Concentrados en los mortales estragos de la pandemia y en el vandalismo infiltrado y desbordado en muchas de las protestas del paro nacional, los colombianos poca atención hemos prestado a los números en rojo de un indicador clave: el aumento de asesinatos en lo corrido del 2021.
Desde hace 20 años, el país empezó a recorrer un camino que lo alejó sostenidamente de los primeros lugares entre las naciones más violentas del planeta.
Pasamos de casi 28.000 homicidios en 2002 y de una tasa (casos por cada 100.000 habitantes) superior a 75 a menos de 13.000 asesinatos y una tasa de 23,9 (la más baja en 40 años) en el 2020. Hemos mejorado notablemente, sí, pero nuestros indicadores (y los de la región) siguen aún lejos de la media internacional, que está por debajo de los 10 casos por cada 100.000 personas.
Pero este año, como lo revela un reciente informe de este diario, el homicidio está creciendo. No solo comparado con el 2020 –algo obvio, porque ya la mayoría del país volvió a las calles– sino con respecto al 2019, cuando las cuarentenas no estaban en el mapa.
Entre enero y mayo hubo 4.986 asesinatos, 1.066 más que en el mismo lapso del 2020. Y la cifra del 2021 es superior en más de 300 casos a los cortes de 2019 y 2018. Y en esa violencia mortal, en la que siempre tienen peso la intolerancia y los atracos violentos, aparecen de manera significativa los ataques de sicarios.
El miércoles, en Cali, hubo cinco homicidios cometidos por sicarios. Y el viernes los asesinos profesionales sumaron dos víctimas más en esa ciudad, que cerró el primer semestre con el mayor número de asesinatos (630) desde el 2016.
Otro dato inquietante es el aumento de los homicidios contra ciudadanos venezolanos, que fueron 192 entre enero y mayo del 2020 y que llegaron a 300 (es decir, más de 100 casos más), en los primeros cinco meses de este año, según los reportes de Medicina Legal.
No obstante todos los logros, el país tiene aún mucho por hacer para reducir el homicidio doloso a sus ‘justas proporciones’. Claro que son claves las campañas y medidas contra la intolerancia y el consumo de trago, pero el grueso de nuestros muertos lo sigue generando la delincuencia, especialmente esas máquinas de terror que coloquialmente se conocen como ‘oficinas de cobro’, todas amarradas al narcotráfico. Y mientras mantengamos un nivel de impunidad superior al 60 por ciento en materia de asesinatos, especialmente de los cometidos por los que tienen como profesión matar, no vamos a lograr romperle el espinazo a ese lastre de violencia fatal que cargamos desde hace ya demasiadas décadas.
JHON TORRES
Editor de EL TIEMPO