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'Imagínate lo que hubiera sido Gardel con Instagram'

El historiador argentino Felipe Pigna acaba de publicar una completa biografía del cantor de tango.

Escena de 'Tango Bar final' que finalmente no fue incluida en la pelìcula. Gardel baila con Rosita Moreno.

Escena de 'Tango Bar final' que finalmente no fue incluida en la pelìcula. Gardel baila con Rosita Moreno. Foto: Gentileza Grupo Planeta

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Mucho se ha escrito sobre su vida. Pero poco tan completo e investigado como el libro que acaba de publicar el historiador argentino Felipe Pigna. Se titula así: Gardel. Una biografía de casi 600 páginas que recorre su historia desde que nació, en 1890, hasta su muerte en Medellín casi cuarenta y cinco años después.
¿Cómo surgió en Carlos Gardel el sueño de cantar?
Por un lado su mamá, Berta, siempre le cantaba. Y ya cuando tenía cinco o seis años empezó a deambular por las calles de Buenos Aires y a transitar los teatros que quedaban cerca de donde vivían. Por la calle Corrientes. Carlos repartía las camisas que su mamá planchaba y así ingresaba a los camerinos de los teatros. Había mucha comedia musical. Él se quedaba a ver las obras y conocía a los cantantes, a los actores. Así empezó a animarse a cantar. Lo llamaban “el sito que canta”. A los artistas les llamaba la atención un niño tan pequeño con esa linda voz. Después, con 12 o 13 años, empezó a recorrer bares y cafés. Cantaba un repertorio folclórico, nada de tango. Hasta 1917, cuando tenía 27 años, empezó a cantarlo. El primero que interpretó fue Mi noche triste.
Su madre no quería que fuera cantante…
Como toda mamá que busca la prosperidad en un país de migración como la Argentina –llegaron en 1892–, quería que su hijo fuera médico o abogado, que estudiara. Para ella el arte era algo muy azaroso. Y cuando Carlos comenzó a recorrer pueblos, le iba muy mal. El dúo Gardel-Razzano, el primero que integró, tuvo que escaparse de uno que otro hotel sin pagar en un pueblo de provincia por falta de dinero. Pero luego, cuando Carlitos triunfó, su mamá estuvo muy orgullosa de su hijo y de su carrera.
¿Tuvo relación con su padre?
El papá no lo reconoció. Su mamá asumió la maternidad y dejó constancia en un documento de la alcaldía de Toulouse, Francia, en el que se lee: “De padre desconocido”. Paul Lasserre, su papá, era un personaje de doble vida, un señor de clase alta que a la vez integraba una banda de delincuentes en París. Se dedicaba a asaltar bancos y cumplió una condena. Algunos dicen que vino a Buenos Aires y que Gardel no lo quiso ver. Es poco probable que haya sido así. No hay registro de que eso haya ocurrido. Berta siempre decía que era viuda, para no reconocer su maternidad solitaria y el abandono.
Un abandono que la llevó a dejar Francia y llegar a Argentina…
Sí, lo más lejos posible. En ese momento Argentina era una tierra de promisión. Ella tenía una amiga aquí que también era planchadora y le dijo que había oportunidades. En una época en que se usaba camisa con almidón, existía gran demanda de planchadoras. Decidió venir a una tierra desconocida también por el señalamiento social que sufría.
Al comienzo de una carrera se tienen modelos, referentes. ¿Cuáles fueron los de Gardel?
En principio eran dos grandes payadores, Gabino Ezeiza y José Betinotti, grandes poetas también. Después, en el tango, la verdad es que él tuvo que inventarse un modelo. Porque el cantor de tango no existía. Había tangos con letra, pero no se cantaban porque eran muy incorrectos, con letras muy vinculadas a lo sexual, impresentables en un teatro. Por eso Carlos se cuidó de encontrar un repertorio audible. Pero la verdad ahí él no tuvo referentes. De alguna manera, el cantor de tango lo inventó Gardel. Más bien él se volvió modelo para todos los que vinieron después.
Su libro muestra a un Gardel disciplinado, dedicado a ser un pionero en su profesión...
Me importó mucho destacar eso. Porque si bien Gardel era una persona a la que le gustaba la noche, divertirse, pasarla bien, tenía una disciplina tremendamente rígida. Sabía que tenía una tendencia a engordar –llegó a pesar 118 kilos cuando era muy joven– y que su figura era parte claramente del producto Gardel. Empezó a cuidarse con una dieta estricta, por un lado, pero también hacía todos los días dos horas de gimnasia. Y esto era invariable: con lluvia, con nieve, lo cumplía. La disciplina también tenía que ver con el perfeccionamiento de su voz, que era realmente privilegiada. En un encuentro casual con Enrico Caruso, en un barco rumbo a Brasil, el tenor italiano le aconsejó dos cosas: primero, que cambiara el tono de su voz, porque no era tenor sino barítono; y segundo, que la entrenara más. Gardel contrató a un profesor de canto lírico, Eduardo Bonessi. Al privilegio natural de su voz le fue agregando mucho profesionalismo.
Y adoptó cosas como el cambio de consonantes. La n por la r, por ejemplo. Acaricia mi ersueño, el suave murmullo…
Eso precisamente vino de ese profesor de música. Le dijo que era un recurso de la lírica, el cambio de consonantes para darle más musicalidad y no trabar algunas palabras. Gardel lo adoptó y alguna gente llegó a creer que tenía un defecto al hablar. Pero no. En las películas te das cuenta de que habla perfectamente y no tiene ningún problema de dicción.
Felipe Pigna, junto a la placa puesta en el Hospital de
La Grave, en Toulouse, donde nació Gardel.

Felipe Pigna, junto a la placa puesta en el Hospital de La Grave, en Toulouse, donde nació Gardel. Foto:Gentileza Grupo Planeta

Realmente llegó a ser muy famoso. Usted cuenta que recibía miles de cartas de iradores y que se volvió ambidiestro para firmar autógrafos a velocidad…
Imagínate lo que hubiera sido Gardel con Instagram. Recibía un promedio de 16.000 cartas por mes. La mayoría de mujeres. Decidió ser ambidiestro, sí, para firmar rápido con las dos manos. Eso habla del cariño que le tenía al público. No creo que contestara todas las cartas, pero sí una cantidad importante. Lo hacía con mucho gusto. Él terminaba una función y sabía que había muchas personas que no habían podido entrar por no poder pagar el boleto. Gardel les hacía un minirrecital desde un balcón, gratis, o parado en el techo de un auto.
¿Cómo lo define en su papel de compositor?
Extraordinario. Gardel no sabía música en términos de pentagrama. A él le venían las melodías y se las silbaba a sus arreglistas, que convertían ese tarareo en composición. En algunos casos lo hacía por teléfono, como pasó una vez que estaba en Nueva York y tenía la urgencia de sacarse la melodía de su cabeza. A las tres de la mañana llamó a Terig Tucci, su arreglista, y le dijo: “Por favor, Beethoven, anotá”. Tucci le oyó y le dijo: “Pero no es gran cosa”. Gardel le respondió: “Mañana, cuando te levantés, me contás”. Y se trataba de Por una cabeza, un tango maravilloso que escribió con Le Pera.
Alfredo Le Pera fue fundamental para Gardel...
En muchos sentidos. Le ayudó en su etapa parisina, cuando filmó películas allá. Y con su sensibilidad poética hizo temas maravillosos, como El día que me quieras o Soledad. Para mí fue la mejor etapa de Gardel, entre el 32 y el final de su vida. Fueron muy amigos. Ambos con un humor ácido.
Tuvo encuentros claves como el que vivió con Piazzolla y con García Lorca. ¿Cómo fueron?
Dos encuentros mágicos, diría. El primero tuvo que ver también con Tucci, que trabajaba con él en Nueva York. Le dijo que había una familia marplatense que lo quería invitar a comer pasta, y que tenían un pibe de 13 años que tocaba el bandoneón. Carlos fue y el chico era Astor Piazzolla. Se hicieron muy amigos, a pesar de la diferencia de edad. Carlos le propuso que lo acompañara en la última gira, pero la familia se opuso porque era menor. Cuando Gardel murió, Astor escribió una carta que decía: “Menos mal que no te acompañé porque ahora, en lugar de tocar el bandoneón, estaría tocando el arpa”. Tenían un humor muy parecido. El encuentro con García Lorca fue en Buenos Aires. Un amigo en común los presentó. Gardel le ofreció ponerle música al Romancero gitano. Y hubo un diálogo divertido entre ellos. Lorca le dijo: “Qué triste que es el tango, qué dramático”. Y Gardel le contestó: “Claro, porque el cante jondo es un cascabelito”. Su amistad no pudo continuar. Cada uno tuvo un destino trágico.
Sobre el accidente aéreo en el que Gardel murió, en Medellín, usted también desvirtúa los rumores que lo han rodeado…
Por suerte uno tiene tendencia, como historiador, a recurrir a las fuentes, y las fuentes colombianas son muy abundantes y contundentes. Es claro lo que pasó. Sí hubo algunas malas praxis en torno al vuelo. El estado del aeropuerto, el piloto Ernesto Samper Mendoza era extraordinario pero no tenía experiencia en esos trimotores, el copiloto era un chico menor. La insistencia de Gardel de viajar con todo su equipaje también complicó. Hubo sucesos desafortunados. Pero nada raro. No hay ningún atentado, ninguna pelea, nada de esas cosas que les gustan tanto a los partidarios de los mitos.
¿Sí hubo un presentimiento?
Eso sí. Personas que se acercaron a él la noche anterior, el mismo día, diciéndole que no se subiera al avión. La vidente que lo vio envuelto en fuego… No sabemos si esas cosas son exactamente así, pero están fuertemente contadas en las versiones de la gente que estuvo cerca en los momentos previos. El presentimiento que él mismo tenía, y también sus acompañantes. Lo cual se basaba en la gran cantidad de accidentes aéreos que había en ese momento. Estaba empezando la aviación. Gardel no había tomado aviones hasta llegar a Colombia. Se movía en barcos.
Otro mito que rompe es el de su origen: nació en Francia y se nacionalizó argentino…
Sí. Nació en Toulouse. Está toda la argumentación. El hospital donde nació, su acta de nacimiento. Las placas, los monumentos que existen allá. Las visitas recurrentes que él hizo. Para mí, es una discusión terminada. Hay muy poco aporte documental sobre su nacimiento en Tacuarembó. Te diría que es casi nulo.
Buena parte de su fortuna se le iba en las carreras de caballos. ¿Fueron su debilidad?
Los burros, como decía. Sí, fueron su gran debilidad. Él dijo una frase maravillosa, muy gardeliana: “A mí me perdieron las mujeres ligeras y los caballos lentos”. Llegó a tener caballos de carrera propios. Uno se llamaba Lunático, al que iba a cantarle antes de que corriera para que le fuera bien. Las carreras se llevaron gran parte de su fortuna. En dos cosas no tenía límite: en la generosidad extrema –ayudaba a todo el mundo– y en las carreras de caballos. No le daba importancia al dinero. Y era de los artistas mejor pagados de su tiempo.
Carlos Gardel, cantante argentino.

Carlos Gardel, cantante argentino. Foto:Archivo EL TIEMPO

¿Qué tenía Carlos Gardel para generar tanta atracción?
Los andaluces usan una expresión muy linda que es “el ángel”. Esa presencia luminosa que llama la atención, ese carisma tan particular. Su sonrisa, su dominio del escenario. Y ese condimento de ser tan buena gente. En Buenos Aires decimos “Es Gardel” como lo máximo que puede ser una persona. Pero no se lo decimos a alguien que, por ejemplo, sea un gran cantante o un gran médico. No. Tiene que ser además una buena persona. De lo contrario, no es Gardel.
MARÍA PAULINA ORTIZ 

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