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'Los llanos', la narración de una pérdida
Reseña de la novela del escritor argentino Federico Falco, finalista del Premio Herralde de Novela.
En esta novela, Federico Falco describe el proceso de un duelo en un paisaje que le es conocido. Foto: Catalina Bartolomé
Cómo se describe un paisaje raso? Sobre la tierra aparentemente yerma –donde no crece nada– hay muy poco sobre lo que escribir. La mirada necesita cierta voluptuosidad, algo que irrumpa sobre las planicies o al final de ellas para poder decir: está llano, hasta que no lo está más, hasta que se ve el cielo, un árbol aporreado por un viento que le toca solo a él, un morro al que se le hacen preguntas sobre cómo fue que surgió, o un cuerpo vivo.
Para hablar de un paisaje plano se necesitan manchas. O por lo menos así parece pensar el protagonista de Los llanos, de Federico Falco, quien cosecha y hace del pedazo de tierra llana que alquiló un sitio para el alimento.Los llanos es la última novela publicada de Falco, un escritor nacido en Córdoba, Argentina, en 1977, que ha dedicado su vida adulta a dictar talleres de escritura, editar y publicar libros de poemas como Made in China, de cuentos como La hora de los monos y Un cementerio perfecto, y novelas como Cielos de Córdoba y, claro, Los llanos. Con esta última fue finalista del Premio Herralde de Novela. En ella narra una pérdida: la de un hombre al que amaba y con quien convivía, también la del espacio que compartían y las historias que ya no tendrán.
El protagonista decide atravesar el duelo regresando a un tipo de paisaje que le resulta familiar: el de una finca que le recuerda los viajes que hacía con sus abuelos. El paisaje que ve cuando se asoma por las ventanas, o sale a cuidar el huerto que decidió comenzar, va cambiando con el tiempo que para él pasa lento, muy consciente. Con la misma lucidez se detiene a describir lo que experimenta: desde los ruidos pequeños hasta las formas que acoge la tormenta. Documenta también su cansancio y cómo va sintiendo su cuerpo a medida que va haciendo crecer la huerta; reconoce el dolor y agradece el agotamiento como un regalo, como un atontamiento necesario que da el cultivo para poder sobrellevar los día.
Los capítulos están divididos –más o menos– por meses y en cada mes hay algún paso de la huerta; hay siembra, riego, germinación y una cosecha que a veces no hay quien consuma porque allí él está casi solo. Como lo está en la escritura. A lo largo de los capítulos hay una constante reflexión sobre el proceso de un escritor y se debate entre las diferencias o las similitudes que guarda el ejercicio de crear un texto con la vida. “Hay algo del placer de dar forma, de controlar la forma de las cosas, que tiene la cerámica, que antes tenía para mí la escritura y que no tiene la huerta. A la huerta hay que entregarse: disponer y después que el clima y la suerte alteren, pulan, moldeen”, escribe Falco.
En Los llanos también se va narrando cómo el protagonista salió del entorno familiar, pues allí no podía ser quien es –un hombre que ama a otros hombres–, y ahora hace una especie de retorno a un lugar donde no puede ser el mismo, no por la presencia de testigos o castigadores, sino porque deja de reconocerse y de entender cuáles eran esas pulsiones que lo hacían quien era antes del encuentro con ese hombre. Se desconoce. En ese llano tiene la tierra, el mugre bajo las uñas, el sudor de haber conseguido ese mugre, el alimento y el pensamiento, pero no sabe qué hacer con todo eso.