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'La memoria lo es todo en mi trabajo': Doris Salcedo
La artista presenta en Suiza una potente exposición con ocho de sus trabajos emblemáticos.
En tres horas y quince minutos se llega de París a Basilea en tren rápido. Luego, hay que tomar el tranvía número seis desde el centro de la ciudad, pasar dieciséis estaciones y bajarse en la Fundación Beyeler, situada en la periferia norte. No es de extrañar que la estación que queda en frente lleve su mismo nombre, pues lo que se inició como una colección de obras de grandes maestros del arte moderno se convirtió en fundación en 1982 y más tarde, en 1997, en el reputado museo que es hoy y que alberga de manera permanente la colección privada de los marchantes de arte Ernst e Hilda Beyeler, quienes encargaron el diseño del edificio a Renzo Piano, el arquitecto que, entre otras maravillas, hizo los magistrales trazos del Centro Pompidou de París.
Es viernes 19 de mayo y los periodistas suizos y alemanes pueden acceder a la exposición desde las diez de la mañana; los ses y belgas podrán hacerlo el lunes siguiente. Todos llegan puntuales para instalar sus equipos en una amplia sala de luz natural, pues una hora después está prevista una conversación en inglés que oficiará como conferencia de prensa, entre Salcedo, la curadora Fiona Hesse y Sam Keller, director de la fundación y exdirector de Art Basel, una de las ferias de arte más importantes del planeta.
Yo voy en busca de una entrevista personal con Salcedo. Catherine Millet, la reconocida escritora sa, autora de La vida sexual de Catherine M. y Celos, en su papel como directora de la revista Art Press, la publicación de arte contemporáneo más prestigiosa de Europa, me pidió que la entrevistara para las páginas centrales de la revista; le expliqué que Salcedo no era amante de las entrevistas, pero me insistió: necesitaba 45 minutos con ella para un reportaje de ocho páginas. “No es muy conocida en Francia. Y esta es una gran oportunidad”, me dijo en el Café Beaubourg al frente del Pompidou, donde nos pusimos cita. Le dije que haría todo lo posible. Doris Salcedo, tras varios correos, dijo que no, pero accedió a darme 10 minutos, por lo que Millet me insta a prolongarlos a quince. Y unos días después decidí tomar el tren a Basilea en búsqueda de hablar con ella y una crónica para LECTURAS.
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Untitled, 1989-2014. Camisas de algodón, acero y yeso; dimensiones variables. Vista de la instalación del estudio de Doris Salcedo, Bogotá, 2013. Foto:Óscar Monsalve Pino
Salcedo entra un par de minutos antes del inicio de la rueda de prensa, acompañada de su esposo y escoltada por Hesse y Keller. Todos hacen silencio. Ella se sienta en la primera fila, mientras Hesse hace una presentación en alemán, luego sube al estrado y se acomoda en medio de ellos, que comienzan pidiéndole que hable de las obras que seleccionaron conjuntamente.
“Traje aquí experiencias que son extraordinariamente difíciles para la gente. Evidentemente, la mayoría de las experiencias que han dado vida a mi trabajo vienen de América del Sur, de Colombia, pero van más allá, porque me gusta ver las conexiones de eso con lo que pasa en el mundo”, dice Salcedo como abrebocas de una conversación en la que ahonda en sus procesos creativos y en los contextos que les han dado vida a sus obras.
La artista Doris Salcedo presenta una obra en el espacio ‘Fragmentos’ que también se podrá ver en YouTube el próximo martes. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
Untitled (Sin título), de 1989, es la obra con la que se abre la exhibición y que evoca las masacres de los trabajadores de la zona bananera, perpetradas por paramilitares contratados por las propias compañías bananeras, porque sus trabajadores querían sindicalizarse.
Salcedo enfatiza en que todo está conectado y en que la fecha de creación de Untitled es la misma “del año en el que cayó el Muro de Berlín y es también el tiempo en el que el neoliberalismo y la globalización se hicieron realidad, creando dos mundos. Mientras un muro caía, muchos otros fueron construidos. Los que quedaron afuera están en terribles condiciones, por lo tanto, esas experiencias desde los bordes deben ser conocidas. Quería conectar esos dos mundos y mostrar aquí los trabajos que muestran inequívocamente las difíciles condiciones en las que la gente solo tiene una elección: la vida o la muerte”.
A flor de piel (2012), situada en la segunda sala, es una de las obras que despiertan más miradas entre el público. Se trata de un extensísimo manto elaborado únicamente a partir de pétalos de rosas, cosidos entre sí con hilo quirúrgico, extendido en el suelo y que abarca casi enteramente toda la superficie de la segunda sala de la fundación.
Cuenta Salcedo que en esa época estaba investigando la tortura y quiso honrar a una enfermera colombiana que fue torturada hasta la muerte. Paralelamente, el mundo se había volcado a combatir el terrorismo, tras el 9-11 y “se hablaba abiertamente de los black sites o hidden sites, creados por Estados Unidos y consentidos por Europa. ¡Era demente leer en los periódicos discusiones absurdas sobre la legitimidad de la tortura y sobre la validez de infligir dolor! Me parecía realmente obsceno”.
Así que para entender qué es la tortura y un cuerpo torturado, usó el material más delicado y vulnerable que pudo encontrar: pétalos de rosa, que logró mantener en un estado en que no están vivos ni muertos y todavía flexibles. “Nos recuerda la piel que ha sido lastimada y que no debería tener ese tono en la superficie”.
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Keller y Hesse subrayan que el trabajo de Salcedo es colectivo, no solo porque la acompaña un destacado equipo técnico “capaz de entender las reivindicaciones políticas que hay en estos trabajos”, sino porque la condición para darle vida a una obra es entrevistar a una o varias víctimas de la violencia.
“La brutalidad que hay en este mundo es difícil, entonces tengo que estudiarla, comprenderla, seguir estas vidas. Siempre digo que trabajo como un detective: voy al lugar donde la persona vivía, trato de entender su entorno para entender la complejidad de la vida. Es lo que me permite no imaginar nada. Sigo obedientemente los testimonios”, declara.
Luego continúa con un largo tiempo de lectura de poesía y filosofía, y elabora una serie de dibujos. “Es lo único que hago completamente sola”. Tras esto experimenta con múltiples materiales. “Es la búsqueda del cuidado y devoción en el uso de los materiales, lo que enriquece el momento en el que el material puede realmente transmitir sentimientos y experiencias”, recalca Salcedo.
“La memoria lo es todo en mi trabajo –dice–. La idea del arte es señalar y mostrar a la sociedad elementos que la sociedad no quiere recordar o que quisiera mantener escondidos”. Es el caso de Plegaria muda (2008-2010), una instalación en la que retoma la barbarie de los llamados ‘falsos positivos’, donde 120 parejas de mesas reversibles (una invertida sobre la otra) se organizan en forma de laberinto, con un tamaño similar al de un ataúd y unidas por una masa de tierra, de la que emergen ramas de pasto, que atraviesan la madera de la mesa superior.
“Atrabiliarios es una de las obras más significativas y poderosas en términos de memoria, en la medida en que emplea una intrigante y maravillosa manera de no mostrar el drama que hay detrás, pero sí el dolor y la ausencia”, dice la curadora sobre esta obra, que plantea el fenómeno de la desaparición forzada, en la que Salcedo incrusta varios pares de zapatos de mujer dentro de nichos en las paredes, cubiertos con fibra animal y cosidos a la pared con hilo quirúrgico a manera de suturas.
“Hay un cierto número de nichos en las paredes, pero también hay cajas a los lados esperando más zapatos porque la ausencia podría continuar. Entonces es honrar una o muchas vidas perdidas, pero también es itir que no hay nada que yo pueda hacer o que podamos hacer en el mundo del arte para evitar que esas ausencias sigan ocurriendo”.
Tras esta última intervención, Keller le dice: “A pesar de eso, lo sigue haciendo”, a lo que ella responde: “Sí, es un acto de esperanza”.
Un aplauso y Doris se dirige a las diferentes salas de su exposición para responder uno a uno a los periodistas que tienen asignados algunos minutos con ella.
Cuando llega mi turno, voy en busca de los 15 minutos con los que sueña Catherine Millet, nos quedamos de pie junto a la sala en la que se exhiben los muebles de madera intervenidos con concreto de Untitled (1998).
Le digo que podemos hablar en español. “¡Mucho mejor!”, dice, y en siete de los diez minutos asignados respondió mi cuestionario. Habla para Art Press de la responsabilidad de los artistas que vienen del sur global y de la importancia de “mostrar que somos capaces de producir pensamiento e imágenes que reflejen una experiencia que también es importante” para los países colonizadores. También de “la brutalidad del imperialismo europeo”.
Antes de desaparecer por completo, responde a una última pregunta sobre la búsqueda de la paz en Colombia: “Sería maravilloso lograrla, pero lo veo muy difícil. Como lo dijo el reporte de la Comisión de la Verdad, es necesaria una paz grande, que vaya más allá de la paz total, es una paz que implica paz social, justicia social”.