Viajar a una ciudad por primera vez es como conocer a una persona que te atrae. Hay expectativas, emoción, susto, ilusión, un poco de nervios y muchas ganas. Y ese primer encuentro, como el primer beso, es la puerta de entrada a disfrutar y a querer conocer más. Surgen miles de preguntas y también de imaginarios. Conocí Caracas (Venezuela) y me enamoré. Llegué con la imagen mediática de un país en el que reinan la escasez y el hambre y para sorpresa me encontré con una ciudad de gente trabajadora, pujante, fuerte, berraca que impulsa al país a través de sus sabores. También entendí que su tradición culinaria es amplia y abundante y que va mucho más allá de sus famosas y ricas arepas rellenas.
Los habitantes de las plazas de mercado, de los puestos de comida callejeros, hoteles, restaurantes populares y de alta cocina, tiendas, bares, cafés y supermercados son sencillos, amables, generosos y sonrientes. Grandes anfitriones. Aun a pesar de la penosa y difícil situación del país en términos políticos, económicos y sociales, conocida por todos, los caraqueños y demás venezolanos que se cruzaron en mi camino eran alegres. Me sentí abrazada y bienvenida en todo momento. Ya con eso bastaba para que surgiera el amor y mi corazón palpitara más acelerado.
Su variada oferta gastronómica, dada por la migración, el mestizaje, la indígena, la africana y su vasta cultura, es de gran nivel. Para empezar, el nombre Caracas es culinario, buen augurio de felicidad, buena mesa y sazón. Se dice que su origen se debe a una planta de hojas largas que los indígenas llamaban “caraca” y que era abundante en la zona. Hoy es también conocida como bledo o amaranto. La comida callejera es espectacular, los perros calientes y los pepitos con muchas salsas para personalizarlos al gusto son inolvidables. Comí también arepas rellenas de todo tipo, cachitos de jamón, golfeados con queso de mano, tequeños, variedad de quesos y chocolate hecho con cacao de diferentes regiones del país. Tomé ron y comí en restaurantes deliciosos como Cordero, Toro, Volare, Casa Veroe, Carbón, Azú, Casa Bistró y Arriva. A Caracas la gocé, la saboreé, la bebí y la besé y lo repetiría mil veces.
El restaurante que cautivó mi corazón y paladar fue El Bosque Bistró, del chef Iván García, un talentoso joven, gran embajador gastronómico de su país, quien, con mucha valentía y profesionalismo, trabaja y apoya a pequeños productores de ingredientes locales en diferentes regiones del país, también es el director del festival Kilómetro Venezuela. De allí salí suspirando.
Nunca me sentí como una extranjera. La migración venezolana que ha llegado a Colombia me ha acercado a sus habitantes y a su cocina tradicional popular, por eso ahora creo que no la estaba conociendo, sino que la estaba reconociendo.
Creo en los amores a distancia. Ya de regreso a casa, no paro de pensar en Caracas, de añorarla, desearla y extrañarla. Es una ciudad apetitosa que recibe a los visitantes con los brazos abiertos. Cuento los días para volver a disfrutarla, saborearla, abrazarla y amarla. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
@MargaritaBernal