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La increíble y feliz historia de los médicos de Macondo

El investigador Juan Valentín Fernández de la Gala se hizo a la tarea de buscar quiénes inspiraron a los médicos de la obra de Gabriel García Márquez.

En 1976 ‘rompe’ relaciones con Mario Vargas Llosa, escritor peruano, después de recibir un puñetazo monumental. Una de las imágenes más famosas de Gabo es aquella en la que se le ve sonriente pero con el ojo completamente morado gracias a los iracundos nudillos del autor de ‘La ciudad y los perros’.

Foto: Eduardo Abad / EFE

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Jaime Gazabón Serje, odontólogo cartagenero de pelo ensortijado, grandes gafas y un bigote que se extendía un poco más allá de la comisura de los labios, le pasó el formulario al paciente para que diligenciara con su puño y letra la que tal vez es la única historia clínica que se conoce de Gabriel García Márquez. No resultó extraño que, fiel a su estilo, este aprovechara para mamar gallo y tomarse unas licencias literarias.

“Fecha: Feb. 11/ 91.
Nombre del paciente: Gabriel García Márquez.
Fecha de nacimiento: 6 marzo 1928.
¿Cuál es su ocupación? Paciente vitalicio.
¿Para qué compañía trabaja? Para una mala compañía.
No. teléfono oficina: cortado por falta de pago.
¿Tiene usted alguna molestia o dolor? Molestia sí, el dolor será después.
¿Nos podría decir quién le recomendó al Dr.? Su fama universal”.

No se conocen mayores detalles del tratamiento, salvo que al escritor de Aracataca fue necesario extraerle un canino.
Gabriel García Márquez, nobel de literatura colombiano.

Gabriel García Márquez, nobel de literatura colombiano. Foto:Hernán Díaz

Con el paso de los años, Gazabón descubrió que su llamado estaba en otra parte: se convirtió en pastor evangélico y se fue a predicar a Tampa, Florida. De aquellos años en Cartagena aún conserva el diente extraído, pero engastado en oro y con un eslabón de oro para colgarlo al cuello como amuleto. El odontólogo también se había tomado una licencia en aquella inolvidable consulta: conservar la pieza como reliquia y llevarla consigo a modo de amuleto.

Jaime Gazabón Serjé fue el trabajador de la salud más difícil de localizar por el médico y antropólogo forense español Juan Valentín Fernández de la Gala en la ardua tarea que se puso de investigar y contar quiénes estaban detrás de la precisión clínica de la obra garciamarquiana y quiénes habían inspirado a los distintos personajes del ámbito de la salud que aparecen en cuentos y novelas del nobel de Aracataca.

El resultado fue una tesis doctoral que, adaptada para un público más amplio, es el libro Los médicos de Macondo, próximo a salir al mercado con el sello editorial de la Fundación Gabo y gracias al apoyo de Coosalud y la Fundación Coontigo.
“Fue ahí -continúa Fernández de la Gala- donde Gabo se dio cuenta de que no tenía que contar historias que imitaran a Poe, Kafka o Virginia Wolf, sino las historias de su propio pueblo (...)"
Todo -o casi todo- comenzó en una conversación que sostuvo el investigador en un café parisino con el pintor y tipógrafo Gonzalo García Barcha, hijo menor del premio Nobel.

- Quiero saber qué médico asesoraba a tu padre -le dijo Juan Valentín Fernández de la Gala.

- Mi padre no tenía un médico que lo asesoraba -aseguró García Barcha.

El investigador español sintió una frustración instantánea. Muy prematuramente su hipótesis parecía desplomarse.

- Mi padre no tenía un asesor médico -insistió García Barcha-. ¡Tenía todo un equipo médico!

La esperanza volvía a Fernández de la Gala mientras escuchaba que entre ellos había ginecólogos y pediatras, forenses y generalistas, a quienes el escritor colombiano llamaba de día y de noche para consultar, por ejemplo, cómo matar de muerte lenta a un personaje o cómo matarlo con mayor celeridad.

Comenzaron entonces a levantar la lista y, como recuerda Fernández de la Gala, “aparecieron hasta 12 que contribuyeron al prestigio clínico de una obra”, unos porque la asesoraron, otros porque fueron la base sobre la que se crearon los personajes médicos de la obra.

El doctor francés

Los lectores de la obra garciamarquiana recordarán probablemente al médico francés que aparece en La hojarasca y en Cien años de soledad. Un médico que vivía en Macondo y que, según el relato del escritor, tenía ojos amarillentos y un carácter hosco, solitario, paranoico y depresivo. En la vida real, el médico no era francés. 

Era un venezolano llamado Antonio José Barbosa Arroyuelo, cuya descripción física coincide con la del médico francés de Macondo. Barbosa Arroyuelo había migrado durante la dictadura de Juan Vicente Gómez y, después de vagar unos años, se instaló en Aracataca, donde montó una farmacia frente a la casa donde nació García Márquez.

La edificación se mantiene en el mismo lugar, con un par de techos de dos aguas bastante angulosos, aunque la parte que antaño fue farmacia hoy es un establecimiento de fotocopiado.
-

- Foto:iStock

“Esa farmacia es el kilómetro cero de todos los caminos de Macondo”, asegura Fernández de la Gala. En ese lugar se produjo uno de los momentos decisivos de la vida del escritor, cuando en 1950, ya siendo periodista, regresó donde su madre a Aracataca con el fin de vender la casa. Entraron a la farmacia y García Márquez advirtió el poder de evocación con que hablaba el médico venezolano.

“Fue ahí -continúa Fernández de la Gala- donde Gabo se dio cuenta de que no tenía que contar historias que imitaran a Poe, Kafka o Virginia Wolf, sino las historias de su propio pueblo, de su propia casa y de su propia familia con ese poder de evocación que parecía hacerse visible en las palabras del doctor Barbosa”.

Un argelino en Macondo

Octavio Giraldo fue el nombre que García Márquez dio al médico que aparece en La mala hora y El coronel no tiene quien le escriba. Era, según las novelas, un tipo bromista, de rizos charolados, muy versado en el tratamiento del asma y la diabetes, que vivía en el barrio de los turcos. Comprometido con los pobres, el doctor Giraldo aprovechaba la consulta para distribuir propaganda política.

Según el libro del investigador español, Octavio Giraldo es la versión ficcionada de un médico argelino de nombre Mohammed Tebbal. Es imposible no advertir ciertos rasgos magrebíes en el rostro de García Márquez durante sus años juveniles en Francia. Y fue precisamente por esas facciones que más de una vez el cataquero terminó siendo confundido con los argelinos que, a mediados del siglo XX, habían conformado un movimiento clandestino que luchaba por la independencia de su país.

Tebbal, con quien García Márquez compartió viajes a las comisarías parisinas, se ocupaba de la propaganda del FLN en París. Y lo hacía también en Argelia, exactamente como Giraldo, es decir, daba octavillas impresas a sus pacientes en contra de la ocupación sa de Argelia. Amparado en la aparente inocencia de una visita médica, podía ver al día a gran número de personas sin despertar sospechas.

Hoy día, una escuela lleva el nombre de Mohammed Tebbal en la ciudad de Tlemecén, en el norte de Argelia. Fernández de la Gala se hizo a la tarea de verificar si se trataba del mismo hombre que García Márquez había conocido en sus años parisinos. Y así era.
Lo maravilloso de la historia es que, al parecer, Tebbal murió ignorando que fue la base de un personaje creado por un nobel de Literatura. Así lo dio a entender Farouk Tebbal, hijo del médico, en una nota dirigida al médico español: “Esta es la cosa más inesperada y maravillosa que he recibido en años”.

La concordancia entre los dos hombres, el de la ficción y la realidad, pronto saltó a la vista: Los médicos de Macondo relata que el padre del galeno argelino era diabético y que el amigo de García Márquez había creado un centro para niños asmáticos en Tlemecén. Una foto enviada por Farouk, donde claramente se veían los rizos charolados en la cabeza de su padre, despejaba cualquier duda: Octavio Giraldo era Mohammed Tebbal convertido en letra de molde.

Un mosaico

Sin duda, el más conocido de los médicos de la obra garciamarquiana es el doctor Juvenal Urbino de la Calle compuesto a partir de dos galenos de carne y hueso: Enrique de la Vega (“nótese la homofonía en los apellidos”, advierte el investigador español) y Napoleón Franco. Un mosaico.

De la Vega fue un profesor de la Clínica General de Cartagena que había estudiado en la Sorbona, era discípulo de Robert Proust, vestía trajes de lino, dejaba un halo de colonia de farina a su paso y tenía un zoológico doméstico de anacondas, tortugas y guacamayas a veces donadas por sus pacientes. Claramente, no es pura coincidencia que se parezca tanto a Juvenal.

Sin embargo, un elemento particular fue tomado de otro colega. Dice El amor en los tiempos del cólera que Juvenal Urbino tenía un bastón con compartimento secreto en la empuñadura, donde guardaba medicamentos. Pues bien, esa idea, asegura Fernández de la Gala, fue inspirada en el doctor Napoleón Franco, fundador del Hospital del Niño Desvalido, que además le heredó a Juvenal Urbino la aversión al café y a la bañera, y el amor a la limonada después de la siesta y a la ducha.

El arte de curar y matar

Otra señal de que, a pesar de las apariencias, no hay tanta ficción en la obra garciamarquiana es la precisión del informe de autopsia que se le realizó a Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada. El cuerpo presenta 23 puñaladas, pero hay una extrema verosimilitud en que García Márquez hubiera incorporado heridas entre los dedos, muy propias de quien se defiende de un ataque por arma blanca.

Más aún, la cuchillada en la axila, que parecería un problema de puntería, guarda una lógica absoluta, pues, como se recuerda, los hermanos Vicario eran carniceros, y resulta que los cerdos alojan su corazón en esa parte de su cuerpo.
Gabriel García Márquez regresó por última vez su natal Aracataca el 30 de mayo de 2007.

Gabriel García Márquez cuando regresó por última vez su natal Aracataca el 30 de mayo de 2007. Foto:Archivo EL TIEMPO

La misma precisión se observa en el cadáver de Jeremiah de Saint-Amour, el refugiado antillano del inicio de El amor en los tiempos del cólera, que, según Fernández de la Gala, describe perfectamente una intoxicación por inhalación de cianuro: la rápida rigidez que adquiere el cuerpo, la córnea más transparente de lo habitual y, especialmente, el olor a almendra amarga.

“Parece que García Márquez tuviera al lado un manual de toxicología para resolver estas cuestiones”, dice el investigador español.

Los casos descritos por Juan Valentín Fernández de la Gala son tan abundantes que el libro ocupa en ello 600 páginas. El primer ejemplar impreso fue donado a la Academia Nacional de Medicina, y se espera que esté disponible para el público en julio.

Difícil encontrar tanta precisión bajo el ropaje de la ficción. En aquel formulario que el odontólogo Jaime Gazabón presentó a Gabo, este aludía, como broma lisonjera, a “su fama universal” como médico. Quizá cuando el libro Los médicos de Macondo vea finalmente la luz, la fama del doctor Gazabón acabe siendo proféticamente universal, más allá de la mamadera de gallo.

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