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‘Hay que hacer las cosas lo mejor posible, no tan rápido’: C. Honoré
Habla el creador del movimiento slow y la fundadora de una rama española de la misma corriente.
Hay que aprender a pensar con calma. Foto: Getty Images
En 2004, el ensayo Elogio de la lentitud (RBA), del periodista y escritor canadiense nacido en escocia, Carl Honoré, se convirtió en un best-seller internacional: de sus páginas nació un movimiento tan potente como vivificador, el movimiento slow. Desde entonces, millones de personas de todo el mundo se han esforzado por fraguar la serenidad y el paso firme con el desafío que representa la cultura de la prisa y el vértigo de las nuevas tecnologías. En 2022 nació en España el movimiento tiempo de arte, iniciativa que pretende impulsar el modo de vida slow a través del arte y de las infinitas posibilidades transformadoras que ofrece para el ser humano. Conversamos con Carl Honoré, embajador del movimiento slow y de tiempo de arte, y con Merche Zubiaga, la creadora y directora de este último.
¿Qué es exactamente el movimiento slow? ¿Qué propone?
C.H. Para mí, el movimiento slow es una revolución cultural. Vivimos en un mundo adicto a la prisa, marinado en la velocidad, la estimulación constante, la distracción y la multitarea. Pagamos un precio muy alto —a nivel de calidad de vida y salud— por esta cultura de la celeridad y la inmediatez constante. Y lo hacemos tanto a nivel individual como colectivo, por eso nació hace unos años ese ‘rechazo’ al modelo imperante, esta contrapropuesta, que es el movimiento slow. Tengo que subrayar que lo que propone el movimiento slow no es hacer las cosas a paso de tortuga. No somos extremistas de la lentitud. En multitud de ocasiones, más rápido es mejor, esto lo sabemos todos, pero no siempre es ni debe ser así. Y aquí llegamos a la esencia del movimiento slow, que propone hacer las cosas a la velocidad adecuada ante cada circunstancia e instante. Es lo que los músicos llaman il tempo giusto, ‘el tiempo adecuado’, que implica que en unas ocasiones se emplea un tiempo musical más rápido y en otras más lento, siempre buscando el tiempo adecuado para cada momento de la pieza. El movimiento, por tanto, va más allá de la mera velocidad: es un estado de ánimo, un cambio de chip; se trata de llegar a cada momento tratando de hacer las cosas lo mejor posible, no lo más rápido posible. En el fondo, alberga una idea muy sencilla: hacer las cosas bien en lugar de hacerlas con celeridad. Y precisamente por su sencillez esta idea es tan transformadora y posee la capacidad de cambiarlo absolutamente todo. Si miramos el mundo en todos los momentos de la vida puede encontrarse un movimiento slow, ya sea desde la comida (slow food), la educación lenta, el liderazgo lento, el slow travel… es una idea aplicable a todo.
Carl Honoré, periodista y escritor canadiense autor del ‘Elogio de la lentitud’. Foto:cortesía del autor
Es decir, el movimiento slow propone disfrutar del momento vital, del proceso de vivir, regresar a la noción original del carpe diem...
C. H. Disfrutar del proceso, disfrutar de los momentos, en vez de sólo contarlos.
M. Z. Para mí, el movimiento slow significa crear un espacio de reflexión, encontrarte, descubrirte en el momento, en el aquí y el ahora, y lo que tienes a tu alrededor. Creo que el movimiento slow, como ha dicho Carl, es una revolución social e implica haber alcanzado un nivel de conciencia importante. El ser humano necesita reflexionar: si no reflexionamos, si no nos paramos, si no nos encontramos y no tenemos ese momento vital de equilibrio, estamos destruyendo el mundo. En realidad, esto es lo que está sucediendo. Hemos destruido nuestro planeta, hay fenómenos que son irreversibles, y no puede ser que la enfermedad del siglo XXI sea el estrés y que, realmente teniéndolo todo, no tengamos nada. No estamos viviendo, estamos malviviendo, cuando deberíamos estar en otro estadio social.
Esta llamada a la serenidad en un tiempo en que los trastornos de estrés y ansiedad se están convirtiendo en una nueva pandemia, resulta casi regeneradora. Merche, ¿en qué consiste tiempo de arte?
M. Z. Tiempo de arte propone un espacio para la reflexión, así como un entorno en el que podamos hallar en las artes esa herramienta que poseemos todos los seres humanos, la creatividad. Los humanos somos seres creativos. El poder que tiene la creatividad, por tanto, es infinito, y el arte, desde hace 40.000 años, es una forma de expresarnos. Es un diálogo, un encuentro. En el arte tenemos absolutamente todo para poder continuar y poder resolver. Tiempo de arte lo que hace es justo esto, y lo hace después de la pandemia, la cual nos ha hecho parar y darnos cuenta de que lo estábamos haciendo muy mal en muchos temas. En las artes nos encontramos esa herramienta que nos permite contemplarnos con una mirada libre para poder transformar nuestro mundo.
Merche Zubiaga, creadora y directora del movimiento
‘tiempo de arte’. Foto:cortesía del autor
¿Y cómo llegó usted a esta metamorfosis personal a través del movimiento slow?
M. Z. Tiempo de arte es un elogio a la lentitud. Yo me encontraba en esta misión mía: ¿qué podemos hacer, cómo podemos avanzar, transformar e integrar en la sociedad a través del arte y de la cultura? Y una amiga muy querida me regaló Elogio de la lentitud. Comencé a leer el libro y hubo un momento, en una página, en el que dije: “ya está, tiempo de arte, slow art”. Fue en ese instante cuando empezó a construirse toda esta iniciativa. Y entonces sucedió una cosa muy mágica : le escribí a Carl Honoré y él respondió ipso facto a mi mensaje. Le escribí a finales del 2021, me respondió al día siguiente y nos reunimos el 3 de enero de 2022. En mayo, Carl estuvo en el congreso que celebramos en Santander (Cantabria) impartiendo la conferencia de apertura de nuestro movimiento: Tiempo de arte.
Carl, desde que fue publicado Elogio de la lentitud han ido surgiendo grupos, asociaciones e iniciativas espontáneas ciudadanas que se han sumado al movimiento slow. ¿Cómo conseguir frenar el ritmo al que nos impulsa el contexto a través del significado de lo slow?
C. H. Llevo años viajando por el mundo tratando de exportar esta idea de hacer las cosas con calma, con cariño, con calidad y con lentitud, que es el espíritu slow. Y el desafío y el gran reto es conseguir pasar de la teoría a la práctica. El arte es el puente ideal para conseguir poner en práctica la teoría del movimiento slow: el arte nos invita a parar, a detener nuestro tiempo, a observar, a jugar, a imaginar, a reflexionar, a cuestionar, a sentir todas las cosas que van de la mano con el movimiento slow. El correo es un buen ejemplo para ilustrar la filosofía slow en acción: como escribió Aristóteles, la reflexión debe ser lenta, pero la acción debe ser rápida. Respecto a la pregunta, hay miles de cosas que podemos hacer a nivel individual para reconectar con esa ‘tortuga’ interior que todos albergamos. Pero un primer paso, el marco general, creo yo, es comenzar a tomar decisiones diferentes de las habituales. Todos poseemos autonomía: disponemos de la capacidad para llevar a cabo el cambio de maniobra sobre cómo nos movemos por el mundo y actuamos en cada situación. Un buen ejemplo es cómo usamos el teléfono móvil: cada móvil del mundo lleva un botoncito rojo que dice off, pero nadie lo usa o nadie cree necesario usarlo. Regular la manera y el ritmo en que nos llegan las notificaciones representa un cambio diminuto con un alcance muy profundo en la relación con la tecnología al poder decidir mejor cuándo se accede a los buzones de mensajes: pasa a ser uno el que decide en vez de estar a merced de los demás. Este es un único ejemplo, pero hay más, como la naturaleza. Los últimos estudios científicos señalan que los espacios naturales nos proporcionan calma. Es un efecto casi mágico y apreciable en el plano físico. No hace falta pasar un mes viviendo en un bosque: salir de la oficina e ir al parque, sentarse debajo de un árbol para almorzar durante la jornada de trabajo… Estos son cambios o trucos muy pequeños, pero cuyo impacto en el bienestar personal es de gran envergadura.
Se trata de generar un cambio de actitud y costumbre a lo largo del tiempo, no de realizar acciones por las que se esperar resultados trascendentes inmediatos.
C.H. Eso es. Además, esta es una de las grandes ironías del momento: queremos desacelerar también rápidamente. Mucha gente lo intenta: se inscriben en un curso de yoga, practican un poco de meditación y abandonan rápidamente estas prácticas porque no resuelven inmediatamente los problemas por los que habían iniciado estos intentos de cambio en su rutina. Abrazar el credo slow implica un proceso a medio y largo plazo. Consiste en experimentar, en avanzar en los cambios, en retroceder en ellos si es necesario… No hay un ‘botoncito mágico’. Este proceso no funciona así.
¿Por qué está teniendo tanto éxito, en cambio, la cultura del consumo rápido?
C.H. Yo creo que, en el fondo, se debe a un problema biológico, de la evolución humana. Los seres humanos no estamos hechos para vivir en la abundancia, sino para enfrentar la escasez. ¿Qué sucede cuando nos encontramos expuestos a productos por todos lados? Recibimos una pequeña inyección de dopamina cada vez que compramos algo. Luego se nos pasa su efecto y pasamos a buscar la próxima compra. Todos tenemos dentro, por tanto, un comprador compulsivo, y ese impulso es básicamente biológico. Sucede también con las redes sociales: estamos hechos para buscar la conexión social y humana. ¿Qué nos proponen las redes sociales? Una avalancha de conexiones humanas. ¡Y no sabemos cómo parar! Acudimos al móvil para mirar Instagram un par de minutos y cuando queremos darnos cuenta han pasado más de dos horas. Son consecuencias de vivir en una sociedad de la abundancia. Otra cosa es aprender a lidiar con este contexto, pero la raíz está vinculada a la evolución de nuestra especie.
Entiendo que quiere decir que existe un enfrentamiento entre la disposición biológica y nuestra cultura actual...
C.H. Y además, la máquina del consumismo contrata a los mejores psicólogos y psiquiatras para elaborar estrategias que agudicen este efecto bioquímico. Así que nos encontramos en un círculo vicioso. En estos momentos estamos en un periodo de cambio, de conflicto, porque durante la pandemia aprendimos cosas importantes para el ser humano, como que el trabajo no es el factor más trascendente; no extrañamos hacer compras en Amazon o trabajar ocho horas más a la semana, sino el o humano. Creo que la prioridad para mucha gente es cambiar su modo de vida en alguna medida, y existe una tendencia en este sentido. Lo que está claro es que multitud de personas han hecho un esfuerzo de reflexión, han pensado sobre la vida que llevaban antes y se han percatado que el modo de vida que tenían no era el adecuado para ellos, por lo que están realizando cambios saliendo de relaciones tóxicas, trasladándose de ciudad o mudándose a otro país. Yo creo que estamos pasando por un cambio tectónico del que no se conocen sus efectos a largo plazo, pero que a buen seguro dejará huella.
(*) Ethic es un ecosistema de conocimiento para el cambio desde el que analizamos las últimas tendencias globales a través de una apuesta por la calidad informativa y bajo una premisa editorial irrenunciable: el progreso sin humanismo no es realmente progreso.