les quitaron los teléfonos y la comida, agredieron sexualmente a las mujeres y golpearon a los hombres.
Después de ser procesados, los recién llegados son llevados en autobuses a un centro de tránsito a unos 60 kilómetros de distancia, en Renk. Diseñado para recibir a 3 mil personas, el centro ahora alberga el doble de ese número.
Durante una visita reciente, la gente estaba hacinada en un campo lodoso con limitado a regaderas o baños. Algunas familias construyeron refugios con lonas o sábanas. Otras estaban sentadas al aire libre, desafiando el calor de 37 grados centígrados durante el día y diluvios de lluvia durante la noche. El aire estaba lleno de los lamentos de niños enfermos y hambrientos.
El financiamiento para la crisis no se ha mantenido a la par con las crecientes necesidades. Las naciones donadoras —centradas en Ucrania y otras crisis— han prometido sólo el 20 por ciento de los mil millones de dólares necesarios para apoyar a quienes huyen de la violencia este año.
“Los niveles tan bajos de financiamiento en respuesta a la emergencia en Sudán realmente son una vergüenza”, dijo Filippo Grandi, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Casi 700 mil niños con desnutrición grave corren el riesgo de morir en Sudán, afirman las Naciones Unidas, y unos 500 niños han muerto de hambre, reporta Save the Children, una organización de ayuda.
Un día reciente, más de 600 personas se apiñaron en una barcaza que se dirigía de Renk a Malakal, una ciudad en el Estado del Alto Nilo en Sudán del Sur. Muchos de ellos estaban ansiosos por iniciar el viaje de un día, pero dijeron que estaban preocupados por lo que les esperaba.
Gai dijo que pronto estaría en un barco similar y regresaría a su aldea cerca de Bentiu. Se preguntó cómo estaría la granja que dejó atrás o qué le depararía el futuro a los tres hijos que le quedaban.
“Jamás quiero volver a Sudán”, dijo. “Pero sé que el lugar al que voy no será fácil”.
ABDI LATIF DAHIR. THE NEW YORK TIMES
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