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¿Por qué se llama gol olímpico? Esta es la historia

Jorge Barraza ya había contado los detalles de esta memorable anotación. 

El balón que disparó Juan Guillermo Cuadrado, directo al segundo palo del arquero.

El balón que disparó Juan Guillermo Cuadrado, directo al segundo palo del arquero. Foto: AFP

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Juan Guillermo Cuadrado fue protagonista el pasado fin de semana al anotar un gol olímpico con Juventus en el partido contra el Génova. A propósito de esta anotación, Jorge Barraza escribió hace unos años la historia de esta mágica anotación.  
Es sumamente difícil marcar de este modo, tan difícil que el barranquillero Marcos Coll sigue siendo el único futbolista en marcar un tanto así en los 20 Mundiales disputados.
Pero si hacer un gol desde el banderín de esquina es una gran peculiaridad y una pequeña proeza, la historia misma del nacimiento de este tipo de conversión es digna de contar. Hay una foto célebre que puede verse en Internet (http://es.wikipedia.org/wiki/Gol). Es una foto de la revista ‘El Gráfico’ a cuyo autor se lo tragó el anonimato, y constituye uno de los documentos gráficos más sorprendentes que el periodismo deportivo haya creado.

El olímpico

Está el arquero Andrés Mazali en el piso, batido; el balón en el aire, pariendo el gol, la mirada palpitante de dos defensas uruguayos y de un atacante argentino... y el árbitro Ricardo Vallarino abrazando el poste, en la misma raya de sentencia, dando fe de que la pelota entró.
Una foto histórica para un instante célebre. Se trata del primer gol olímpico de la historia. Al menos del primero conocido, validado y del que existen pruebas fehacientes: había una multitud en el estadio y lo cubrieron cantidad de medios gráficos. Cesáreo Onzari, notable puntero izquierdo de Huracán y de la Selección Argentina, le pegó cerrado y con efecto, y la bola se metió directo al arco sin que nadie la tocara.
Un gol extrañísimo para la época. Lo insólito vino después. El público, que reventaba el estadio de Sportivo Barracas, en Buenos Aires, quedó sorprendido, sin entender el desenlace de la jugada. No lo gritó, tal vez porque parecía curioso ver un gol así, y porque los goles directos de córner no valían. Pero el árbitro Vallarino, uruguayo, marcó el centro de la cancha. “Es gol”, dijo. Los muchachos argentinos comenzaron a levantar los brazos en señal de festejo y el público los siguió, tímidamente al principio, más fuerte después. Fue el 2 de octubre de 1924; se cumplieron 90 años de aquel suceso confuso, singular, pionero.
En junio de ese año, Uruguay se había proclamado campeón de fútbol en los Juegos Olímpicos de París asombrando al mundo, una epopeya que mereció ser contada por Homero. Su fútbol deslumbró y los ecos de su gloriosa coronación retumbaron en todo el universo. Para mejor, se trataba de un pequeño e ignoto país del Tercer Mundo (que entonces estaría cuarto o quinto en la escala europea de valores), lo que agigantaba la hazaña. Había vencido a Yugoslavia 7 a 0, a Estados Unidos 3-0, a Francia 5-1, a Holanda 2-1 y a Suiza 3-0.
La Asociación Uruguaya recibió más de cien ofrecimientos de todo el mundo para hacer partidos amistosos. Todos querían ver en acción a los fantásticos Celestes. Sin embargo, el cónsul oriental en París, Enrique Buero, desaconsejó la presentación del equipo. Tal había sido la demostración de calidad de Scarone, Nasazzi, el Negro Andrade y compañía, que en Europa se levantaron sospechas de que podía tratarse de “jugadores profesionales”, lo cual se consideraba sacrílego. Esto hubiese acarreado el descrédito para los Celestes y hasta le hubiesen retirado el título. Por ello, Buero señaló que lo mejor era bajar los decibeles, volver a Montevideo y dejar que se calmaran las aguas.
Así fue. La asociación oriental decidió, entonces, aceptar una sola invitación, la de su vecina del Plata, que deseaba homenajear a los héroes de la ‘Ráfaga Olímpica’. Se disputó un juego en Montevideo el 21 de septiembre y se programó la revancha para el domingo siguiente, el 28. El escenario sería el mencionado de Sportivo Barracas, el mejor de aquellos tiempos en nuestro subcontinente, hoy desaparecido. Sedienta de ver tamaño choque, acudió una multitud. A la hora de comenzar el juego, había miles de personas incluso dentro del campo de juego. Si la pelota iba por las puntas, los jugadores se tropezaban con la gente. No se podía jugar y a los pocos minutos de comenzado, se suspendió el partido.
Se reprogramó para el jueves siguiente, 2 de octubre. En esos cuatro días se levantó un alambrado entre el público y el campo para evitar las invasiones. En virtud del título ganado por los visitantes, se le llamó “alambrado olímpico”. En ese segundo intento el partido se jugó. Ganó Argentina 2 a 1 con aquel gol de Onzari.
¿Por qué el asombro de la muchedumbre? Sucede que el gol directo desde un tiro de esquina no se había visto nunca. Y no era reglamentario. Por eso la gente no festejó. Pero el juez Vallarino decretó “gol”. ¿Qué lo movió a ello? A finales de agosto de ese año, el International Board había decidido que, en adelante, el gol convertido directamente de un córner tenía validez. La Fifa había enviado por correo una circular informándolo y Vallarino la recibió unos días antes del encuentro. Era uruguayo y el único en todo el estadio que sabía que el gol era legítimo. Y lo concedió. Esto habla de un espíritu honrado, de un alto sentido del honor.

El bautizo de ese gol 

En mérito al título que ostentaban los visitantes se dio también el nombre de “olímpico” a ese tipo de goles. A todo lo que tenía que ver con los uruguayos se lo tildaba de olímpico, tanta era la conmoción causada por su éxito en París.
Onzari tenía 21 años cuando hizo historia. Según cuenta la tradición, era un puntero explosivo y de gran remate, pero explicó con franqueza que no quiso tirar al arco:
"Me salió porque tenía que salir. Quizás el arquero se había levantado mal ese día o lo hayan molestado, porque nunca más emboqué otro. Lo cierto es que cuando vi la pelota adentro, no podía creerlo” .
Jorge Barraza
Para EL TIEMPO

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