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Noticia
Comer, beber, matar: una mirada a la culinaria de 'El Padrino'
A propósito del centenario del nacimiento de Marlon Brando, el inolvidable Vito Corleone.
La comida es un espacio fundamental de los Corleone en 'El padrino'. Foto: Archivo. EL TIEMPO
El momento es de muy alta tensión. Vito Corleone ha sido abaleado y se debate entre la vida y la muerte. En su casa, sus hijos y algunos de sus hombres más cercanos esperan la llamada de parte de Virgil Sollozzo para confirmarles en dónde se reunirán para negociar y tratar de detener la guerra que ha comenzado entre dos de las familias más poderosas de la mafia neoyorquina. Michael parece desorientado. Se ha mantenido al margen de los negocios de los Corleone, pero ha asumido el atentado contra su padre como un asunto de sangre. A medida que pasan los minutos aumenta la ansiedad… y también el hambre.
Peter Clemenza, fiel escudero del Padrino, prende la estufa, alista la olla e invita a su lado al joven Michael y le explica, paso a paso, cómo preparar una buena salsa para la pasta. “Ven aquí y aprende… no sabes si algún día te toque cocinar para veinte”. Primero vierte un chorro generoso de aceite de oliva, pone a dorar un poco de ajo, agrega tomates y salsa de tomate y deja hervir aquella base; un rato después añade salchichas y albóndigas, y las baña con vino tinto. Al final, agrega un poco de azúcar. “Ese es mi truco”, le confiesa Clemenza a ese hombre tímido que, hora y media después de aquella escena, será ungido como el sucesor del Don.
Han pasado más de cincuenta años, y El Padrino sigue en el podio de las mejores películas de la historia. El próximo 3 de abril se celebra el centenario del nacimiento de Marlon Brando, quien interpretó con maestría a Vito Corleone. Los amantes del cine lo recuerdan con iración, como recuerdan tantas escenas magistrales en torno a la buena mesa. Al fin y al cabo, aquella trilogía de Francis Ford Coppola, además de retratar el mundo de la mafia en la Gran Manzana, rinde culto a la tradición italiana… y en cualquier historia italiana que se respete, la cocina es protagonista.
Los italianos rendirán siempre homenaje a la nonna, la abuela portadora de las tradiciones culinarias y personaje central de las familias. Y la de Mario Puzo, la novela en la cual está basada El Padrino, no es una simple historia de matones y de familias de italianos llegados a América que se pelean por el control de los negocios ilícitos. En el fondo, es la historia de una familia –los Corleone–, cuyo patriarca se vio obligado a huir de su natal Sicilia en la niñez, se estableció en Nueva York y se llevó con él las tradiciones de su tierra y de su gente. Se llevó, por ejemplo, el gusto por el aceite de oliva, y es precisamente la importación de este producto desde su tierra el negocio lícito que tiene para mostrar don Vito.
El inolvidable Marlon Brando. Foto:Paramount Pictures
En El Padrino, desde los primeros minutos, cuando hace su entrada triunfal en la fiesta de matrimonio de Connie –hija de Corleone– la torta de varios pisos que ha preparado el fiel Enzo, las escenas que tienen relación con las recetas y las bebidas italianas se cuentan por decenas. Algunas de ellas son memorables, como la cena en la trattoria Louis, en donde Michael –interpretado por Al Pacino– se reúne con Sollozzo y con el jefe de policía McCluskey y los mata con un arma que han escondido en la cisterna del baño, mientras disfrutan recetas tradicionales, entre ellas una ternera que acaban de elogiar. Como la frialdad con la que Clemenza le pide al hombre que acaba de asesinar al traidor Paulie que abandonen el automóvil en el que cometieron el crimen, pero no se olvide de rescatar la caja de cannoli, aquellos célebres rollos de repostería rellenos de ricota y fruta confitada. Y una que es, a la vez, una de las escenas más románticas de la trilogía: el encuentro furtivo entre Mary Corleone –en la serie, hija de Michael; en la vida real, hija de Francis Ford Coppola– y Vincent Mancini –interpretado por Andy García–; allí, en el refugio de quien se perfilaba como el sucesor de Michael, Vincent le toma la mano a Mary y le enseña a preparar los gnocchi (o ñoqui), en una secuencia cargada de sensualidad que, a la postre, resultará premonitoria de nuevas desgracias para la familia.
Así, la obra maestra de Coppola, cuya primera parte fue merecedora de tres premios Óscar, incluido el de mejor película y el de mejor actor principal (Marlon Brando), recrea escenas de la vida familiar italiana y le da enorme protagonismo a la comida: desde las celebraciones fastuosas, como la boda de Connie o la primera comunión de Anthony, hasta las escenas cotidianas en la cocina o en los mercados callejeros de Little Italy. Precisamente en uno de estos mercados andaba Don Vito, escogiendo frutas, cuando fue atacado por sus enemigos y herido de gravedad. Porque en El Padrino la comida y la muerte se mezclan, y la producción les puso el mismo empeño a las escenas de crímenes como a aquellas que suceden en torno a la mesa. Y aprovecha para poner de presente el código de honor de los mafiosos norteamericanos que llegaron de Italia. Alguna vez, Connie se lo recuerda a su hermano Sonny a manera de reclamo: “Papá no hablaba de negocios en la mesa en frente de los niños”. Y esos negocios giraban en torno a la muerte.
Llegó a mis manos recientemente, por cuenta de unos buenos amigos tan aficionados al Padrino como yo, un ejemplar maravilloso de “El libro de cocina de la familia Corleone”, de Liliana Battle y Stacey Tyzzer, el cual incluye más de medio centenar de recetas que tienen alguna relación con la trilogía. Allí están, entre muchas otras, la ternera al marsala que le sirvió al policía McCluskey para despedirse de este mundo, y los gnocchi que sellaron el amor entre Vincent y Mary.
Ahora que se acercan unos días de descanso, podría ser muy buen plan sentarse a ver El Padrino mientras se cocina a fuego lento una salsa como aquella que Clemenza se esmera en enseñarle a preparar al heredero al trono de los Corleone.