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El secreto del éxito de Carlos Bilardo en México-86
Juvenal, histórica pluma de El Gráfico, analizó esa Selección Argentina para EL TIEMPO en 1994.
Carlos Bilardo dirigió a Guatemala en 1998. Foto: Archivo EL TIEMPO
Argentina se clasificó sufriendo para el Mundial de México-86. Perdía su último partido de la serie eliminatoria frente a Perú y ese resultado lo dejaba por fuera de la Copa, cuando una corajeada de Daniel arella y una atropellada de Ricardo Gareca para empujarla adentro sobre la raya del arco le brindó el pasaporte en la agonía del encuentro.
Para la gente fue un alivio muy grande, -dijo Carlos Salvador Bilardo, a cargo de la Selección Nacional de ese país- Yo, en cambio, comprendí en ese momento que Argentina estaba para ganar la Copa.
Resultaba extraña esa seguridad del entrenador porque el equipo no terminaba de conformar un todo sólido y homogéneo pese a contar con muy buenos jugadores y un crack como Maradona. Bilardo reiteró esa confianza al arribar con su selección a la Ciudad de México un mes antes del comienzo de la Copa.
Cuando los periodistas le preguntaron por qué lo hacía con tanta antelación, tuvo una respuesta contundente: “Somos los primeros en llegar porque queremos ser los últimos en irnos...”.
Pareció una bravata pero se cumplió en forma total. Argentina ganó seis de los siete partidos que disputó, empató el restante, fue un brillante vencedor y exhibió ante el mundo al mejor futbolista del torneo: Diego Armando Maradona.
Alrededor de Maradona, sin embargo, Bilardo logró montar una sólida estructura transportando a la cancha algunas ideas tácticas que rondaban en su cabeza desde tiempo atrás:
a. Defender a la europea, con un batidore líbero y dos stopper, marcando cada uno de ellos al atacante más avanzado del adversario.
b. Quitar un hombre de la última línea defensiva. “Para qué marcar con cuatro atrás si ningún rival ataca con más de dos delanteros?”, sostenía el entrenador.
c. Jugar con cinco mediocampistas, incorporándoles dos laterales volantes.
d. Conformar un medio juego con futbolistas dotados para proyectarse con actitud y vocación de atacantes.
e. No itir delanteros ni volantes actuando en posiciones fijas, reclamándoles constante rotación de puestos y funciones.
Le costó trabajo conseguirlo. Debía cambiar la mentalidad del jugador argentino acostumbrado a otro estilo de juego, a marcar en zona, con tendencia mayoritaria a la especialización. Necesitaba inculcarle una disciplina de conjunto europea, con un esquema táctico a la alemana, pero sin hacerle perder un ápice de creatividad y destreza. Fue dura y difícil tarea, pero finalmente la hizo realidad.
Todo se simplificó cuando comenzó a desarrollarse la fase final de la Copa. Ya tenía armada su defensa con Brown, quien conocía a la perfección su rol de hombre libre porque lo había practicado con Bilardo en el equipo Estudiantes de La Plata, con Ruggeri y Cuciuffo como Stoppers.
Estaba completa su dotación ofensiva con el genio de Maradona asistido por la inteligencia dinámica de Burruchaga y Valdano. El ingreso de Olarticoechea y Héctor Adolfo Enrique le permitió completar su línea de volantes. Así quedó diseñado sobre el terreno un 3-5-2 que marcaba una vuelta de tuerca total sobre la evolución histórica de las tácticas, respecto al 2-3-5 que había imperado en los Mundiales desde el treinta al cincuenta.
Jorge Burruchaga recuerda el Mundial 1986 Foto:YouTube: AFASelección
Cuando el adversario conseguía la pelota, Argentina lo sometía a un pressing casi asfixiante con sus delanteros y mediocampistas para retardar la salida y recuperar el balón. Al mismo tiempo, achicaba líneas de modo que entre el hombre más retrasado -el líbero Brown- y el más adelantado -que podía ser Maradona o Valdano- no había más de cuarenta metros de profundidad.
Con la pelota en su poder, repetía ese movimiento de bloque hacia adelante y la istraba con ingredientes típicamente argentinos: el amague, la gambeta, el toque, tres pases al pie sobre un flanco para cambiar de frente con un cruce al claro de 35/40 metros de trayectoria, Lo que en el argot futbolero porteño que utilizaba Adolfo Pedernera en los cuarenta, se identificaba como “tres cortas y una larga”.
El acierto de Bilardo residió en el aprovechamiento dinámico de un planteo táctico alemán u holandés, sin abjurar del estilo argentino. El esqueleto fue europeo. El relleno, netamente criollo.