Aquella conocida expresión según la cual pocas cosas importan tanto en la economía como la política volvió a hacerse evidente ayer en Davos. Sin desconocer que el primer día de sesiones temáticas fue muy variado, la mayor atención se concentró en el problema que inquieta a la gran mayoría de los asistentes: las tensiones internacionales y la posibilidad de que los vientos de guerra soplen todavía con más fuerza.
Que esa preocupación está presente es algo que dejó muy claro Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Según la funcionaria, el planeta vive una coyuntura “de conflicto y confrontación, de fragmentación y miedo”.
Las causas de esa visión son conocidas. Tanto la invasión de Rusia a Ucrania como la ofensiva de Israel contra Hamás, que amenaza con extenderse a otros puntos del Medio Oriente, no parecen tener una salida fácil, al menos en el corto plazo. La perspectiva de conflictos prolongados, en los cuales las grandes potencias meten baza, dispara los riesgos a un nivel que no se veía desde la época de la Guerra Fría.
Y ninguno de los oradores que hablaron en la víspera ayudó a tranquilizar al auditorio. Si bien tanto China como Estados Unidos tuvieron representantes de alto nivel, primó más el ánimo de lanzar dardos que el de tender puentes.
De tal manera, el primer ministro chino Li Qiang, que encabeza la delegación más numerosa de su país que haya hecho presencia en años en la población suiza, criticó en un discurso hecho en el gran salón del Palacio de Congresos las restricciones al comercio adoptadas por Donald Trump y continuadas por Joe Biden.
Por su parte, el consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, sostuvo en el mismo escenario que Washington solo conduce acciones limitadas en áreas específicas, con lo cual ignoró las críticas de Pekín. A su turno, el secretario de Estado, Antony Blinken, quien también se encuentra en la población alpina, adelantó reuniones a puerta cerrada más enfocadas en el Medio Oriente.
Otro invitado especial se encargó de recordarles a los asistentes que la gran amenaza persiste. Con su tradicional uniforme de fatiga, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, se ganó una ovación de pie al decir que su país seguirá pagando un enorme costo por defender su territorio y servir de muro de contención al expansionismo ruso, pero que requiere de mucho más apoyo.
Basta recordar que la ayuda de los estadounidenses se agotó y el Congreso dominado por la oposición se niega a discutir un nuevo paquete de recursos. Y en lo que atañe al bloque comunitario, Hungría ha impedido el giro de una cuantiosa suma que Kiev necesita con desespero.
Así las cosas, en Davos no aparece ninguna luz al final del túnel. De hecho, la mayoría de los expertos considera que la realidad puede ser peor en unos pocos meses si Donald Trump regresa a la presidencia y vuelve a usar la partitura de su primer turno: enfriamiento hacia la Otán y mensajes conciliadores para Vladimir Putin, que envalentonarían a Moscú.
Como si eso no fuera suficiente, varios expertos sostienen que el creciente poderío militar chino apunta a crear problemas con sus vecinos del sudeste de Asia. Eso para no hablar de lo que pueda suceder con Taiwán, cuya subsistencia como ente independiente no es algo que Pekín acepte.
Incluso si los peores temores no se concretan, el panorama pinta difícil. Para Meghan O’Sullivan, profesora de la universidad de Harvard, “vivimos en un ambiente más propenso al conflicto”.
En opinión de la académica, el motivo es que el planeta experimenta una serie de transiciones de distinto orden, que de alguna manera están interrelacionadas.
Así, el clima de cooperación internacional que llegó a vislumbrarse ha sido reemplazado por uno de competencia. En paralelo, la globalización le ha dado paso a la fragmentación, algo que se expresa en un mundo multipolar. No menos importante es el abandono de los combustibles fósiles y el desarrollo de fuentes de energía limpias, lo cual también viene con una expresión geopolítica.
Puesto de otra manera, ahora hay muchas más zonas de fricción mientras se define un nuevo orden internacional, pues el que se diseñó después del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial da señales de agotamiento. Como ese proceso puede tomar décadas, vendrán más y no menos roces entre países y bloques.
Dentro de esa perspectiva, llama la atención que América Latina no está en el radar de la mayoría. Más allá de los sobresaltos en el campo político y la insatisfacción de sus pobladores, las urgencias de esta parte del mapa palidecen ante los incendios que hay en otras latitudes afectadas por guerras y grandes tragedias humanitarias.
Expertos como la excanciller española Arancha González piensan que en temas críticos como el calentamiento global la región puede jugar un papel clave (
leer entrevista aquí). Pero para ello las naciones del área necesitan hablar de manera más coordinada, así sus presidentes piensen o tengan ideologías distintas.
No obstante, por el momento, los ceños fruncidos se acumulan. Así exista consenso en que la armonía mundial está en serios problemas, no parece posible que en Davos –ni en ningún otro espacio– vaya a comenzar a construirse pronto una solución.
RICARDO ÁVILA - ANALISTA SÉNIOR - ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
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