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Arhuacos y la Comisión de la Verdad ‘tejieron palabra’ en la Sierra Nevada

Nabusímake fue el escenario final de la socialización del volumen testimonial del informe final.

Las lecturas rituales tienen un principio claro: no se trata de leer lo que sucedió en la región donde se hace, sino contar historias de otras regiones que vivieron tragedias similares.

Las lecturas rituales tienen un principio claro: no se trata de leer lo que sucedió en la región donde se hace, sino contar historias de otras regiones que vivieron tragedias similares. Foto: Rafael Quintero

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Catorce velas dispuestas en círculo, y cuatro sobre la mesa central, se encienden en homenaje a quienes se llevó la guerra. Su llama no se inmuta. El aire está quieto y un silencio profundo, casi reverencial, se siente en Nabusímake, territorio sagrado indigena y corazón espiritual de los arhuacos. Falta poco para que se comience a tejer la palabra, para que la Comisión de la Verdad les presente a los mamos la voz de quienes sufrieron la guerra.
Es 13 de noviembre de 2022 y al menos 50 personas, entre autoridades, de la comunidad arhuaca e invitados especiales, hacen presencia en la Kankurwa o templo sagrado de Nabusímake para escuchar, en una lectura ritual, apartes del informe ‘Cuando los pájaros no cantaban’, en el que la Comisión de la Verdad recopiló las voces de las víctimas de la guerra por todo el país.
Comenzaba el 2021 cuando el grupo responsable de este documento, liderado por el comisionado Alejandro Castillejo Cuéllar, acudió a los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta en busca de orientación para su trabajo. Ellos, portadores de sabiduría ancestral, le mostraron la pregunta que debía responder el tomo: ¿Qué pasaría si se les preguntara a los árboles, a la tierra, a los pájaros y a los ríos cómo sufrieron la guerra?
Los mamos también pidieron cumplir otro requisito: el texto debería ser el punto de partida para “comenzar a tejer la palabra”, un principio fundamental de la comunidad arhuaca, en el que se debe tener siempre un diálogo fluido, sin límite ni tiempo, entre las comunidades para comprender y solucionar los asuntos de la vida. Escucharse para luego construir.
Sobre esos dos mandatos surgidos desde Nabusímake, que significa ‘El lugar donde nace el sol’, se construyeron los pilares de este texto en el que, no solo se leen las voces de los hombres y mujeres víctimas de la guerra, sino que se relata, en palabras de Castillejo Cuéllar, “cómo cambió la naturaleza, cómo expresó su dolor; cómo los mangles, al crecer, revelaban que bajo sus aguas había muertos; cómo los árboles y la tierra sufrieron”.
Nabusímake, territorio sagrado indigena y corazón espiritual de los arhuacos, significa ‘el lugar donde nace el sol’.

Nabusímake, territorio sagrado indigena y corazón espiritual de los arhuacos, significa ‘el lugar donde nace el sol’. Foto:Rafael Quintero

Pero el relato no se quedó en texto. Junto a su equipo, el ahora excomisionado recorrió escuelas, comunidades, bibliotecas y poblaciones, para hacer lo que llamaron ‘Lecturas rituales’: un ejercicio en el que, en un espacio cerrado, oscuro y silencioso, se escuchan sonidos naturales y cantos de las zonas que se recorrieron para hacer el documento. Además, se leen, en voz alta, fragmentos seleccionados de las historias.
“El objetivo es la apropiación de estas voces con una metodología de juntar gente, que conozcan no solo los testimonios, sino los sonidos de la naturaleza. El sonido siempre hace vibrar”, relata Castillejo Cuéllar.
Con esa idea, la Comisión hizo al menos 50 lecturas rituales en todo el país y dejó la semilla y el material para que en escuelas, colegios y bibliotecas se hicieran otras 150 por iniciativas particulares. Fueron unos 200 ejercicios que comenzaron como una idea nacida en la Sierra Nevada y que ahora terminaría en ese mismo lugar. “Traer esta palabra a la Sierra es cerrar el círculo, volver a donde todo nació y cumplir la promesa de regresar para traer palabra”, remata el excomisionado.

Pagamentos y palabras en la capital Arhuaca

“Control. Hay que controlar, porque no todos deben subir”: así resume el mamo Rafael, una de las principales autoridades de Nabusímake, la razón por la que hay que recorrer (o padecer) casi tres horas de una compleja y peligrosa trocha para llegar al lugar más sagrado de los arhuacos.
El camino debe ser recorrido en camionetas 4x4 manejadas por personas de la zona que ya conocen la ruta. De lo contrario, es muy probable que el vehículo termine enterrado en un barrizal o, peor, desbarrancándose por un precipicio. Y por estos días la situación es peor ante la ola invernal que vive todo el país.
Ese camino, lleno de sobresaltos y barro, es recorrido por una delegación que incluía al embajador de la Unión Europea en Colombia, Gilles Bertrand; el delegado de la UE en Bruselas para Colombia, Konstantine Von Mentzingen; el oficial político Andreas Björklund; el coordinador de la Redprodepaz, Fernando Sarmiento Santander; Amaury Padilla, director del Programa de Desarrollo y Paz de Cesar-La Guajira, y por supuesto Alejandro Castillejo Cuéllar, con su coequipera Magdalena Frías (coordinadora de las lecturas rituales), de la Comisión de la Verdad, más un reportero de EL TIEMPO. El objetivo: escuchar la lectura ritual de cierre en la Sierra.
“Cuando no llueve, pueden ser dos horas, pero cuando llueve, más de tres. Es un sacrificio para poder entrar a la tierra sagrada”, reitera el mamo Rafael, quien está acompañado por otra de las más altas autoridades espirituales de la Sierra: el mamo Evangelio. “Algunos presidentes han subido en helicóptero, pero así no es como debe ser. El camino es el que vale la pena”, agrega.
La entrada de Nabusímake está bloqueada por una reja sencilla de metal por la que solo pasan quienes tienen el visto bueno de los altos mamos y mayores. Luego de un control, listado en mano de las personas autorizadas, continuó el lento ‘rally’ hacia la capital del mundo arhuaco.
Se trata de un territorio ancestral indígena que hace parte de la jurisdicción de Pueblo Bello (Cesar), municipio que concentra al 35 % del total de población arhuaca de Colombia. Según el censo de 2018, en Pueblo Bello viven 12.180 hombres y mujeres que se reconocen como arhuacos, de un total de 34.711 contados en todo el país.
El punto central de esta región indígena es Pueblito, un caserío tradicional franqueado por muros de piedra y al que también se entra solo con permiso de los mayores. Son una treintena de viviendas de bahareque recubiertas con barro y techo de paja que están construidas alrededor de la Kankurwa, o templo sagrado. En ese lugar se realizan los rituales tradicionales y las reuniones importantes de toda la comunidad.
Y es alrededor de esa Kankurwa donde sucede todo o nada, de acuerdo con la voluntad de los mamos. Son ellos quienes deciden qué y cómo se hace. Sin su presencia o mandato, ningún evento o ritual sucederá. En este lugar, el tiempo, o mejor, la prisa, no existe. Todo se hace con calma y tranquilidad, escuchando a la naturaleza, como dicen ellos.
La Kankurwa, o templo sagrado, es donde se realizan los rituales tradicionales y las reuniones importantes de toda la comunidad.

La Kankurwa, o templo sagrado, es donde se realizan los rituales tradicionales y las reuniones importantes de toda la comunidad. Foto:Rafael Quintero

De todas maneras, ese nublado domingo a las cuatro de la tarde, lo que predomina en Pueblito es el silencio. No hay sonidos. Ni hojas moviéndose con el viento, ni aves. Apenas el suave raspado de los poporos para el mambeo y uno que otro diálogo en voz baja en Iku, como se llama la lengua arhuaca.
En los alrededores de la Kankurwa, los hombres no paran de mambear su sagrado ayu (hoja de coca tostada) mientras las mujeres y niñas tejen mochilas grandes y pequeñas. Dicen los arhuacos que estos bolsos y sus diseños son la muestra del amor de la mujer, novia o esposa, hacia el hombre.
Son casi las 5 de la tarde y no hay señal de los mamos mayores. Y sin ellos no puede empezar la lectura ritual, ni el pagamento previo. “Están reunidos conversando; hay que esperar”, anuncia el mamo Rafael.
Alrededor de una hora después, usada por los visitantes para tomar fotos a los reacios habitantes, los mayores aparecen. Son seis, liderados por el mamo mayor Cuncha. Lentamente se sientan en un grupo de piedras que conforman un pequeño altar. El máximo líder espiritual está en el centro y se dirige en su lengua a los visitantes para iniciar un ritual que gira en torno a la conciencia de cuánto alimento consumimos y cómo debemos retribuirlo a la tierra.
Luego, más tarde en la noche, se da paso a la lectura ritual. Ya dentro de la Kankurwa, se disponen sillas largas y dos mesas de madera rústica para la comunidad, las altas autoridades arhuacas y los de la Comisión de la Verdad. “Este será un diálogo sin límites, sin tiempo, como debe ser”, dice el mamo Cuncha. Y entonces, se empezó a tejer palabra en la Sierra Nevada.

Entender, respetar, contribuir

Las lecturas rituales tienen un principio claro: no se trata de leer lo que sucedió en la región donde se hace, sino contar historias de otras regiones que vivieron tragedias similares. En este caso, se ‘trajo palabra’ desde el Amazonas.
Se escucharon testimonios no solo de la guerra, sino de cómo la naturaleza y los ancestros padecieron los conflictos. Pero antes, hubo 15 minutos de sonidos: cantos, aves, agua circulando, viento, zumbidos de insectos y animales de todo tipo llenaron con fuerza el silencio en medio de una oscuridad solo rota por la luz amarillenta de las velas. La voz de las víctimas, narrada con fuerza y sentimiento, también retumbó. Nadie habla, nadie se mueve. Solo se ve el movimiento de las manos de las mujeres tejiendo y los hombres raspando el poporo para mambear.
Dos horas después, termina la lectura ritual y son los mamos quienes toman la palabra. “Entendemos y recibimos el mensaje. Sabemos que, aunque hacemos las cosas diferentes, nuestra tarea es la misma”, dice Cuncha refiriéndose a la misión de salvaguardar la tierra, los elementos y buscar acciones concretas para proteger y restaurar la naturaleza.
En los alrededores de la Kankurwa, los hombres no paran de mambear su sagrado ayu (hoja de coca tostada) mientras las mujeres y niñas tejen mochilas grandes y pequeñas.

En los alrededores de la Kankurwa, los hombres no paran de mambear su sagrado ayu (hoja de coca tostada) mientras las mujeres y niñas tejen mochilas grandes y pequeñas. Foto:Rafael Quintero

Explica que para los arhuacos no existe como tal el concepto de guerra, pero sí del irrespeto a los seres vivientes que luego desata daños sobre la Madre Tierra. “Cuando no se entiende el valor de los elementos, se les pierde el respeto. Y, al perderles respeto, se hace esa guerra”, enfatizó el mamo y dejó claro que, si se habla de paz, se debe tener claridad sobre el valor de los seres de la tierra, se debe difundir esa idea y asegurarse de que quede clara entre todos. “Nuestra tarea es entender la naturaleza”, agrega.
De ahí, del entendimiento, se pasa al respeto y posteriormente al otro estado, el de realizar acciones concretas, dice. Es ahí donde las palabras quedan atrás y se deben planear hechos. Solo entonces, asegura el mayor, se puede hablar de paz.
Al final, quedan claras las tres etapas que han aconsejado los mamos: “entender, respetar y contribuir”. Tras cuatro horas de deliberación, queda el compromiso de avanzar en más procesos, en más escuchas y en llevar el mensaje más allá en el país.
En pocas palabras, esta socialización del libro de testimonios, pese a que el 28 de agosto terminó el mandato de la Comisión, debe encontrar el camino para seguir su difusión. Y entonces, el círculo de lecturas que ya parecía cerrado vuelve a abrirse por voluntad de la Sierra Nevada.
RAFAEL QUINTERO CERÓN
Enviado especial de EL TIEMPO a Nabusimake
@TheFugazi

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