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Opinión

Del ego al eco, el alma de la cocina creativa / El Condimentario

La creatividad en la cocina nace de la identidad, no de las modas.

Margarita Bernal / El condimentario

Margarita Bernal / El condimentario Foto: Cortesía

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Todos quieren ser alguien, hacerse notar, todo el mundo desea ser auténtico, ser distinto a los demás. Por eso todos son iguales”, escribió el filósofo Byung-Chul Han. Una frase inquietante que retrata a tantos cocineros que, en su afán por destacar, acaban siendo indistinguibles.
En lo que se ha bautizado como ‘cocina de autor’, muchos se suman a modas con la ilusión de resaltar, pero lo que realmente exponen es falta de profundidad, originalidad e investigación. Hablan de ingredientes locales, de temporada, de conceptos y territorio. Al final, pese al emplatado milimétrico y al discurso bien ensayado, los platos se sienten reciclados, y los restaurantes, intercambiables, sin un relato ni narrativa que los diferencie, que resalte su alma, su esencia, su valor.  
Repiten discursos prestados sin detenerse a construir lo suyo, persiguiendo ese destello fugaz que Warhol resumió en los quince minutos de fama. En esa carrera escasea la creatividad. No solo la que rompe moldes, sino la que observa con atención, combina con intención y da forma a un lenguaje propio. Esa que convierte lo cotidiano en asombro y logra que un plato se quede en la memoria.
Para un cocinero, ser creativo no es cuestión de inspiración momentánea. Para empezar debe pensarse a sí mismo como una receta, reflexionando sobre su propia identidad. Al igual que un artista, está entregando una parte de su esencia. El alimento es su alma plasmada en cada plato.
Ferrán Adrià lo dijo: crear no es copiar. Su legado no está solo en platos vanguardistas, sino en cómo nos enseñó a repensar la cocina desde sus fundamentos. Porque, al final, todo comienza por lo básico, lo primario, por ejemplo, saber hacer un buen hogao.
Afilar la mirada, afinar las ideas y, por supuesto, inspirarse y conocer lo que hacen otros es necesario. Observar con intención, comprender el contexto y desde ahí construir e imaginar, sin olvidar que el fin último es el comensal, para quien se crea ese mundo de sabores que, al llegar a la mesa, emociona, conecta y cobra vida. 
En este camino, las escuelas de cocina tienen una enorme responsabilidad. No se trata solo de enseñar técnicas y recetas, sino de formar cocineros con mirada propia, capaces de hacerse preguntas. La creatividad se cultiva.
Dos exitosos chefs, Leonor Espinosa y Harry Sasson, han encontrado sus voces creativas y las mantienen con coherencia, aunque desde propuestas distintas. La cocina de Espinosa es un arte en el que entrega su espíritu, pensamiento y visión artística. A través de la investigación, conecta sus territorios con la biodiversidad, los sabores, la identidad y
la memoria.
Por su parte, Sasson ofrece una propuesta centrada en los ingredientes, con una cocina global que pone énfasis en la técnica y la mesa para compartir.
Crear es un acto de autoconocimiento y entrega, donde el cocinero, como un artista, pone su alma en cada plato. La cocina creativa no busca aplausos fugaces, sino dejar una huella profunda y permanecer en quien la prueba. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO

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