Colombia - Estados Unidos: ¿Cómo se proyecta la relación en los dos últimos años del gobierno de Gustavo Petro y con un nuevo inquilino en la Casa Blanca?

La llegada del primer líder de izquierda a la presidencia de Colombia planteó, de entrada, una enorme expectativa por el futuro de las relaciones con Estados Unidos, que por más de dos décadas ha sido el principal socio geoestratégico del país.

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Si bien ambos países han encontrado muchos puntos en común y mantienen una sociedad funcional y diversa, las diferencias en enfoques y objetivos también han provocado momentos de fricción que podrían exacerbarse hacia adelante, dependiendo quién gane en noviembre las elecciones presidenciales y legislativas de Estados Unidos.

Desde el primer día, y eso lo demostró con el envío de una inusual delegación de alto nivel a Bogotá aún antes de que Petro se posesionara, la istración demócrata de Joe Biden dejó claro su interés en trabajar con el nuevo gobierno sin reparar en colores políticos. Algo que han repetido en eventos públicos y audiencias en el Congreso cada vez que han tenido la oportunidad.

“Petro es el presidente electo por los colombianos, un país con el que tenemos una relación histórica que queremos preservar y profundizar”, dijo recientemente el subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols.

Una perspectiva en la que coincide el nuevo embajador de Colombia en Washington, Daniel García-Peña.

“Todos reconocen que Petro fue electo democráticamente y Estados Unidos eso lo respeta. Hay discusiones, pero son normales como en cualquier relación. Más allá de quién es el presidente en Colombia o quién es el presidente en EE. UU. hay una relación que se ha mantenido, se sigue manteniendo y yo diría que en muchos temas hoy en día, inclusive, está mejor que nunca”, le dijo el embajador a este diario.

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En la práctica, eso se ha traducido en decenas de visitas de funcionarios en ambos países: 90, según un conteo que lleva la embajada, y más 150 citas con funcionarios en Washington. Asimismo, se han realizado dos sesiones de los llamados Diálogos de Alto Nivel, que se mantienen desde el año 2010 para tratar de diversificar una agenda que venía muy marcada por la lucha contra el narcotráfico y explorar caminos en las agendas sobre cambio climático, inclusión y desarrollo social, temas prioritarios para ambos gobiernos.

A esto se suman los cuatro encuentros entre los presidentes Gustavo Petro y Joe Biden en 2023 y la visita de la vicepresidenta Francia Márquez a Washington y Nueva Orleans.

La relación, además, se ha “oxigenado” con la evolución de dos temas que son críticos para EE. UU. y en los que Colombia juega un papel clave.

Por un lado, el reenfoque de Washington hacia una guerra contra el tráfico de fentanilo (que proviene de China y entra por México principalmente) ha desviado la atención de los cultivos ilícitos en el país.

Si bien los cultivos de coca han seguido creciendo en el país, su impacto en el debate sobre drogas ilícitas en EE. UU. tiene menos relevancia. De hecho, un sector de la istración Biden ha sido muy receptivo a la idea de que el enfoque exclusivo en la erradicación de plantaciones de coca no ha dado los resultados esperados, lo cual ha reducido la tensión en un frente que solía ser determinante para las relaciones en el pasado.

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Paralelamente, la crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos, un tema explosivo en la política doméstica de este país, le ha añadido una nueva dimensión a la relación bilateral con Colombia.

Washington, por ejemplo, agradece que Colombia haya dado albergue a los millones de venezolanos que han huido del régimen de Nicolás Maduro y entiende que es un paso clave para frenar una nueva ola migratoria que se está originando ahora desde Suramérica pasando por el llamado Tapón del Darién.

Eso ha dado pie al desembolso de más de 300 millones de dólares en asistencia y múltiples frentes de cooperación.

Entre ellos, la creación de los centros de movilidad que se abrieron en Colombia para procesar las solicitudes de asilo de otros países con miras a ampliar las vías legales de migración.

La istración estadounidense, dicho sea de paso, entiende que Petro es y podría ser clave en el retorno de la democracia a Venezuela, un incentivo adicional para mantener los canales de comunicación abiertos y bien aceitados.

“La predicción era que Petro iba a destruir las relaciones con EE. UU., pero han pasado dos años y nada de eso ocurrió”, le dijo a este diario una alta fuente diplomática en Washington.

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Sin duda, no todo ha sido color de rosa. De hecho, el consenso apunta a un deterioro.

Si bien también hay un tema presupuestal de por medio y Colombia compite con otras prioridades en la política exterior de EE. UU., a lo largo de estos últimos dos años el Congreso ha reducido la ayuda que le daba al país en casi un 25 por ciento, si se tiene en cuenta la partida que acaba de pedir el Senado para el año fiscal 2025 (la reducción pedida por los republicanos es aún mayor).

Los del Legislativo, al menos los de esta colectividad, atribuyen los recortes a las políticas del presidente Petro y sus alianzas con países que consideran rivales.

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“Petro, con sus acciones, nos sigue demostrando que no quiere esta relación especial con EE. UU.”, dijo en su momento Mario Díaz-Balart, presidente de la Comisión de Apropiaciones para las operaciones en el extranjero.

Tampoco contribuyeron al ambiente las declaraciones del mandatario colombiano tras los ataques de Hamás a Israel -y su posterior rompimiento de relaciones con Tel Aviv-, que fueron criticadas tanto por demócratas como por republicanos.

“Sus relaciones con países aliados, especialmente con Estados Unidos, se han erosionado en estos dos años, que caen justo en medio de varios escándalos políticos y personales, y que coinciden con la enorme crisis electoral en Venezuela. La tibia posición de Petro ante el fraude electoral es un contraste ante la vehemencia de EE. UU. y que se suma al rompimiento de las relaciones con Israel, un aliado histórico de Washington”, afirma Muni Jensen, socia y analista senior en DGA, una firma de consultoría en la capital estadounidense.

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Según Jensen, a pesar de que la relación con EE. UU. continúa activa en temas de desarrollo, narcotráfico y comercio, son notorias las fisuras y podrían profundizarse en los dos años que le restan.

“Hoy, la relación con Colombia está enmarcada en temas geopolíticos, que serán prioritarios en la campaña electoral estadounidense. Temas como la inmigración, la crisis en Venezuela, el tráfico de drogas sintéticas, el terrorismo y el cambio climático, serán parte de las plataformas tanto de Donald Trump como de Kamala Harris. En los próximos dos años, el gobierno de Petro tendrá que manejar la diplomacia con mucho cuidado para evitar un enfriamiento más hondo”, sostiene la analista.

Un triunfo de Harris acompañado de un Congreso en el que los demócratas controlan al menos una de las Cámaras mantendría el statu quo actual, salvo que se diera algún sobresalto antidemocrático en Colombia.

Pero, una Casa Blanca ocupada por Donald Trump con un legislativo dominado por el Partido Republicano -algo muy viable a estas alturas- podría devolver la relación a una época, como la de mediados de los años 90, marcada por la hostilidad y la confrontación.

SERGIO GÓMEZ MASERI

Corresponsal de EL TIEMPO

Washington