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Cosas que no se pueden ocultar

Claire Keegan cuenta en 'Cosas pequeñas como esas' los abusos de la Iglesia católica en Irlanda.

La autora irlandea Claire Keegan también escribe parThe New Yorkery The Paris Review.

La autora irlandea Claire Keegan también escribe parThe New Yorkery The Paris Review. Foto: Getty Images

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Hay imágenes que se convierten en grietas dentro de nuestra memoria: una gallina patinando sobre el hielo, por ejemplo. Hay otras que son efímeras; un hilo de whiskey que cae sobre una torta. Luego están las peores, esas que nos persiguen y quedan grabadas, no en los ojos, sino en el pensamiento, imágenes como: una mujer obligada a congelarse en el depósito de carbón de un convento, rodeada por sus propias heces, susurrando: ¿dónde está mi hijo? Estas son algunas de las escenas que Bill Furlong, el protagonista de la novela 'Cosas pequeñas como esas', ve a lo largo de su historia.
Ambientada en la década de 1980 'Cosas pequeñas como esas', de la escritora irlandesa Claire Keegan y publicada por Eterna Cadencia, es un relato sobre un pequeño pueblo irlandés donde en apariencia no pasa nada: caen las hojas como todos los años, llega el invierno, las filas de desempleo crecen y la gente se va. Un pueblo con personas tranquilas, que como pueden se ganan el pan y le compran leña y carbón a Bill Furlong, un hombre también normal, con una familia normal, pero con un pasado difícil.
Bill fue un hijo abandonado. Su madre lo tuvo a los 16 años y en un momento en que toda su familia le daba la espalda, la señora para la que ella trabajaba decidió apoyarla. Esa misma señora cuidó de Bill cuando su madre murió de forma repentina. Lo crió, le enseñó a leer, le dio un hogar, hasta una pequeña herencia. Y sin embargo, Bill siempre se sintió en deuda. Siempre volvía a su memoria la bondad de las señora Wilson, que él creía lo había salvado y le había permitido tener una vida, una casa, cinco hijas a las que está viendo crecer, una esposa y una empresa próspera. Esta aparente felicidad siempre encontraba la forma de incomodar a Furlong, siempre terminaba por hacerse las siguientes preguntas: ¿cómo sería de diferente mi vida si tomara otros caminos, si mi suerte hubiese sido otra?
Cosas pequeñas como esas
Claire Keegan 
Eterna Cadencia
96 páginas
$ 47.000

Cosas pequeñas como esas Claire Keegan Eterna Cadencia 96 páginas $ 47.000 Foto:Archivo particular

Pero esta novela no es sobre las preguntas o la crisis de un hombre. La maestría de la autora está en que a partir de pequeños retratos de la vida cotidiana va armando un rompecabezas que construye algo mucho más grande: la historia de un país. El trasfondo de Cosas pequeñas como esas tiene que ver con los crímenes cometidos por la Iglesia católica en Irlanda, en especial los crímenes en las lavanderías de las Magdalenas. Estos eran unos lugares que funcionaban como asilos para mujeres, dirigidos por monjas católicas con el apoyo del Estado irlandés. Sin embargo, se descubrió que en estos centros maltrataban de las peores formas posibles a las mujeres que allí llegaban, muchas de ellas madres solteras, mujeres con problemas de aprendizaje y niñas víctimas de abusos sexuales.
No solo las obligaban a realizar trabajos forzados -en especial lavar ropa por horas, pues esta era la actividad con la que decían se sostenían estos lugares-, también en algunos casos se documentaron robos de bebés y abusos sexuales. Estas lavanderías funcionaron hasta 1996 y solo hasta el año 2013 el Estado reconoció y pidió disculpas a las víctimas por la existencia de estos centros.
Es de este contexto que nace esta obra de ficción. Qué más allá de ser un memorial de agravios o una novela de denuncia, lo que busca es recrear ese mundo que permitió que existieran instituciones como estás. Por eso el problema de la religión está presente desde las primeras páginas, esa lucha entre protestantes y católicos que tantas vidas ha acabado en Irlanda marca los ritmos de la historia, así como la presencia de los conflictos con Inglaterra y las políticas thatcheristas o el peso que recae sobre una sociedad después de tantos años de violencia que prefiere el silencio ante cualquier acto de injusticia. Lo impresionante es que Keegan, en tan solo 94 páginas, logra desarrollar toda esta historia. En gran medida esto se debe a que abandona cualquier pretensión de relato épico o de ensayo encubierto y se concentra en lo que la literatura mejor puede hacer: crear imágenes y sentimientos.
De ahí que, volviendo a la novela, el buen y ejemplar Furlong sienta que su vida cambió luego de llevar un pedido de carbón al convento. Mientras intentaba dejar la carga se encuentra, de casualidad, con una imagen que lo transformará: una mujer abandonada en el depósito de carbón, condenada a morir congelada. Esto sacude su conciencia. Si bien pudo hacer como todo el pueblo y mirar hacia otro lado, decidió que lo mejor era actuar. Pero se aleja del relato del héroe salvador. Bill sabe que no podrá cambiar el mundo, de hecho sabe que pone su mundo en peligro, el futuro de sus hijas y su propia estabilidad emocional y económica. Con todo esto en mente sigue.
Lo que sigue en la historia son pequeñas cosas, pequeñas acciones que en muchos casos terminan siendo más significativas que las grandes guerras. El mismo Bill sabe que al no ayudar a esa mujer que vio le está quitando la posibilidad a alguien de vivir, sabe que es su turno para hacer lo que hicieron con él, así el mundo se le vuelque encima. No por nada la propia madre superiora del convento lo amenaza de forma sutil, no por nada los vecinos le dicen que es mejor alejarse de los “problemas”, no por nada cuando el pueblo ve lo que hace lo ignora o pretende no ver lo que hizo. Y él sigue caminando o cómo lo muestra el narrador: “A medida que avanzaban y se topaban con más personas que Furlong conocía y que no conocía ni reconocía, se preguntó qué sentido tenía estar vivo sin ayudarse los unos a los otros. ¿Era posible seguir adelante a lo largo de todos los años, de décadas, de toda una vida, sin ser lo suficientemente valiente como para ir en contra de lo establecido y, sin embargo, llamarse cristiano, y enfrentarse al espejo?”.
Seguro Furlong será uno de esos personajes que se quedan como una grieta en la memoria. Si hay algo más que destacar en esta edición es la traducción del poeta argentino Jorge Fondebrider que logra rescatar el tono lírico que la prensa anglosajona ha alabado en la escritura de Keegan.
Cosas pequeñas como esas es, para no decir más, un libro que nos llama a la reconciliación. L

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