A horas de que se reinicien las accidentadas conversaciones con el Eln, y después de una seguidilla de tropiezos y pasos en falso apenas en el arranque de la ‘paz total’, el presidente Petro y su equipo de negociadores tienen ya suficiente ilustración sobre lo difícil que resulta la empresa de tratar de silenciar los fusiles tratándose de un conflicto armado tan largo y, sobre todo, todavía tan vivo por cuenta de las millonadas del narcotráfico y de la minería ilegal.
El país lleva ya 40 años intentando salidas negociadas al conflicto. La mayoría de los intentos han terminado en fracasos, pero han dejado lecciones poderosas que permitieron, décadas después, cimentar los pocos acuerdos que sí se firmaron y que pasaron del papel a la implementación al menos parcial.
Y los procesos que sí terminaron en la firma de un acuerdo de paz, que pueden contarse con los dedos de ambas manos (y sobran dedos), no son para nada desdeñables en sus resultados: en su momento, permitieron sacar de la guerra a más de 45.000 combatientes de los grupos paramilitares y de las Farc.
Con números mucho menores en cuanto a desmovilizados y armas entregadas, el que se negoció con el M-19 en 1989-1990 fue el de mayor impacto político y les demostró por primera vez a las guerrillas que sí había opciones de cambio desde el establecimiento y que la vía armada era —es— un error histórico.
La construcción y negociación de paz no tiene fórmulas matemáticas. Las víctimas, los combatientes y los que negocian son seres humanos y, por lo tanto, las posibilidades de que las cosas no salgan como se tienen pensadas son altísimas. Pero siendo esto así, hay episodios que a fuerza de repetirse acá y en los otros países que han intentado procesos similares han permitido que tanto la academia como los que se dedican a tratar de desactivar guerras, como la ONU, hayan venido identificando parámetros sobre lo que se debería al menos tratar de evitar para prevenir crisis e incluso el fin de cualquier negociación.
Una de esas primeras lecciones es que la paz no pelecha en las zonas grises: mientras mayor sea el rango de interpretación de un acuerdo, mayor chance de que no se cumpla. La excesiva informalidad en los os y la falta de claridad lleva a situaciones como la del supuesto compromiso del Eln con el cese bilateral de fuegos que solo existió en la interpretación del presidente Petro y que su equipo de paz intentará, ahora sí, poner sobre la mesa en la ronda que se inicia este martes.
Otra línea roja es que un cese de fuegos sin protocolos y reglas claras de verificación puede no solo generar crisis en las negociaciones sino poner en peligro a la población civil. A esta hora, Naciones Unidas y los otros actores que según el Gobierno serán los verificadores no conocen qué es lo que van a verificar. Pero el cese de fuegos empezó el 1 de enero pasado...
En la búsqueda de la paz, todos acompañamos al Gobierno. Y esperamos que no se olvide otra lección: que los negociadores del Estado, es decir, de todos los colombianos de bien, deben estar vacunados de apresuramientos, arrogancias, desconocimientos y exceso de buena fe.
JHON TORRES
Editor de EL TIEMPO
En Twitter: @JhonTorresET