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Opinión

Una cucharada de reflexión / El Condimentario

Siempre estoy pensando en lo que voy a comer, anticipando el siguiente antojo, como si mi mente estuviera más enfocada en el próximo placer culinario que en disfrutar el presente.

Margarita Bernal / El condimentario

Margarita Bernal. Foto: Cortesía

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En la columna ‘Manías gastronómicas’, la escritora Rosa Montero reflexiona sobre el vínculo que los seres humanos tenemos con los alimentos, a menudo influenciado por fobias originadas en la infancia. Su texto me hizo cuestionar mi propia forma de comer, que sin duda tiene más matices de los que quiero itir. Decidí detenerme a pensar: ¿cómo, cuándo y por qué comemos realmente?
Aunque los alimentos cumplen la función primaria de satisfacer las necesidades físicas, nuestra relación con ellos es más compleja, influenciada por la salud, las emociones, la cultura y experiencias personales. En mi caso, siempre estoy pensando en lo que voy a comer, anticipando el siguiente antojo, como si mi mente estuviera más enfocada en el próximo placer culinario que en disfrutar el presente.
Muchos buscamos algo más que satisfacción fisiológica: consuelo, una válvula de escape e incluso un refugio ante situaciones difíciles de afrontar. Comer se convierte en una terapia silenciosa, un psicólogo sin respuestas, un placebo temporal. Un claro ejemplo lo encontramos en la película La ballena, de Darren Aronofsky, disponible en Netflix. El protagonista, un hombre con obesidad mórbida, utiliza la comida no como un acto de disfrute, sino como una forma de castigar su propio cuerpo. Lejos de ser un placer, la ingestión se convierte en una compulsión, un intento de escapar, un suicidio.
En muchas sociedades, especialmente en las más empobrecidas, se asocia más con la supervivencia que con el goce. El a alimentos frescos y nutritivos se convierte en un lujo, mientras que los ultraprocesados predominan. Esto afecta las emociones, ya que cuando comer es una lucha constante por sobrevivir, la ansiedad por la escasez domina el proceso.
No todas las relaciones con la comida son conflictivas. Los alimentos también tienen un profundo significado cultural y social, siendo vehículos de identidad y tradición. Compartir una comida es un acto de hospitalidad y cercanía, un lazo que une a las familias y conecta con las raíces.
En los entornos más acomodados, la comida se ha convertido en una experiencia artística. En los restaurantes de alta gama, los chefs buscan expresar creatividad y satisfacción sensorial. Comer deja de ser solo una necesidad para transformarse en una forma de disfrutar la estética y sofisticar los sabores.
A su vez, cada vez está más ligado a la salud. Las dietas, las restricciones médicas y las alergias muestran cuán importante es el tema, convirtiéndose en un reflejo de nuestras preocupaciones sobre el bienestar físico y emocional.
No obstante las diversas maneras en que nos relacionamos con la comida, lo fundamental es la reflexión crítica sobre lo que consumimos y cómo lo hacemos, en un mundo que cada vez es más tóxico y complejo, y de qué manera influye en nuestra salud mental, física y emocional.
En una era marcada por el exceso de comida chatarra y el desperdicio, es urgente recuperar una relación más consciente y equilibrada con lo que comemos. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
X: @MargaritaBernal

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