Son muchos los verbos que se aprenden en 'Toño Ciruelo', la célebre novela de Evelio Rosero. Verbo esplender (‘resplandecer’): “se limpió con un manojo de hojas y se empinó esplendiendo desnuda” (p. 74). Verbo instilar (‘infundir’): “Sentí que me instilaba miedo” (p. 103). Verbo desmesurar: “Sus ojos se desmesuraron” (p. 132). Verbo escalofriar: “No izaba ningún revólver, pero me escalofrió” (p. 95). En la página 137, los personajes de la Casa del Horror “hocicaban”, es decir, se veían ‘obligados a aceptar lo desagradable’. Cuando se le acaban los verbos del DLE, Rosero los inventa. Verbo pavorecer (‘estar muy asustado’): “está loco, gritaba Fagua pavorecido” (p. 82). Verbo tragediar (‘tomárselo muy en serio’): “¿Por qué te vas a tragediar?” (p. 112). Verbo muñequizar (‘tener el aspecto de un muñeco de ventrilocuo’): “Tenía su propio rostro transfigurado, quiero decir, muñequizado” (p. 132).
Repetición
Es bien sabido que la mayoría de los escribientes se esfuerzan sobre manera en no repetir, y lo hacen aún a costa de confundir al lector. Si ya escribieron “botella”, cambian este término en las siguientes referencias por envase, recipiente, frasco, susodicho ículo, en vez de repetir “botella”. Si ya escribieron Pedro Pérez, lo cambian por el candidato, el exministro, el mencionado personaje, en vez de repetir Pérez. Rosero repite con maestría, juega con los sonidos y, de alguna forma, se burla así de los cruzados de la antirrepetición. He aquí algunos ejemplos en Toño Ciruelo: “era un negro que vestía de negro” (p. 78), “Buda, gordo y feliz como un gordo” (p. 93), “los pescadores que pescan” (p. 114), “parecía que no existía de tanto existir” (p. 116), “en París el amigo es más amigo, la risa más risa, el abrazo más abrazo” (p. 116), “yo era sinceramente yo” (p. 120), “¿quién la violaba?, o ¿quién viola a las violadas?” (p. 144), “conejos de las conejeras, gallinas de los gallineros” (p. 147). “Dos carretas y sus carreteros, o dos zorras y sus zorreros” (p. 161). Y lo mejor, “con semejantes semejantes tuvieron que conformarse” (p. 147), para que el lector decida cuál de los dos “semejantes” es el adjetivo y cuál el sustantivo.
Otra característica de su estilo es el uso audaz de la hipérbole o exageración: “desde hacía un siglo nadie llamaba a esta casa” (p. 11), “no es posible escribir cuan largo era porque era todavía más largo” (p. 13), “el pueblo entero dormía” (p. 83), “una tina de baño de oro puro que en lugar de agua estaba llena de esmeraldas” (p. 122).
Adjetivación
Un consejo repetido por asesores metidos o invitados es el de evitar adjetivos innecesarios para el significado, y dejar solo los indispensables para la descripción escueta y asertiva. Afortunadamente hay quienes burlan esa recomendación, como se ve en estos ejemplos de Toño Ciruelo: “mandíbula bíblica” (p. 84), “era cualquiercosario” (p. 86), “enseñando los arboludos brazos” (p. 87), “santos impávidos” (p. 92). En la página 86 se divierte con treinta y dos adjetivos para describir a un par de personajes, “asimétricos, discordantes, perniquebrados, envarados, destruidos…”. Y en la página 171 repite el truco con otra larga lista de adjetivos correspondientes a uno de los poetas del Park Way, “tripudo, cabezón, tartaja, canijo…”.
Escritores, escribidores y escribientes, ¡repitan, adjetiven, exageren, inventen!
FERNANDO ÁVILA
EXPERTO EN LENGUAJE Y ORTOGRAFÍA