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'Conocí EE. UU. porque debía recoger el cuerpo de mi hermano muerto'

La familia de Miguel vivió un calvario de 6 mil kms y más de $40 millones para repatriar su cadáver.

El sueño de Miguel era triunfar como modelo en EE. UU.

El sueño de Miguel era triunfar como modelo en EE. UU. Foto: Archivo particular

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Cada tanto, Miguel Ángel Prada Camacho ­­–Miguelito, como todavía lo llaman– empacaba el camping y una maleta pequeña y arrancaba en su moto por la carretera que se le atravesara. Se iba sin mapas ni destino: donde lo cogiera la noche levantaba su carpa, dormía allí y luego se regresaba a Bucaramanga, donde vivía con sus padres.
Miguel medía ciento ochenta centímetros de estatura; tenía cabello largo y liso, cejas pobladas, facciones marcadas, piel trigueña y un cuerpo esculpido a punta de ejercicio en el gimnasio. Ya había pasado por varias pasarelas a los 21 años, cuando se resignó a que con el modelaje no ganaría lo suficiente para sostenerse.
Sin decir nada en su casa, empezó a planear un viaje a Estados Unidos con su novia. Vendieron sus motos para completar el dinero de la visa y los tiquetes y un lunes, el 8 de agosto de 2016, despegaron. Comenzaba el sueño americano.
Miguel Prada Camacho viajó a Estados Unidos para mejorar su situación económica. Murió en accidente en moto.

Miguel Prada Camacho viajó a Estados Unidos para mejorar su situación económica. Murió en accidente en moto. Foto:Archivo particular

Ese día, Fabián, el hermano mayor de Miguel, no pudo estar en el aeropuerto para despedirlo. Se le quiebra la voz mientras lo cuenta. Fabián nació siete años antes que su Miguelito y estaba a medio camino entre la hermandad y la paternidad: de niños, era quien lo cuidaba y lo ayudaba a cambiar, pero también su confidente y compañero de juegos. La ausencia ese lunes le impidió darle un abrazo que habría sido el último. Miguel murió en un accidente de tránsito en Estados Unidos el 2 de julio de 2019, y traer su cuerpo de regreso a Colombia se convertiría en un calvario.

El último recorrido en dos ruedas

Lo que Miguel anhelaba, más que cumplir el sueño americano, era continuar su carrera como modelo. Pero al pisar suelo estadounidense se estrelló con la realidad de varios latinos sin estudios ni papeles en regla: empezó trabajando en fincas arreando ganado, luego se probó como mesero y ayudante de cocina en un restaurante, hasta que un publicista le abrió las puertas de sus primeras pasarelas en el extranjero. Fue promotor de algunas marcas y ocupó el segundo lugar en un concurso de modelaje en el estado de Dallas, pero, al igual que en Colombia, el dinero que ganaba en esa industria no era suficiente.
Pasados algunos meses, un arquitecto le ofreció empleo en una empresa de construcción de casas de madera con sede en Boise, Idaho, una ciudad de poco más de 200.000 habitantes en el noroeste del país. “Él comenzó a ganar muy bien en ese trabajo. Dio la cuota inicial de un carro en el que se iba de paseo los fines de semana, enviaba dinero a Colombia y hasta compró la moto que siempre había querido: una Yamaha R1”, cuenta Fabián, su hermano.
Uno de los primeros lugares donde Miguel consiguió trabajo fue en una granja.

Uno de los primeros lugares donde Miguel consiguió trabajo fue en una granja. Foto:Archivo particular

El 2 de julio de 2019, Miguel Ángel y Fabián hablaron por teléfono hasta la madrugada. Solían tener conversaciones largas y tendidas para mermar los casi 6.000 kilómetros de distancia que los separaban. La de esa vez terminó en que a Aurora, su mamá, se le había dañado la lavadora. Miguel quedó en consignarle un dinero a su hermano para que le comprara una nueva, tocaron otros temas y se fueron a dormir.
Eran las ocho de la mañana del día siguiente cuando Fabián, quien todavía estaba en su cama, volvió a saber de Miguel. Pero, esta vez, de parte de un hombre de acento mexicano.
La primera llamada que recibió se cortó, pero a la segunda pudo oírlo: “No llegó, güey. No llegó. Él no llegó”. Eso era lo único que le repetía Luis, un amigo del trabajo de Miguel que se encargó de contarle que había muerto en un choque contra una camioneta mientras manejaba su moto.
Fabián no era capaz de hablar. Y lo que le esperaba sería peor. Tenía que contarles la noticia a Aurora y Ángel, sus padres. Ella, que estaba peinando a su hija menor –de 8 años entonces–, salió corriendo a la habitación de su esposo cuando escuchó sus gritos. Del otro lado de la línea, Fabián, con la voz casi ahogada, solo podía decir un “se nos fue” que no tenía marcha atrás: su Miguelito, a quien no veían en los últimos tres años, ya no estaría nunca más junto a ellos.
Explicamos el caso, pero nos dijeron que no podían hacer nada, que debíamos esperar la llamada de ellos

Un calvario de 6.000 kilómetros y más de $ 40 millones

Fabián se puso el primer jean que encontró y arrancó para la casa de sus papás. Era la primera estación de un viaje que comenzó ese miércoles y duró varias semanas. Estando allí, la pregunta inicial que surgió entre la consternación era cómo traer el cuerpo de Miguel de vuelta a Colombia.
Ninguno de ellos había estado en el exterior. No tenían pasaporte ni visa, y mucho menos sabían cuál era el proceso para repatriar un cuerpo.
“La exnovia de mi hermano, que vivía también en Estados Unidos, se puso al tanto del caso e intentó hacer las vueltas para enviar su cuerpo, pero no se lo entregaron. Decían que, por ser un accidente, tenían que hacer peritajes, revisar los seguros de la moto y la camioneta involucradas y otras diligencias”, cuenta Fabián, quien, junto con sus padres, decidió que debían desplazarse a Bogotá para pedir ayuda en la Cancillería.
A él le dieron un tiquete aéreo en su empresa para viajar a primera hora el día siguiente, pero Aurora y Ángel, por falta de plata, tuvieron que hacer el recorrido en bus durante toda la noche.
Prada trabajó en un empresa de construcción de estructuras en madera.

Prada trabajó en un empresa de construcción de estructuras en madera. Foto:Archivo particular

Sus primeros días en la capital del país solo aumentaron la incertidumbre. El papá de Miguel decidió que no viajaría a Estados Unidos porque “no era capaz de ver a su muchacho así”, pero Fabián y Aurora sí comenzaron el proceso.
“En la Cancillería nos ayudaron a gestionar los pasaportes, pero lo más difícil era la vuelta de la visa. Ellos nos dijeron que no podían agilizar ningún trámite con la embajada americana”, cuenta Fabián.
Se llegó el viernes 4 de julio. Ya iban dos días desde la muerte de Miguel, y su familia no tenía claridad sobre cómo recuperar su cadáver, pero surgió una traba adicional: esa fecha se celebra la independencia estadounidense y es festiva, por lo que debían esperar hasta el lunes siguiente para comenzar los trámites de visado.
Aurora, la mamá de Miguel, quería abordar esa misma tarde, pero se olvidaba de un tema clave: aún no tenían dinero para comprar los pasajes
Mientras tanto, en Estados Unidos, la exnovia de Miguel adelantó algunas diligencias funerarias. Lo que les dijo a los Prada Camacho los dejó impávidos: la repatriación del cuerpo podía costar entre 8.000 y 11.000 dólares, una cifra desbordada para esta familia.
El caso empezó a conocerse y llegó a oídos de un caleño radicado en Estados Unidos hace varias décadas, quien organizó un crowdfunding que tuvo como meta reunir 10.000 dólares. Las donaciones comenzaron a llegar y, con estas, Fabián y Aurora recobraban la esperanza de tener el cuerpo de Miguel en Colombia nuevamente.
“El lunes estuvimos a primera hora en la embajada. Explicamos el caso, pero nos dijeron que no podían hacer nada, que debíamos esperar la llamada de ellos. Salimos de allá decepcionados, pero en la tarde sonó el teléfono. Volvimos, y a eso de las 4 de la tarde teníamos nuestra visa”, recuerda Fabián.
La próxima parada fue, de inmediato, el aeropuerto. Aurora, la mamá de Miguel, quería abordar esa misma tarde, pero se olvidaba de un tema clave: aún no tenían dinero para comprar los pasajes. Sentía que ya había sido mucha espera: se iba a cumplir una semana de la muerte de su hijo, y ellos seguían en Colombia. Pero, así como el accidente los tomó por sorpresa, conseguir los recursos para repatriar el cuerpo significaba un reto que estaba por encima de los deseos de hacerlo cuanto antes.
“Cuando empezamos a preguntar los vuelos nos dimos cuenta de que estaban muy caros. Nos costaban casi 10 millones de pesos para los dos, y las aerolíneas no tienen la mano en el corazón para entender que se trata de una situación humanitaria”, cuenta Fabián, quien tuvo que explicarle a su madre que, por más que quisiera irse en ese preciso momento, no había forma de pagar esa cantidad.
Volvieron a la casa de un familiar, donde se estaban hospedando, con la visa en el bolsillo y la impotencia de no tener cómo comprar los vuelos. Les recomendaron páginas de internet para conseguir tiquetes más baratos y arrancaron la búsqueda.
Probaron en varios sitios web, con todas las combinaciones de horarios y aeropuertos posibles, siempre y cuando despegaran al día siguiente, y al final encontraron un vuelo a Dallas.
Este bumangués solía salir a recorrer las ciudades vecinas cada fin de semana.

Este bumangués solía salir a recorrer las ciudades vecinas cada fin de semana. Foto:Archivo particular

Se aventuraron a comprar también los tiquetes de regreso, para que les salieran más baratos, y calcularon que con una semana tendrían tiempo suficiente para hacer todos los trámites. Los tiquetes de ida y vuelta costaban casi 6 millones de pesos. Aunque era un ahorro de 4 millones en comparación con los que cotizaron en el aeropuerto, seguía siendo un costo elevado. Pero no tenían más opciones. Pidieron una tarjeta de crédito prestada para un tiquete, y con la de Aurora compraron el otro.
El miércoles, por fin, llegaron al aeropuerto con todo listo para abordar. El vuelo era a las 9 de la noche y, aunque llegaron cuatro horas antes, para evitar imprevistos, estos no tardaron en aparecer.
“Cuando entramos a hacer el check in nos dijeron que había una tormenta en Dallas y el avión no podía salir. Nos sugirieron intentar cambiar el tiquete para otra aerolínea, pero mi mamá ya se estaba desesperando, estaba llorando. No sabíamos qué hacer”, cuenta Fabián.
La única solución que encontraron fue un vuelo a la mañana siguiente hasta Orlando, desde donde tendrían que tomar un avión hasta Dallas, pasar la noche allí y luego, el viernes, abordar otro más hacia Boise, donde había muerto Miguel 10 días antes.

Conocer otro país por cuenta de una tragedia

Desde que el avión despegó en Bogotá y durante todo el trayecto, Aurora no hizo más que orar. Incluso ahora, más de dos años después de ese viaje, lo hace con frecuencia. Dios fue el refugio que ella encontró para enfrentar la muerte de su hijo.
Fabián, en cambio, sintió miedo durante el vuelo. “Miguelito muchas veces me insistió en que me fuera para Estados Unidos. Yo no lo hice porque en Colombia están mi esposa y mis hijos, y yo trabajo hace 10 años en una empresa. No podía irme a aventurar. Pero ese viaje, esa visita, no era lo que yo esperaba. Conocí ese país por la razón que menos hubiera querido: recoger el cuerpo de mi hermano”, cuenta.
Al mediodía del viernes 12 de julio pisaron suelo de una nueva estación de su calvario: la ciudad de Boise, el punto de llegada y de partida. Por fin podrían tener la oportunidad de ver el cuerpo de Miguel, de analizar con cuidado los registros del accidente en el cual murió, de dar la lucha para cumplir un deseo que Aurora les expresaría a los medios en esos días: tener los restos de su hijo en Colombia “para llevarle florecitas al cementerio”.
Desde que estaba en Colombia, Miguel hacía parte de una escuela de modelaje.

Desde que estaba en Colombia, Miguel hacía parte de una escuela de modelaje. Foto:Archivo particular

En Boise se encontraron con la exnovia de Miguel, y después de almorzar llegaron a la funeraria. “Ahí comenzó el duelo. Era un lugar muy hermoso, a él lo tenían en una sala muy bonita”, recuerda Fabián, quien, junto a su madre, comenzó en ese momento los trámites del acta de defunción para poder repatriar el cuerpo.
Para ese entonces, buena parte de los problemas económicos de esta familia estaban solucionados: la campaña de crowdfunding había alcanzado la meta de los 10.000 dólares en solo tres días, y apenas llegaron, varios de la numerosa comunidad de bumangueses en el estado de Idaho les extendieron la mano. Algunos les ofrecieron posada, otros los invitaban a comer y les ayudaban a movilizarse.
Pero los inconvenientes no dejaban de aparecer. Por un error con el estado civil de Miguel Ángel, el acta de defunción tardó más de lo que esperaban y, desde Colombia, les llegó una noticia que incrementaba la tensión: si no lograban que el cuerpo llegara pronto, la velación debería hacerse con el cajón cerrado. Eso, para sus seres queridos, quienes llevaban ya tres años sin él, significaba que les negaran la posibilidad de verlo por última vez.
Y, justo en ese momento, una nueva traba parecía alargar más el proceso. Según Fabián: “Lo único que nos faltaba para poder enviar el cuerpo era el acta de defunción pero, cuando la expidieron, la funeraria comenzó a averiguar y ninguna aerolínea quería trasladarlo. Decían que esa solicitud debía hacerse con días de anticipación, que tenían que disponer de una cápsula especial de refrigeración”.
Las dificultades con la aerolínea los ponían en aprietos porque, si se demoraba el proceso, corrían el riesgo de perder sus tiquetes de vuelta a Colombia el 19 de julio.
Lo único que nos faltaba para poder enviar el cuerpo era el acta de defunción pero, cuando la expidieron, la funeraria comenzó a averiguar y ninguna aerolínea quería trasladarlo

Pedir justicia lejos de casa

Entre tanto papeleo y diligencias, los Prada Camacho no podían descuidar un tema clave de su viaje: establecer en qué circunstancias murió Miguel y si había algún responsable del accidente.
Fabián incluso ahora reconstruye de memoria la explicación que le dieron de los hechos: “En esa ciudad, en verano anochece después de las 9 p. m. Miguel murió poco después de las 7 p. m., es decir, el accidente fue cuando aún estaba iluminado el día. Mi hermano iba en el sentido sur-norte, y una camioneta transitaba de norte a sur. Allá, el tercer carril lo usa la gente que va a hacer cruces, así que la conductora, una muchacha, se metió a ese carril, pero no esperó a que Miguel, que al parecer iba a alta velocidad, pasara, sino que cruzó a alta velocidad, y ahí se dio el choque”.
En un documento expedido por el estado de Idaho, al que tuvo EL TIEMPO, catalogan la muerte de Miguel como un trauma por fuerza contundente. Su fallecimiento se registró poco después del accidente, a las 8:52 p. m., en un centro médico cercano a la calle Chinden Boulevard, donde fue el choque.
Este diario también conoció una solicitud al departamento de Policía de Boise en la cual piden las grabaciones públicas y 106 fotografías que ayudarían a establecer mejor los hechos. Sin embargo, argumentando que esta información “constituiría una invasión injustificada la privacidad personal”, fue negada.
Además, hay dos elementos que, para la familia, hacen pensar que la conductora de la camioneta cometió faltas. El primero, dice Fabián, es que en la gráfica del accidente no se evidencia rastro del freno de la moto, la cual llevaba la vía, mientras que sí se ve una huella de 12 metros de frenada de la camioneta, lo que significaría “que la mujer iba a muy rápido y aun así se lanzó a hacer el cruce”.
El segundo es que la conductora no permitió que le tomaran la prueba de alcoholemia: “Ella se negó rotundamente. Dijo que había ingerido alucinógenos el día anterior. Para nosotros, como ella era americana y mi hermano latino, la policía fue blanda”, cuenta Fabián, quien reunió con Aurora las evidencias y buscó un abogado para iniciar un proceso judicial.
Si la búsqueda para conocer el trámite de repatriación fue ardua, la que dieron para encontrar un abogado en un país desconocido no fue inferior. Empezaron a buscar por Google un bufete y, guiados apenas por las recomendaciones y calificaciones en línea, se fueron para unas oficinas y contaron su caso. El litigante les habló poco y los comunicó con su asistente. Su caso, al parecer, no era prioritario, por lo que se pusieron de acuerdo para que el bufete empezara la investigación y poder seguirle el pulso a la demanda desde Colombia.
Para nosotros, como ella era americana y mi hermano latino, la policía fue blanda

Una dolorosa carrera contra el reloj

Mientras Aurora y Fabián tocaban puertas en Estados Unidos para devolver a Miguel al país, su padre, Ángel, comenzaba a encarar casi en soledad un duelo que en los meses siguientes le quito varias noches de sueño y afectó su salud.
“Él nos llamaba todos los días. Lloraba mucho. La familia lo visitaba, pero él se sentía solo. Mi hermanita pequeña estaba pendiente de él, porque uno nunca sabe qué puede pasar en esas circunstancias. En los meses siguientes bajó casi 20 kilos”, cuenta Fabián.
Y, del otro lado del continente, Aurora experimentaba algo similar en medio del correcorre. Los colombianos que le ofrecieron hospedaje intentaban llevarla a conocer algunos lugares y mantener su mente ocupada, pero el dolor siempre encuentra la forma de asomarse. Para entonces, las preocupaciones estaban acumuladas.
Cerca de la fecha de regreso, la funeraria logró que una aerolínea trasladara el cuerpo de Miguel, pero las condiciones volvían a poner en aprietos a los Prada Camacho: según Fabián, les exigían comprar un féretro de alrededor de 6 millones de pesos. En este punto, ya no tenían muchas opciones: o asumían ese costo o perdían sus tiquetes de vuelta a Colombia. A eso se sumaba que ya no tenían certeza de si podrían velar a Miguel con el cofre abierto, pues ya habían pasado casi tres semanas desde su muerte.
La travesía de los Prada Camacho para repatriar el cuerpo de Miguel costó más de $ 40 millones.

La travesía de los Prada Camacho para repatriar el cuerpo de Miguel costó más de $ 40 millones. Foto:Archivo particular

Volver al país sin el cuerpo de su ser querido

Luego de siete días en Estados Unidos, Aurora y Fabián regresaron al país, el 19 de julio de 2019. Volvían con un proceso de demanda incierto y una deuda por pagar, pero sin el motivo principal del viaje: el cuerpo de Miguel. Aunque, esta vez, la espera sería menor y parecía que no habría más trabas.
El 22 de julio, el cuerpo de Miguel dejó la funeraria para abordar un avión en el aeropuerto de Boise. Luego de hacer una escala en Atlanta, otra en Los Ángeles y una más en Houston, por fin volaba con destino a Bogotá, la ciudad a la que su familia llegó desesperada diecinueve días antes preguntando cómo hacer para tenerlo de vuelta.
Por disposiciones de la funeraria de los Prada en Colombia, el cuerpo no pudo llegar a Bucaramanga en avión ese mismo día, sino que tuvieron que enviar un coche fúnebre hasta la capital del país para recogerlo, lo que alargó la espera hasta la mañana del 24 de julio. Pero había una buena noticia: el proceso de embalsamamiento en Estados Unidos permitía que pudieran velar el cadáver con el féretro abierto.
De eso ya pasó más de un año, en el que esta familia recibió apenas una compensación irrisoria de la póliza del vehículo contra el cual se chocó Miguel. “No hubo investigación civil ni penal. Habríamos querido seguir con el proceso, pero para eso se necesita tener comodidad económica, porque el abogado en Estados Unidos exigía el pago de honorarios. Al final, como familia pensamos que la muerte de mi hermano no era una razón para hacernos ricos con indemnizaciones ni nada de eso y abandonamos el proceso”, cuenta Fabián.
El cuerpo de su hermano Miguel Prada Camacho fue enterrado en el parque memorial Tierrasanta, en Bucaramanga, y cada semana, como si fuera un ritual, Ángel y Aurora se alistan para ir a visitarlo. Los setenta y seis mil metros cuadrados del camposanto no son nada si se los compara con lo que esta familia tuvo que recorrer para lograr que Miguel esté allí. Vivieron en carne propia el calvario de repatriar a un ser querido muerto lejos de casa, pero ahora, por lo menos, pueden –como deseó Aurora– dejarle flores frente a su tumba y elevarle una plegaria.
(Esta historia se publicó originalmente en octubre del 2020, en el especial Morir lejos de casa).
JULIÁN RÍOS MONROY
EL TIEMPO
En Twitter: @julianrios_m 

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