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Análisis
‘Multilateralismo o fracaso: no hay alternativa’
Si no actuamos para defender los intereses comunes, nos enfrentamos a la ruina colectiva: analista.
Una profunda sensación de injusticia e hipocresía ha intensificado la vieja desconfianza entre el Norte y el Sur Global. Foto: iStock
A mis 82 años, he vivido innumerables convulsiones políticas y sociales, las suficientes como para acostumbrarme a los ciclos recurrentes de la historia. Pero los últimos acontecimientos me han dejado profundamente conmocionado y atemorizado. Los principios básicos del derecho internacional, establecidos tras la Segunda Guerra Mundial, están siendo flagrantemente socavados. La prohibición de adquirir territorios por la fuerza, la obligación de proteger a los civiles durante los conflictos, las limitaciones del derecho de legítima defensa y el mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de “mantener la paz y la seguridad internacionales” se están desmoronando, y con muy escasa consideración por las consecuencias.
En Ucrania y Gaza, la ocupación se ha convertido en un arma para resolver disputas. A los civiles se los utiliza como carne de cañón y se distorsiona el derecho a la autodefensa para justificar actos de represalia y venganza. Mientras tanto, Estados Unidos y Rusia abusan sistemáticamente de su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, reduciéndolo a un órgano sin poder, incapaz de reclamar un alto el fuego en ninguno de los dos conflictos. En medio de esta agitación geopolítica, las ejecuciones extrajudiciales, antes condenadas universalmente, se celebran como triunfos.
Esta ruptura refleja la rápida transformación del sistema de seguridad multilateral en un orden multipolar dominado por tres grandes potencias, cada una centrada específicamente en proteger sus intereses y en ampliar su esfera de influencia, dejando al resto del mundo cada vez más inseguro. En el panorama mundial actual, la regla cardinal parece ser que, con suficiente poder, los gobiernos pueden salirse con la suya.
La erosión de las reglas y normas internacionales se ve agravada por un doble rasero evidente. El apoyo incondicional de las potencias occidentales a las acciones de Israel en Gaza y el Líbano –justificado con el estribillo de que “Israel tiene derecho a defenderse”– contrasta marcadamente con las duras sanciones económicas impuestas a Rusia. Es cierto que Rusia inició la guerra en Ucrania, al igual que Hamas lo hizo en Gaza, pero las violaciones del derecho internacional por parte de Israel han sido tan numerosas y atroces que ha asumido, de hecho, el papel de agresor. Este doble rasero se ha sentido con particular intensidad en todo el mundo en desarrollo, donde la percepción es que el compromiso de las grandes democracias con los derechos humanos termina en sus propias fronteras. En consecuencia, una profunda sensación de injusticia e hipocresía ha intensificado la vieja desconfianza entre el Norte y el Sur Global.
Amenazas gigantes
Lo alarmante es que las tensiones geopolíticas se están profundizando en tanto la humanidad lidia con tres amenazas existenciales que exigen de una cooperación internacional estrecha: el cambio climático, la carrera armamentista nuclear y el auge de la inteligencia artificial.
La crisis climática ya ha escalado hasta convertirse en una catástrofe ambiental declarada, caracterizada por tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales cada vez más frecuentes y severos. Sin recortes drásticos de las emisiones de gases de efecto invernadero, se proyecta que el calentamiento global superará el umbral de 2 ºC fijado por el acuerdo climático de París de 2015 y que alcanzará 3 ºC para fin de siglo. Sin embargo, la comunidad internacional es incapaz de acordar sobre las acciones y la financiación necesarias para evitar el desastre. Y tal como sucedió en su primer mandato, el presidente de EE. UU., Donald Trump, se retiró del acuerdo de París, poniendo en serio peligro la posibilidad de lograr una acción climática eficaz.
Rusia confirma la liberación del bastión de Toretsk, Ucrania. Foto:X: @YurySaenz5
De la misma manera, los esfuerzos por mitigar la amenaza nuclear han retrocedido hasta convertirse en una frenética carrera armamentista. En marcado contraste con la afirmación de Ronald Reagan y Mijail Gorbachov de que “una guerra nuclear no se puede ganar y nunca debe librarse”, algunos Estados con armamentos nucleares hoy hacen alarde, abiertamente, de sus arsenales. Rusia, por ejemplo, ha amenazado repetidamente con desplegar armas nucleares tácticas en Ucrania. A estos peligros se suma el hecho de que el Nuevo Tratado Start –el último acuerdo que queda en pie para regular los arsenales de las dos mayores potencias nucleares del mundo– expirará a principios de 2026.
Al igual que en el caso del poder nuclear, abordar los riesgos que plantea la IA exige una supervisión y colaboración a nivel global. Pero, en el clima de confrontación y política de riesgo de hoy, es improbable que se produzca una cooperación significativa entre EE. UU., China y Rusia.
La creciente desigualdad, tanto entre países como dentro de ellos, es otro motor importante de inestabilidad global. Las disparidades económicas, sumadas a la creciente desconfianza pública en las élites, han alimentado el auge del populismo. Esto es particularmente preocupante, ya que la historia ha demostrado que una desigualdad fuera de control crea un terreno fértil para el ascenso de líderes autoritarios y fascistas.
Hace falta una nueva mentalidad con urgencia. A falta de un orden de seguridad efectivo e inclusivo, la carrera armamentista global se intensificará, aumentando la probabilidad de una guerra nuclear. El aislacionismo y las guerras comerciales, que sofocarán el crecimiento económico y sustituirán el Estado de derecho por el gobierno por la fuerza, no son la respuesta. Por el contrario, los gobiernos deben reconocer que la única salida es a través de la cooperación y el compromiso.
También es necesario reconocer que la globalización, si bien no está exenta de defectos, aporta grandes beneficios. Frente a los desafíos monumentales de hoy, podemos trabajar para garantizar la libertad y la seguridad para todos o mirar cómo el mundo se hunde en el caos. Para quienes tachen esto de idealismo ilusorio, he aquí un realismo contundente: sin un compromiso renovado con la libertad, la igualdad, la dignidad humana y la solidaridad, nos enfrentamos a la perspectiva muy real de una ruina colectiva.
(*) Director general emérito del Organismo Internacionalde Energía Atómica y exvicepresidente de Egipto. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2005, conjuntamente con el OIEA.
Habrá una terapia de choque
Nadie dudó que la istración del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, mostraría poca consideración por el multilateralismo. Incluso los de su gabinete con una orientación más global, como el Secretario del Tesoro, Scott Bessent, creen que el único propósito de comprometerse con las instituciones internacionales es “ganar”. Es decir, que EE. UU. debe comprometerse, pero solo para que sus propios intereses no se vean perjudicados (o sacar ventaja).
La típica crítica estadounidense al multilateralismo parte de la base de que el orden existente está fundamentalmente roto y de que es necesaria una sacudida de las instituciones internacionales para eliminar las amenazas a los intereses estadounidenses o a los desafíos a los puntos de vista estadounidense. Pero ¿qué vendrá después? Harán falta nuevos principios de orden global, y estos no vendrán simplemente de exigir que todo el mundo se ponga del lado de Washington.
Hay que reconocer que el diagnóstico no es del todo erróneo. La debilidad de los recientes esfuerzos multilaterales refleja una fragmentación intelectual y política profunda. Mientras el Fondo Monetario Internacional celebraba su reunión anual de otoño en octubre de 2024, los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y cuatro nuevos ) reunieron a 36 líderes nacionales en Kazán (Rusia), donde el debate se centró en la sustitución del orden monetario internacional basado en el dólar.
Por las mismas fechas se reunía en Cali (Colombia) la Conferencia de las Partes en el Convenio sobre la Diversidad Biológica, a la que pronto siguió una contraproducente cumbre sobre el clima en Bakú (Azerbaiyán) y luego una inútil cumbre del G20 en Río de Janeiro. Si el multilateralismo funcionara bien, todas estas negociaciones estarían unidas.
De vieja data
El rechazo al orden internacional no es nuevo en Estados Unidos, varias istraciones republicanas han manifestado su desprecio por el multilateralismo, exigiendo que los aliados ‘aprovechados’ de Estados Unidos que pagaran más por el paraguas de seguridad que ese país les proporciona.
Richard Nixon y su secretario del Tesoro, John Connally, no ocultaron su desdén por las instituciones internacionales, argumentando que solo una acción unilateral drásticamente perturbadora podría cambiar las cosas. Su terapia de choque comenzó espectacularmente en agosto de 1971, cuando Nixon puso fin a la convertibilidad del dólar en oro e impuso un gravamen general a las importaciones. Los demás países tuvieron que enfrentarse a un mundo en el que sus exportaciones se habían encarecido.
Del mismo modo, a principios de la década de 1980, los asesores de Ronald Reagan desconfiaban abiertamente del FMI; y muchos en la órbita de George W. Bush a principios de la década de 2000 sostenían que la reciente crisis financiera de Asia oriental había desacreditado al Fondo, y que los flujos de capital privado podían satisfacer todas las necesidades de financiación del desarrollo.
En cada caso, sin embargo, una grave crisis financiera acabó obligando a reconsiderar la situación. En los años setenta, la depreciación del dólar llevó a los productores de petróleo a subir los precios, y muchos países en desarrollo importadores de petróleo tuvieron que ser rescatados por un Mecanismo Petrolero del FMI recién creado. En 1982, la escalada del dólar y la subida de los tipos de interés estadounidenses produjeron una crisis general de la deuda, que llevó al FMI a reconfigurarse para responder a las exigencias del momento. Y tras el estallido de la crisis financiera mundial de 2008, en los últimos años de la presidencia de Bush, los gobiernos se vieron obligados a reunirse en el G20 y en otros organismos mundiales para contener las consecuencias y establecer nuevas reglas de juego.
Pero hay otra razón más fundamental por la que el multilateralismo seguirá siendo esencial. En un mundo que parece segmentarse en bloques rivales, la mayoría de los países se centran, con razón, en proteger sus propios intereses. Y como esos intereses no coinciden siempre con los de Estados Unidos, China o cualquier otra potencia, los gobiernos aspiran a mantener el o con todas las partes en el turbulento mar que se avecina.
Una dinámica similar subyacía tras el Movimiento de Países No Alineados de la época de la Guerra Fría, que reunía a países que se negaban a tener que elegir entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy en día, se mire donde se mire, el mensaje es el mismo: no queremos elegir bando.
El primer ministro británico, Keir Starmer, sostiene con razón que sería “sencillamente un error” que el Reino Unido eligiera entre Europa y Estados Unidos. En respuesta, el asesor de Trump, Stephen Moore, sugiere que los británicos deben elegir el socialismo europeo o el libre mercado al estilo estadounidense. Pero con todos los gobiernos aplicando ahora algún tipo de política industrial, esta yuxtaposición es una quimera.
Los episodios históricos desafiantes siempre traen consigo la constatación de que el mundo no se construye realmente en torno a cálculos de suma cero. El secretario del Tesoro estadounidense, Henry Morgenthau, lo expresó con elegancia en la conferencia original de Bretton Woods: “La prosperidad, como la paz, es indivisible. No podemos permitirnos que se reparta aquí o allá entre los afortunados ni disfrutarla a expensas de los demás”.
En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes estadounidenses se dieron cuenta de que no podían ganar la paz trabajando solo con quienes adoptaran su manual de juego. Y si un país tan poderoso como Estados Unidos en 1945 aún necesitaba ganar amigos e influir en la gente, los Estados Unidos de hoy sin duda deben hacerlo. La terapia de choque contra el multilateralismo traerá trastornos; pero después de eso, debe traer más cooperación internacional, porque no hay alternativa.