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Víctor Mallarino: 'Yo soy muy viejito. ¡Hice televisión al aire, en vivo!'
El reconocido director y actor bogotano empezó su carrera hace más de 50 años. Entrevista de BOCAS
El actor y director bogotano Víctor Mallarino (66 años) empezó su carrera hace más de cincuenta años cuando la televisión se hacía en vivo. Foto: Camilo Rozo
Empezó hace más de cincuenta años, cuando la televisión se hacía en vivo. Y, a pesar de tener una carrera que ya cumple medio siglo, su nombre sigue ganándose el cariño de los televidentes dentro y fuera de Colombia. Víctor, como lo saluda la gente en las calles, ha hecho teatro, comedia y drama, con actuaciones entrañables como la de Mirando Zapata, más conocido como El Inútil, Daniel Luna, el marido y abogado perfecto de La Baby Sister, o el villano encantador Eduardo ‘la Araña’ Carbonell en ¿Por qué diablos? De sus proyectos más recientes se destacan Pedro Ferrer en la serie Perfil falso, Navajo en La piel del tambor, Enrique en Cochina envidia y Herrero en Now and Then.
El gran editor Benjamín Villegas es portada de la edición #131 Foto:Revista BOCAS
De sus actuaciones en cine no olvido su interpretación del doctor Holguín en La estrategia del caracol, a Esquilache en Perder es cuestión de método, Mariano Ospina Pérez en El Bogotazo y El hombre elefante en teatro. Víctor ha sido también director, con producciones memorables como Calamar, Sangre de lobos y Amas de casa desesperadas. Además, fue presentador del reality el Desafío, toca la guitarra eléctrica, es buzo y jugador de tenis, fotógrafo y escalador. Mallarino tiene cuatro divorcios encima, dos hijos ya adultos, y en la actualidad es pareja de la editora colombiana Pilar Reyes, cabeza de Alfaguara en Madrid, responsable, entre otras, de corregirle las novelas a Vargas Llosa.
Es una calurosa tarde de verano cuando Víctor (66 años) me abre la puerta del piso donde vive en Madrid. Está en pantaloneta y descalzo. Se ve todavía más alto en persona. Si bien no lo conocía de antes, no puedo evitar saludarlo como lo haría con alguien a quien conozco de toda la vida. El hombre de 1,90 se estira en el sofá de su casa y yo me siento casi avergonzada de estar tan contenta de tenerlo enfrente. Solo entonces soy consciente de haberlo visto desde que era muy pequeña, de haberme reído con sus chistes, de haber sentido ese soplo fresco que deja la bonhomía de su presencia más veces de las que soy capaz de recordar.
Su padre, también llamado Víctor Mallarino, les dedicó su vida a las tablas. Entre sus muchas funciones ocupó la de director del Teatro Colón, lugar donde una sala lleva su nombre. Su madre, Ascensión de Madariaga, hizo parte del grupo de teatro de Federico García Lorca, tuvo amistad con el poeta Miguel Hernández, y logró escapar a tres intentos de fusilamiento durante la Guerra Civil española. Al final, huyó a Colombia en 1940, donde se casó con el padre de Víctor, con quien tuvo cuatro hijos. Rafael, el mayor, murió joven, fue banquero y el único de los Mallarino Madariaga que no dedicó su vida a las artes escénicas. Después de Rafael siguió María Angélica, luego Helena y, finalmente, Víctor, “el consentido” no solo de su casa, sino de la televisión colombiana. Ahora estamos aquí los dos; mientras yo mastico un trozo de jamón que él me trajo de la cocina y me seco el sudor, pienso que él sigue siendo un hombre grande, encantador y atractivo, tal como lo recuerdo de toda la vida.
Es ampliamente recordado por sus papeles en El inútil, La Baby Sister y ¿Por qué diablos? Foto:Camilo Rozo
¿Si tuviera que escoger, cuál sería su personaje más entrañable de televisión?
El humor me gusta, se me da mejor. Tiene una cosa mucho más orgánica que el drama para mí. El drama lo sé hacer, pero me exige un par de neuronas más. Había un personaje de una cosa que se hizo hace mil años que se llamaba ¡Quieta, Margarita! (1988), que era como una alusión bíblica de Caín y Abel. Se llamaba Andrés Saín. David Stivel me llamó para ese típico personaje antagónico que es un cabrón, y yo le dije: “Yo no hago eso”.
¿Qué lo hizo cambiar de opinión?
Stivel era tan inteligente…. me invitó a su casa y tras dos cafés concluimos que la única salida era que el tipo fuera absolutamente idiota. Entonces tenía una mezcla fascinante porque era muy bruto y muy malo. Y eso siempre produce un resultado espectacular. Era el Coyote. Trataba de matar a su hermano mediante todos los métodos imaginables y siempre fracasaba.
¿Algún otro personaje?
Mirando Zapata, el zapatero de El inútil (2001).
¿Alguna dirección predilecta?
Celia Cruz (2015) me encantó. No tengo una sola queja de nadie. Junto con La ley del corazón (2016), es el mejor equipo que he tenido.
Otro inolvidable de los ochenta fue El cuento del domingo…
Yo escribía con un brasilero que se tomaba una botella de whisky diaria. Me levantaba a las 9:30 de la mañana, me iba al Corcovado y mis vainas, y le llegaba a las 2:30 p. m. a su casa. El tipo destapaba un litro de Sello Negro, y a las 11 p. m. se lo había bajado, justo cuando habíamos hecho un capítulo. Era un genio llamado Manoel Carlos, un escritor tremendamente exitoso en Brasil. Con él escribimos una historia que me gusta mucho, El círculo.
También es reconocido por su trabajo de dirección en Calamar, Sangre de lobos y Amas de casa desesperadas y por sus apariciones en las películas La estrategia del caracol y Perder es cuestión de método. Foto:Camilo Rozo
La recuerdo, claro. Un tema que no se nos puede olvidar: las mujeres… Lotti Haeger fue su primera esposa, sueca, madre de sus dos hijos…
Lotti es la única persona con la que he tenido hijos.
Bien escogida la madre de los hijos.
Sí, ese cruce funcionó. El haber tenido hijos con Lotti se retrata en una escena el día del grado de Christina del colegio, cuando el rector nos dijo: “Sus hijos son la clase de personas que necesitamos: ¿No podrían tener otro?” [risas].
¿El mayor es Sebastián?
Sebastián es mayor. Ahora es el director creativo de una agencia en Nueva York. Con el tema del teletrabajo ha encontrado que no necesita vivir allá, entonces ha estado un tiempo con su hermana en Atlanta. Ahora está decidiendo para dónde coger. La última vez me dijo “es que yo soy muy lobo, y creo que me voy a ir para Miami”.
¿Su hija Christina es médica?
Médica de la Universidad Javeriana. Se fue a Harvard cuatro años a un puesto de investigación en un laboratorio de neumología. Luego hizo su especialidad en medicina interna y el año pasado terminó su fellow en infectología empezando el 2020.
Después de Lotti, se casó con Kathy Sáenz, Mariana Cortés, María José Gómez y ahora es pareja de Pilar Reyes…
Ahora Pilar.
Vamos a sacar a Pilar del clóset en esta entrevista.
Yo nunca he ocultado nada, pero tampoco me he puesto a hablar mucho de mis relaciones.
¿Y cómo empezó?
Si a mí me hubieran preguntado en una entrevista hace unos años quién era mi amor platónico, yo hubiera dicho que era Pilar Reyes. Y ahora es mi pareja.
¿Qué hace?
Es la persona que tiene que decirle a Mario Vargas Llosa “ese capítulo... mejor no” [risas].
Toca la guitarra eléctrica, es buzo, jugador de tenis y escalador. Casi muere de una fibrilación auricular. Foto:Camilo Rozo
A pesar de ser directora de Alfaguara, uno tiene la impresión de que no se da ninguna importancia….
Ella no sabe el tamaño de persona que es. La cereza en el pastel es que cuando hago fotografía en la naturaleza, ella se sienta en una montaña a esperar a que pase un águila el tiempo que sea necesario.
Puede ser como una meditación.
Me dijo: “esto es exactamente lo que necesito”. Ella almuerza con un autor, cena con otro, trae trabajo a la casa, corrige pruebas, va a eventos, en fin, tiene la cabeza metida en tantas cosas que estas salidas han sido la oportunidad de conectarse con la tierra y con ella misma.
¿Han hecho varias excursiones?
Tenemos una carpa verde con dos sillas donde podemos sentarnos en medio de la nada a esperar a que pase un ave imperial ibérica a tres metros de distancia.
¿Aun siendo así, no siente que al vivir en España tiene más aire, más espacio propio?
Sí hay un aire. Vine aquí porque de aquí era mi madre y tomé la tardía decisión de buscar a la familia Madariaga. No es que me arrepienta de haberme tardado tanto en hacerlo, pero sí me planteo que tal vez he debido hacerlo antes.
¿Antes de instalarse en Madrid vivió en Colombia y dónde más?
En Londres durante la universidad, luego en Miami y en República Dominicana. Aquí en Madrid siento que puedo desarrollar otro tipo de cosas. En este espacio tiene más cabida la fotografía, que siempre me ha gustado.
¿Qué fue primero, la relación con Pilar o la búsqueda de las raíces?
La búsqueda. Yo la conocí a ella ya viviendo aquí.
¿Y eso cuándo fue?
Yo había decidido irme. Antes vivía en Cajicá, cuando decidí irme metí toda mi casa entre una bodega, y cuando fui a despegar, apareció un formato que RCN le había comprado a una productora turca. Entonces tuve que viajar a República Dominicana como tres o cuatro meses. Cuando estaba por terminar, el señor turco me dijo que me quedara a trabajar con él, entonces me quedé dos años más. Ya de regreso a Bogotá, mi plan era mudarme a Madrid, tenía hasta alquilado el apartamento de una prima. Cuando empezó el confinamiento todo se fue a la porra.
¿Lo agarró en Bogotá el confinamiento?
En Bogotá, en casa de mi hermana Helena.
¿Y qué hacía?
Con unos documentalistas y un biólogo inventamos un proyecto que se llamaba Anima Fauna, para monitorear el movimiento de los animales mientras las personas estaban replegadas durante el confinamiento. Yo trabajo con temas ambientales y ordenamiento del territorio, ecología. Entonces inventamos eso también para poder salir. Es que si no salía iba a matar a alguien y los únicos candidatos éramos mi hermana o yo.
Mejor no…
No habría sido muy amable después de que me estaba dando posada [risas]. Pero la verdad es que los dos ahí metidos lo pasamos de puta madre. Jugábamos cartas, jugábamos squash en el garaje. Me encontré unas de esas pelotitas que son un mundo, como un planetita de espichar, y con raquetas de bádminton y esas pelotitas nos inventamos un juego para no enloquecernos. Diseñamos las medidas de la cancha y el reglamento funcionaba perfecto.
Película La piel del tambor, con la actuación de Víctor Mallarino. La historia está basada en el libro homónimo de Arturo Pérez-Reverte. Foto:Cortesia de la producción
¿La relación con Helena siempre ha sido muy próxima…?
Somos súper ‘cachas’.
¿Cuál es la diferencia de edad entre ustedes dos?
Helena me lleva cuatro.
¿La mayor es María Angélica?
Sí. El mayor era mi hermano Rafael, que murió en 1992. María Angélica ha sido luminosa, psicopedagoga, superestrella con los niños, hizo una enorme carrera con Los Monachos para buscarles un espacio a los adolescentes en el arte. Esa llave que hacía con Misi las llevó a hacer grandes cosas. Helena, por su parte, ha tenido vocación total de actriz toda la vida.
¿Por qué comenzaron a actuar?
Si mi papá no fallece en el momento en que falleció, es posible que ninguno o solo uno de nosotros hubiese escogido las artes escénicas como carrera.
¿Por qué?
Por un tema económico. Cuando mi papá murió, yo tenía diez años, éramos cuatro hermanos, mamá era profesora de colegio, había que buscar la manera de apoyar en casa. De hecho, Helena es comunicadora social y quería ser arquitecta, pero no pudo por falta de presupuesto.
Hoy vive en España y, además de sus proyectos actorales, está dedicado a la fotografía de águilas. Foto:Camilo Rozo
¿Qué fue lo primero que hizo en televisión?
Comedia. En esa época hacían series enteras financiadas por productos. Por entonces Salvo Basile me sacó del colegio, me hizo un casting (él siempre me había dicho que éramos sesenta candidatos, pero yo sé que solo éramos tres) y me llevó a trabajar con el director Felipe González, un hombre al que quise mucho. En el programa mi papá era Julio César Luna, que era un viudo; yo estuve de los doce a los catorce años haciendo esa comedia.
Hace rato…
Yo soy muy viejito. ¡Hice televisión al aire, en vivo!
¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
Corríamos por el Teatro Colón con mis hermanos como si fuera el patio de la casa. Mi papá era el director del teatro, aunque un día aburrido de manejar la parte istrativa se lo dejó a su asistente, la señora Cecilia Fernández de Soto, mamá de personajes muy ilustres, embajadores, senadores. Él le encargó la istración del teatro y se subió a ese último piso que se llamaba El Palomar. Ahí fue a montar la Escuela Nacional de Arte Dramático. Es ahí donde ahora está ese espacio llamado Víctor Mallarino. Nosotros corríamos por todos lados, buscábamos los fantasmas del teatro.
¿Buscaban algún fantasma en particular?
Sí, el de una bailarina rusa que se había suicidado en un foso, que es un gran aljibe con una tapa de madera. Nosotros corríamos la tapa y el agua estaba lejos, a unos cinco metros de distancia. Con Helena y Celmira Luzardo (mientras Consuelo estudiaba teatro en El Palomar) esperábamos encontrar el esqueleto, la pañoleta, no sé, al menos un hueso….
También vieron muchas obras, me imagino.
Puedo decir que vimos todo lo que vino a Colombia de gira desde el palco número diecisiete de la primera fila.
¿Alguna escena que le haya impactado?
Venían muchas compañías de fuera y se usaba que involucraban a algún actor colombiano. Recuerdo que vi entrar a escena a un hombre que se veía muy alterado. Entró gritando su parlamento. Hoy pienso que tal vez había consumido algo. Murió de pie, como los árboles de Alejandro Casona. Bajaron el telón y después salió el director de la compañía a preguntar si había un médico en la sala. Al rato salieron a informar que el actor había fallecido.
Su madre, Asita de Madariaga, salió de España por la Guerra Civil, ¿correcto?
Así es. A los veinte años. Mi abuelo tenía dos condenas a muerte: una por republicano y otra por masón. Entonces se fue a Francia, mi mamá se quedó cuidando a la abuela unos años.
¿Entiendo que su mamá también fue perseguida?
A mi madre le hicieron tres intentos de fusilamiento. Logró escapar las tres veces.
¿En España?
En distintas partes de España, sí. Cuando mi abuela murió, ella tomó un barco y se vino a Colombia.
Víctor Mallarino tiene 66 años. Foto:Camilo Rozo
¿Algún método actoral que use en particular?
Creo que hay tantos métodos como personas existen en las artes escénicas. Hay una historia donde Alfred Hitchcock estaba dirigiendo a Ingrid Bergman y a ella no le salía y no le salía la escena. Después de muchos intentos, ella le dijo: “no puedo”. Y él le contestó: “Fake it”. Es decir: “¡actúe!”
¿Y a usted cuál le funciona?
A mí el único método que me funciona es la conexión. Yo me fijo un objetivo y establezco un estado de ánimo. No puedo entrar a una escena de cero y arrancar a funcionar. No tengo una razón disciplinaria para pedirle a la actriz que está conmigo que no esté en Instagram mientras grabamos una escena; lo que pasa es que no puedo hablar con alguien que no está escuchando. Establecer ese estado de ánimo que busco, encontrar el camino, se consigue por reacción, no por “hacer que sentimos”. Ese es el método que yo utilizo. El reverso de la moneda es que donde me encuentro un actor que no me da juego, no sé qué hacer.
¿Cómo fue hacer la transición de actor a director?
La primera dirección que hice, como en el noventa por ciento de los casos, fue un proyecto heredado. Julio César Luna me llamó para hacer el final de una serie que él venía dirigiendo. Se llamaba Los impostores. Julio era obsesivamente organizado. Yo a él le aprendí eso. A Pepe Sánchez le aprendí el ánimo que establecía en el espacio de trabajo. David Stivel era muy bueno con el tema psicológico y la relación de los personajes, eso lo construía muy bien. Por su parte, Bernardo Romero tenía un sentido del humor y un manejo de la fantasía increíbles…
¿Qué cambios nota en el trabajo audiovisual en las últimas décadas?
La cinematografía se tragó a la televisión. Cinematografía es cómo se hace montaje y cómo se hace complicidad con el público a través de historias de una manera esmerada. Había una época en que la factura de la televisión, el método técnico era un mixer y cuatro cámaras ponchadas que, además de ser un ejercicio motriz fascinante, no tenía ninguna otra ventaja. Ninguna. Yo llegué a hacer escenas de noventa planos sin un solo corte. Y después lo pagué muy caro, porque me fascinó tanto… no me fascinó, entré tanto en esta lógica, que me costó explicarles a los productores que necesitaba salir de ella.
¿Y eso qué repercusiones tiene?
Toda la gente de cine se está yendo a televisión. En general, la estructura del cine produce mejor calidad.
Uno creció con Don Chinche, con Dejémonos de vainas, entre tantos otros programas que se volvieron icónicos por representar algo así como una identidad nacional. Pero hoy en día la televisión nacional ha perdido relevancia….
Porque todo migró a las otras plataformas internacionales.
¿Se ve distinta Colombia en la distancia?
La distancia le da a uno menos conexión inmediata y por lo tanto menos afán de opinar. El año pasado tuve una desconexión enorme con el tema político. Ahora he vuelto a escribir en Los Danieles.
¿Cómo es envejecer? Sobre todo cuando uno ha sido “el galán”…
Tengo dos respuestas completamente separadas. Yo nunca he sido galán de nada. Yo no puedo que tú me des un smoking y salir corriendo y subirme a un convertible. Porque me tropiezo, me caigo y me mato.
Con lo de “galán” quería hacer un halago. Creo que a mujeres como yo, que no nos gusta el típico Ken, justamente nos atrae un galán que no sea de cartón…
Eso sí me halaga. Siempre he tenido la seguridad de que a las mujeres les gusta la vulnerabilidad. Y les gusta que uno haga todo para que ellas se enteren de que le gustan a uno. La cosa adusta, la cosa táctica, por fortuna no la sé hacer y no me resulta natural.
¿Cómo es envejecer?
Uno se sorprende, más de una vez a la semana, con miedo a perder el atractivo frente a una mujer.
¿Y eso le preocupa?
Me preocupan otras cosas. La seguridad económica, por ejemplo. En Colombia la profesión de actor apenas está siendo reconocida como tal. En un momento dado me preocupaba mucho pensar “no tengo con qué envejecer”. Por suerte he sido organizado y hago otras cosas además de actuar. Hay campos en los que se puede estar vigente hasta la muerte.
¿Otras preocupaciones de la edad?
Me preocupa perder creatividad, me preocupa perder vigencia en lo físico. Por fortuna tengo una inmadurez natural que me ha ayudado siempre. Yo, igual que mi madre, soy come años y estoy lleno de juguetes.
¿Juguetes?
Mi hermana Helena tiene una descripción muy divertida: “nunca he conocido a alguien que tenga tantas güevonadas y las use todas” (risas).
¿Cómo cuáles?
Bicicletas, equipos de buceo, de escalar, guitarras, cámaras fotográficas… todo lo uso. Claro que no pude volver a bucear y cuando lo supe casi me muero.
¿Por qué no puede bucear?
Tuve una fibrilación auricular en el corazón. Casi me muero. Cuando viví en República Dominicana estuve dos años y solo me metí al mar a los seis meses. Hacía catarsis saliéndome a mar abierto y flotando en ese azul… un día vi un triángulo plateado sobre el agua y alcancé a pensar que era un tiburón. Pues no. Era un ex paquete de papas fritas. Me dio un ataque de risa que casi me ahogo [risas].
Víctor Mallarino, Luis Fernando Hoyos y Germán Jaramillo protagonizan la obra de teatro 'Nuestras mujeres'. Foto:Diego Ramírez
¿Siempre ha hecho fotografía?
Me gustaba siempre. Cuando uno ha trabajado con cine y televisión tiene el ojo de la luz y la cámara, entonces también hace parte del oficio. La fotografía en cualquiera de sus formas es 85 por ciento observación.
¿Y por qué ese interés en fotografiar águilas?
Son pocos los animales dueños de su destino. Eso les da un carácter especial. Uno nunca va a poder fotografiar un águila si ella no quiere. Ella lo percibe a uno a gran distancia. Si sale es porque ella se permite salir.
Sale posando…
Generalmente son pollos. Los pollos son muy confianzuditos y dejan que uno se les acerque. Son fascinantes… pero como fotógrafo, todavía estoy por descubrir cuál es realmente la foto que quiero hacer.