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Mark Gevisser y el viaje por las fronteras queer del mundo
El periodista sudafricano escribió La línea rosa, que describe la realidad LGBTIQ+ en el mundo.
Gevisser recorrió países de cuatro continentes para la investigación de su libro. Foto: Cortesía Editorial Urano
Un fantasma recorre el mundo. Y esta vez no es el fantasma del comunismo: es un espectro maricón y lésbico, travesti, transexual y transgénero, un espanto arcoíris y una presencia no binaria que amplía el lenguaje hasta antípodas insospechadas, una sigla de guerra que no deja de crecer, un deseo pan y bisexual que engendra nuevos deseos y que eyacula su propia revolución, que no es otra que la del placer, la tolerancia y la libertad. El fantasma LGBTIQ+ que divide la geopolítica mundial y que plantea otra forma de entender el mundo.
Hace diez años, solo once países habían legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo (en la actualidad, ya son 31, además de varios estados de México). Hace tan solo una década, la representación trans era casi invisible, pero hoy se cuenta con actrices como Laverne Cox, Mj Rodriguez, Indya Moore y Dominique Jackson en series y películas. Se dice fácil, diez años, pero en ese breve periodo el movimiento LGBTIQ+ ganó batallas por los derechos, inauguró debates como el del lenguaje neutro y sacó del clóset a millones de personas que hoy en día pueden mostrar sus verdaderos colores, como canta ese clásico ochentero de Cyndi Lauper.
Y sin embargo…
No todo es alegría ni celebración. A la par que esta ola de tolerancia y aceptación de la diversidad fue creciendo en rincones del mundo, en otros se afianzaron las fronteras políticas para combatir ese ‘vicio occidental’. De eso se dio cuenta el periodista y guionista sudafricano Mark Gevisser: que el planeta se barajaba por tensiones en las que cuestiones como orientación sexual y género eran la nueva disputa entre un Occidente ‘pervertido’ y un Oriente ‘moral’.
Gevisser reporteó durante siete años diez historias en distintos países de cuatro continentes para entender qué tanto las cuestiones queer dividen o unen a las personas. El resultado fue La línea rosa: un viaje por las fronteras queer del mundo. Una investigación periodística en la que a través de refugiados, activistas, personas del común y organismos de cooperación internacional se hace un ambicioso paneo sobre los derechos LGBTIQ+ globales y la manera en que estos influyen en los devenires políticos y económicos de la humanidad.
Usted usa la línea rosa (como título de su libro y como teoría) para explicar los acontecimientos políticos en el mundo. ¿En qué momento tuvo la epifanía de que algo así estaba ocurriendo?
Mi esposo y yo decidimos casarnos en 2009, no porque creyéramos en la institución del matrimonio, sino porque queríamos acceder a los mismos beneficios que tenían las otras parejas. Mi país, Sudáfrica, desde muy temprano legalizó el matrimonio del mismo sexo. Todo estaba alineado para que lo hiciéramos. Sin embargo, noté que esa posibilidad que tenía en territorio sudafricano no era la norma ni en el continente ni en el mundo. Si yo hubiera nacido más allá de la frontera nacional, en Zimbabue, por ejemplo, no hubiera podido casarme. Incluso en esos años, si hubiera sido estadounidense, habría sido imposible. Ahí pensé: “el mundo realmente es un sitio demasiado desigual”.
Eso fue por los mismos años de una historia que cuenta en su libro: la de Aunty y la represión que sufrió…
El libro es del sello Tendencias. 576 páginas. $95.000 Foto:Archivo particular
Sí, por esa época leí en un periódico la historia de Tiwonge Chimbalanga, quien debió huir de Malaui porque tuvo una ceremonia tradicional de compromiso con un hombre. Ella es una mujer, pero nació como hombre, así que se vio como una ofensa ‘gay’ contra los valores nacionales y una provocación directa. Mientras yo me casaba con mi esposo y podía ir con él a vivir a París, Aunty era encarcelada, agredida y obligada a refugiarse en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Esta historia me dio la primera visión clara de la línea rosa, una frontera que no solo es geográfica, sino también temporal, cultural, política y económica, que confronta, define y describe al planeta.
Su libro es bastante ambicioso: es una investigación que abarca los continentes africano, europeo, americano y asiático. Es una mirada a distintos modos culturales, creencias religiosas, sistemas políticos, económicos y judiciales. ¿Cómo fue el proceso de investigación?
El libro tenía que ser ambicioso porque quería demostrar que la línea rosa no es una, sino que diferentes variantes atraviesan el mundo, con sus propias particularidades. Porque para los homofóbicos es muy fácil reducir todo a una línea binaria, en la que en un lado está A y al otro B. Pero son puras patrañas, porque crea una falsa idea de que la batalla es una y homogénea. Si miramos un caso del norte global, en Estados Unidos la batalla no es solo una: hay tensiones constantes entre estados demócratas y republicanos. Y si miramos hacia el sur global, hay muchas maneras de ser queer más allá de una batalla entre A y B. Si no tenemos esto en mente, el discurso LGBTIQ+ se reduce a la visión de Europa occidental y sus luchas. Para evitar las simplificaciones, tenía que ser ambicioso.
¿La ambición tenía algún tipo de riesgo?
Claro que sí. El principal, creo yo, era convertir estas historias y contextos en algo muy voluminoso. Que a su vez desemboca en una ambición enciclopedista. No quería que alguien leyera el libro y pensara “esto es una enciclopedia que me permitirá conocer todo lo que pasa en el mundo sobre las vidas queer”. Y no, no es una enciclopedia. La línea rosa es una investigación que elige diez historias distintas para intentar explicar las dinámicas LGBTIQ+ en el mundo.
¿Por qué eligió los países que investigó? ¿Por estos y no otros?
Gevisser tendrá charlas en universidades como la Javeriana y lo Andes. Su visita es del 18 al 23 de octubre. Foto:Cortesía Editorial Urano
Fue una combinación entre planificación y aleatoriedad. Planifiqué ir a lugares donde pensé que sería fácil llegar, donde podría conocer gente que me ayudara y que viviera de manera latente las tensiones de la línea rosa. Sabía que quería incluir un país de Latinoamérica, así que tenía cuatro en mente: México, Brasil, Argentina y Colombia. Investigué mucho sobre la realidad colombiana, las tensiones entre el progresismo y el disparate de la ‘ideología de género’. Sin embargo, para el momento que quise visitar Colombia, no tenía el dinero. Y estaba trabajando en Estados Unidos haciendo la reportería, así que era mucho más fácil para mí cruzar la frontera y por eso la historia sobre la línea rosa mexicana terminó en el libro. El azar tuvo mucho que ver.
En el proceso de investigar estas historias, usted fue a diferentes países que podían ser riesgosos para personas LGBTIQ+: Rusia, Malaui, Egipto, por citar algunos. ¿Qué medidas de seguridad tomó, tanto para usted como para sus fuentes de información, que incluso podían perder la vida en ciertos países?
Jamás sentí que yo estuviera en algún tipo de peligro. Como extranjero, con un pasaporte europeo por casarme con mi esposo, de piel blanca y con una buena posición económica, estaba protegido, tanto de las leyes locales como de la violencia homofóbica. Pero cada una de las personas que aparece en este libro sí podía estar en riesgo de múltiples violencias. Era mi responsabilidad proteger sus vidas. Por eso, este libro tomó tanto tiempo, porque tenía que ganarme su confianza. Yo no podía llegar de la nada a pedirles que me contaran sus historias. Era mi deber asegurarles a estas personas que jamás haría nada que pusiera sus vidas en riesgo. En algunos casos usé seudónimos para proteger identidades o cambié algunos detalles de los personajes por petición suya.
En los últimos diez años, el lenguaje para hablar de lo LGBT ha explosionado en una gran diversidad lingüística. Ahora la sigla tiene un símbolo de + para abarcar diversas identidades de género, hablamos de personas no binarias, hay todo un glosario. En su libro muestra cómo este lenguaje nuevo crea tensiones, sobre todo en lugares donde diferentes expresiones de género eran respetadas desde hace siglos…
En Indonesia existe la palabra waria, un término que se usa para hablar de aquellas personas que no se identifican con su género de nacimiento. Y este nuevo lenguaje está trayendo consecuencias para estas personas, no solo en Indonesia, sino en todas partes del mundo. En Filipinas la palabra usada es baklâ. En todas las aldeas hay algune, les aman, son aceptades… Pero tienen un lugar muy definido en la sociedad: están para la industria de la belleza, pero no pueden ser profesionales ni tener aspiraciones políticas.
Y este nuevo lenguaje lo que hace es decirles “ustedes waria, ustedes baklâ, son seres políticos que pueden exigir igualdad de derechos y ser lo que quieran ser”. Eso es una amenaza para los gobiernos autoritarios, porque no es solo que lo gay amenace por ser gay: es porque trae consigo peticiones de igualdad y respeto por los derechos humanos. Es decir, este nuevo lenguaje está para cambiar la agenda. Y eso se ve como peligroso.
Las grandes víctimas de la violencia LGBTIQfóbica son las personas trans: desde políticas en su contra hasta asesinatos. Si estas personas dejaran de existir, ¿qué perdería el mundo?
La sociedad puede intentar borrar esa diversidad y esconderla debajo de las rocas, pero jamás podrá eliminar la valentía y la disidencia. Esta es una violencia basada en género: sea en Colombia, Sudáfrica u otro país, estas personas están siendo perseguidas porque desafían conceptos binarios en sociedades machistas, porque muestran otras maneras de ser mujer. Por eso, se les ve como algo peligroso por parte de quienes necesitan el binarismo para comprender y manejar el mundo. Si estas personas dejaran de existir, estaríamos condenados al binarismo, el patriarcado ganaría y se reforzaría la violencia contra las mujeres. Viviríamos en un mundo mucho peor.
SERGIO ALZATE
Mark Gevisser estará en Bogotá del 18 al 21 de octubre, Gevisser tendrá varios encuentros con el público. Informes en las redes de @edicionesuranocolombia.