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Qatar, el país de beduinos que acapara la atención mundial
La sede del Mundial de Fútbol fue hasta 1971 un protectorado del Reino Unido.
La capital de Catar es Doha, una moderna ciudad que acoge a casi la totalidad de los habitantes del país: 2,3 millones de personas. Foto: Getty Images
Desde antes de que sonara el primer pitazo del Mundial de Fútbol 2022 en Catar, el pequeño país, ubicado en medio del desierto en el Golfo Pérsico, ha estado en el centro de la controversia por la situación de los derechos humanos, la corrupción y el funcionamiento de la política allí.
En 2010, Catar logró los votos necesarios para convertirse en sede de la Copa del Mundo de este año. Se impuso sobre Estados Unidos, Corea del Sur, Japón y Australia. Casi nada se sabía del país elegido para albergar uno de los eventos deportivos más importantes.
La algarabía por el triunfo se fue empañando conforme avanzaron las construcciones de la infraestructura exigida por la Fifa y le sigueron otras polémicas. Las numerosas muertes durante las edificaciones, la alta huella de carbono que dejaron estas adecuaciones, las sospechas de compra de votos para hacerse con el Mundial y las condiciones de derechos para mujeres y población LGBTIQ+ han envuelto a la edición de 2022 de la mayor fiesta de fútbol.
Se estima que este evento le costó a Catar más de US$ 200.000 millones, el más caro de la historia. Pero los gastos no solo fueron materiales. Se habla de 6.500 trabajadores inmigrantes muertos por accidentes laborales en la construcción de los estadios.
Este país, de una extensión de 11.627 metros cuadrados, área de la misma extensión que Jamaica, disfruta de una incalculable riqueza acumulada por la explotación de sus yacimientos de gas y petróleo, uno de los más grandes del mundo. Se estima que el producto interno bruto de Catar es de US$ 179,6 billones y el ingreso per cápita es el cuarto más alto del mundo con US$ 113.675, por detrás de Luxemburgo, Liechtenstein, Singapur e Irlanda.
Esta nación, de casi tres millones de habitantes, de los cuales solo el 11 por ciento son locales, se precia de ser una las que tiene la calidad de vida y el índice de desarrollo humano más grande del mundo (0.855 en una escala de 0 a 1). Eso se logró en poco más de cincuenta años desde su fundación como país, tras independizarse del Reino Unido.
De protectorado a país
Desde comienzos del siglo XX hasta el año 1971 fue un asentamiento beduino (perteneciente a un pueblo árabe nómada) que detentaba la figura de protectorado del Imperio británico, para defenderse de las hostilidades de otros grupos tribales y del Imperio otomano, que lo había invadido a finales del siglo XIX.
Los cataríes se enorgullecen de su tolerancia hacia las culturas y creencias de los demás. Sobre el estado de la gran comunidad de inmigrantes del país, el emir gobernante, Tamim bin Hamad Al Thani, sostiene que “en Catar encuentran seguridad y un sustento digno”.
Aún se conservan las tradiciones de su pasado nómada y prácticas que tienen siglos de antigüedad, desde productos tejidos a mano hasta cetrería. Sin embargo, la población del país ahora es urbana y costera, conglomerada en su mayoría en Doha, la capital.
No entendemos por qué nuestro país está teniendo tan mala prensa, cuando lo que hemos querido es ofrecer lo mejor de nosotros al mundo”, Fahad al Hattab
La transformación ha sido abismal. De un adormecido puerto pesquero y perlífero a una metrópoli futurística, de rascacielos y avenidas inmaculadas, con ocho estadios con las más modernas técnicas arquitectónicas.
Para el confort de los jugadores y de los fanáticos se instalaron sistemas de aire acondicionado que mantienen la temperatura interna. Afuera de los complejos el calor asciende a los 30 grados, siendo esta época de ‘frío’ en la región. De junio a agosto, los termómetros pueden llegar a los 50 grados.
“La Copa de Fútbol es un sueño hecho realidad que nos enorgullece a todos en Catar y es frustrante que se esté politizando tanto. No entendemos por qué nuestro país está teniendo tan mala prensa, cuando lo que hemos querido es ofrecer lo mejor de nosotros al mundo”, aseguró a EL TIEMPO Fahad al Hattab, un catarí que ha vivido la transformación del paisaje de su país en las últimas dos décadas.
Pese a la modernidad que se respira en sus calles y en su ultraligero sistema de metro que atraviesa la capital, a las autoridades cataríes les ha costado actualizarse en otros ámbitos, como el sistema laboral.
El sistema migratorio
En temas de migración, las leyes de Catar son muy similares a la de otros países de la región como los Emiratos Árabes y Baréin, donde las visas dependen del patrocinio del empleador y responden a una estricta jerarquización por nacionalidad con relación al el tipo de trabajo que se quiera ejercer.
Los permisos para cargos de alta dirección y gerencia solo se otorgan a personas con pasaporte de Estados Unidos, Canadá o Europa occidental; a los latinoamericanos se les da residencia para trabajar en áreas de istración o gerencia media, incluyendo médicos, ingenieros, profesores; y a los migrantes de países como India, Bangladés, Nepal y Sri Lanka se les permite solo labores de construcción, servicios domésticos, y demás.
Aparte de la jerarquización, se suma el problema de que el Gobierno les dio carta abierta a contratistas para fijar las condiciones de los trabajadores migrantes.
Estos le dicen al Estado que pagarán US$ 1.200 a cada obrero. Pero la realidad es que los empleadores inescrupulosos solo entregan salarios de US$ 300
“Estos le dicen al Estado que pagarán US$ 1.200 a cada obrero. Pero la realidad es que los empleadores inescrupulosos, que tienden a ser también de países del sur de Asia, solo entregan salarios de US$ 300 por empleado. Y aunque están obligados a dar una vivienda adecuada, los terminan acomodando en barracas en pleno desierto en condiciones insalubres y con alimentación insuficiente. Además, les retienen sus pasaportes y los obligan a cumplir horarios de hasta 16 horas diarias”, explicó Emmanuel Rossini, un empresario italiano que vive en Doha desde hace diez años.
A su juicio, esto explica por qué Catar tiene el récord de casos en promedio (12) de trabajadores migrantes del sur de Asia que han muerto cada semana desde diciembre de 2010.
Los datos de India, Bangladés, Nepal y Sri Lanka revelaron que hubo 5.927 fallecimientos de trabajadores migrantes de esas nacionalidades en Catar en el período 2011-2020. Por separado, la embajada de Pakistán registró otras 824 muertes de trabajadores de ese país en el mismo período. La causa de la mayoría de esos decesos fue por problemas cardíacos asociados a las altas temperaturas y largas jornadas.
Ante las quejas internacionales, incluidas las de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) y de Amnistía Internacional, el Gobierno introdujo, en 2020, cambios en el sistema laboral. No obstante, en el pasado se había negado a hacerlo. Incluso cuando consultores legales le habían recomendado llevar a cabo una revisión exhaustiva de los altos niveles de muertes cardíacas reportadas y “muertes repentinas” inexplicables entre los trabajadores migrantes de la construcción.
Esto significó que a las familias de las víctimas se les negó la compensación a la que tenían derecho por la muerte asociada al trabajo.
“Los empleadores de Catar están fuera de control, usando lagunas legales para superar las nuevas leyes, y Catar tiene la responsabilidad de controlarlas”, apunta el informe de la OIT.
De acuerdo con la organización del trabajo, “mucho de esta Copa del Mundo se ha construido sobre las espaldas de personas que no solo han ganado muy poco, sino que el sistema las ha hecho más pobres”. De allí, se explica que una gran cantidad de fanáticos del fútbol se estén debatiendo entre boicotear o disfrutar del llamado ‘juego bonito’.
Los jugadores alemanes hicieron un gesto de silencio a modo de protesta por la violación de derechos humanos en Catar. Foto:EFE / EPA / Friedemann Vogel
Mujeres y LGBTQ+
Otro de los temas criticados durante el Mundial son las condiciones de estadía y la situación de derechos de mujeres y población LGBTIQ+. El país tiene una aplicación para que los hombres puedan vetar de permisos de viaje, licencias de conducciones y otros servicios gubernamentales a las mujeres solteras menores de 25 años.
Esa app ha sido descargada más de un millón de veces y ofrece de forma patente la visión de la vieja tradición beduina de ver a las mujeres como un “preciado” valor agregado de la sociedad, y, por lo tanto, deben ser protegidas. Esa fina línea de la protección al control hace que se enfrenten a una posición vulnerable en la sociedad catarí.
El Gobierno y un número creciente de mujeres cataríes predican la igualdad de género, derechos de género y empoderamiento femenino. Pero la realidad es que no hay adónde acudir para quejarse y no hay control sobre cómo se trata a las mujeres. Las familias tienen el control de las niñas de todas las formas posibles.
Esto se entiende porque Catar se adhiere a la estricta secta del salafismo, a menudo denominado wahabismo, que prevalece también en Arabia Saudita. La extrema naturaleza patriarcal del wahabismo significa que todo lo que hace una mujer está controlado: su honor y la reputación de su familia es primordial. Esta interpretación del islam tiene graves consecuencias para las mujeres. Human Rights Watch lo llama “discriminación profunda”.
Los hombres pueden casarse con hasta cuatro esposas, pero pueden divorciarse de cualquiera sin siquiera informarle al respecto. En cambio, para las mujeres está limitado, incluso si el matrimonio es abusivo.
Las mujeres no son guardianas de sus propios hijos. No tienen la autoridad para tomar decisiones sobre las escuelas, las finanzas o el tratamiento médico de estos. Una mujer que denuncia una violación puede ser enviada a prisión. Ni la violación sexual ni la violencia doméstica son ilegales.
A esto se enfrentan no solo las residentes de Catar, sino las turistas que estarán en la Copa Mundial de Fútbol. Los activistas por los derechos de las mujeres advirtieron que las hinchas que viajen a Catar pueden enfrentar persecución si se atreven a denunciar agresiones sexuales, solicitar atención de salud sexual o demandar intimidad cuando no están casadas.