Han pasado 25 años que a Garzón lo asesinó la derecha militarista de bien de Colombia. Y todavía sus frases, ideas, ironías, críticas, personajes, risas sobreviven y se han convertido en un ritual para cada agosto repetir “cuánta falta nos hace Garzón”. ¿Por qué?
La respuesta es que Garzón es un espejo único para mirarnos como nación cultural, social y política. Al vernos en él encontramos el reflejo de lo que somos.
Los privilegiados no van a cambiar. Garzón nos recuerda que el establecimiento, la gente de bien, la derecha de dios, patria y familia no está dispuesta a ceder un milímetro de sus privilegios, no quiere un país en convivencia, busca que todo siga igual y que sus privilegios crezcan. Y Garzón les recordaba risa a risa que este país no va a cambiar mientras ellos (las élites y los privilegiados) no quieran cambiar. Y, obvio, matarlo es resolver el problema que molesta.
La risa es revolucionaria. Colombia está habitada por una cultura militarista. Todo es militarizado: las relaciones cotidianas, la vida común, el amor, los afectos, la vida. Todo es por las armas y la obediencia ciega. Donde haya una desazón social siempre se busca una solución militar. Y lo militar es imponer “la violencia” sobre el otro como norma. Y para los ciudadanos (los pobres) obedecer. Y Garzón se reía e ironizaba esa cultura militarista, guerrera, matona. Y reír no es de militares, luego mejor desaparecer la risa. No hay nada más disidente que la risa.
Y Garzón era distinto: él se reía de los poderosos encarnando al pobre o al disidente, no hacía chistes discriminatorios sino pensamiento crítico sobre nuestras costumbres políticas aceptadas.
Somos un país de mal humor. Reímos mucho y en todos los medios. Eso Tropicana, Candela, Blue, Olímpica, Caracol es pura risa. Desde que nos levantamos es risas de chistes homofóbicos, racistas, machistas, clasista, xenófobos. Y creemos que eso es “buen humor”, echar chistes, matonear al otro, reírse del pobre.
Y Garzón era distinto: él se reía de los poderosos encarnando al pobre o al disidente, no hacía chistes discriminatorios sino pensamiento crítico sobre nuestras costumbres políticas aceptadas. Intentaba poner en evidencia el abuso y maltrato que recibimos por parte del poder político, gamonal y empresarial. Y este humor hace pensar, y lo hace a uno cuestionarse a uno mismo, y eso molesta al poder, y eso es mejor quitarlo, y mejor más cuenta chistes.
El que piensa pierde. En Colombia el que tiene ideas, muere. Y Garzón pensaba y nos dejó evangelio. “Yo propongo que, entre todos, echemos de pa' atrás y busquemos las razones de por qué el país está como está”. “Yo creo en la vida, creo en los demás, creo que este cuento hay que lucharlo por la gente, creo en un país en paz”. “En Colombia, la pregunta es: ¿Quién nos va a matar?, ¿Los guerrilleros, los paramilitares, los narcos o los políticos?”… Y por eso lo mataron, por pensar.
El mejor homenaje es comprar la maravillosa novela gráfica hecha con cariño y bonitura por su hermano Alfredo Garzón, vaya y compre «Garzón, el duelo imposible».
ÓMAR RINCÓN
Crítico de televisión