“El glotón es el sujeto menos estimable de la gastronomía, porque ignora su principio elemental: ¡el arte sublime de masticar!”, Honoré de Balzac.
La literatura y la gastronomía tienen muchos puntos de encuentro. Mientras que cocinar y leer, no tanto. Por andar leyendo sobre la vida y obra de Balzac, en lugar de bajarle el fuego al arroz, lo subí y lo ahumé. No hay milagro que sirva para salvarlo.
Para ahuyentar la decepción y el hambre mejor sigo trabajando, de la misma manera que lo hacía este escritor que durante sus intensas jornadas de inspiración y escritura se alimentaba frugalmente. Una manzana, un huevo duro, queso, agua y mucho, muchísimo café para no indigestar el cerebro. Eso sí, al terminar los períodos de creatividad se premiaba con abundantes festines en sus restaurantes favoritos de la capital sa.
Honoré de Balzac, el gran novelista francés, disfrutaba enormemente de los placeres de la buena mesa a tal punto que los plasmaba con frecuencia en su obra. Su infancia no estuvo rodeada de abundancia ni de lujos, reinaba la austeridad.
En el siglo XIX, París era la capital gastronómica de Europa. Los restaurantes y cafés eran el centro de encuentro de sus habitantes y para Balzac, más que lugares para disfrutar, comer y beber, eran fuente de información y de nuevo material para sus textos. Sus capacidades de observación y talento narrativo le permitieron retratar a una sociedad sa que podemos leer en su gran obra La comedia humana.
Muchos de los personajes son descritos no por su vestir ni por sus comportamientos cotidianos. Son definidos por sus hábitos y costumbres gastronómicas. También es habitual leer que sus personalidades o aspectos físicos los relacione con ingredientes. Mujeres rollizas como jamón, inocentes como leche, huevos que evocan el blanco satinado de la nuca, abnegadas esposas que son como frutas que han perdido su sabor y jugosidad o personas avaras cuyas manos parecen garras o pinzas de langostas.
Por si fuera poco, también escribió, en 1830, cuatro ensayos sobre el andar, el vestir, los excitantes modernos: el café, el aguardiente y el tabaco y otro que tituló fisiología gastronómica. En este último su foco está dedicado a la observación y reflexiones que hace sobre el hombre cuando está comiendo, lo que él afirma fueron largos, penosos y dolorosos estudios que hacía mientras comía. No es de extrañar entonces que existan en el mundo tantos restaurantes que se llaman Balzac.
Me despido con este fragmento en el que podemos entender su visión frente a la comida y la personas: “Principios generales: todos los hombres comen; pero son pocos los que saben comer. Todos los hombres beben; pero aún son menos lo que saben beber. Hay que distinguir los hombres que comen y beben para vivir de los que viven para comer y beber. Hay infinidad de matices delicados, profundos, irables entre estos dos extremos. ¡Mil veces feliz aquél a quien la naturaleza ha destinado a formar el último eslabón de esa gran cadena! ¡Sólo él es inmortal!”. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
En X: @MargaritaBernal