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Carlos Fernando Galán: 'Hace un año estaba quemado y hoy soy alcalde'
¿Quién es el nuevo alcalde de Bogotá? Esta es su entrevista en BOCAS.
Carlos Galán alcanzó la Alcaldía de Bogotá con una cifra récord de votación en la historia de la capital: 1'499.734 Foto: Ricardo Pinzón
El nuevo alcalde de Bogotá es un acumulador de datos. Un historiador frustrado que va por la calle botando fechas y nombres, que se sabe la vida de Higinio Cualla, el primer alcalde de Bogotá en 1884, y que se dedica a la cata de pollo asado, llevando un listado de los mejores asaderos de la ciudad. Le gusta correr en el Parque Simón Bolívar y subir a los cerros de Monserrate. Compra el pan y recoge a los niños en el colegio. Sufre si le sale un grano y se aplica Minoxidil para evitar la calvicie.
La edición #134 de la Revista BOCAS circula desde el domingo 26 de noviembre en los principales supermercados del país. Foto:Ricardo Pinzón
Carlos Fernando Galán nació en Bogotá en la Clínica del Country el 4 de junio de 1977. A los 12 años se fue a vivir a París con su madre, Gloria Pachón, y sus hermanos, Juan Manuel y Claudio, luego del asesinato de su padre, Luis Carlos Galán. Allá vivió su adolescencia, estudió, viajó, se enteró de la existencia de su hermano mayor, Luis Alfonso, y tuvo un perro llamado Francés, que se enloqueció y atacó a toda la familia. Francés los mordió a todos, menos a él.
Es competitivo, buen cocinero, pero solo con recetas; hincha de Santa Fe y fanático de Metallica. Escucha a la gente, oye consejos, es calmado y le cuesta mostrar sus emociones. Sonríe mucho y llora muy poco.
En el Concejo formó parte de los cabildantes que denunciaron el ‘carrusel de la contratación’, el caso de corrupción más grande de Bogotá, y en el Senado lideró la bandera contra la corrupción por el volteo de tierras, enfrentándose en un duro debate a Álvaro Uribe. Y también hizo su ‘mea culpa’, un video que se volvió viral, donde reconoció que había sido beneficiario de un sistema injusto, en un país que tiene víctimas de primera y víctimas de segunda clase.
Galán ha sido Concejal de Bogotá y Senador de la República. Ha aspirado en tres ocasiones a la alcaldía de Bogotá. Foto:Ricardo Pinzón
Además de concejal y senador ha sido periodista, secretario de Transparencia y tres veces candidato a la Alcaldía de Bogotá. La tercera fue la vencida y luego de una campaña seria y respetuosa, con una votación histórica de 1’499.000 votos, se convirtió en la persona que gobernará la ciudad en los próximos cuatro años.
Está casado con Carolina Deik y tiene dos hijos, Juan Pablo, de 4 años, y Julieta, quien a sus 9 años analiza debates, prende alarmas y pronostica victorias.
¿Cuál es su primer recuerdo, esa primera imagen de su vida que se le viene a la cabeza?
Estoy en la casa donde nací. La casa de la 104 con 19 que mi papá le alquilaba a la tía Isolina, su tía abuela. Debo tener unos tres años, es de noche, recorro la casa con sus paredes con dibujos pintados por mi prima Patricia Zalamea y camino tranquilo hacia el cuarto de mis papás.
Era una casa grande, de un piso y con un jardín generoso, donde sus primos y sus tíos recuerdan muchas reuniones, incluidas unas olimpiadas.
En 1984, después de los Juegos Olímpicos de los Ángeles, mi papá, que era un gran deportista, decidió celebrarle los diez años a mi hermano Claudio con unas olimpiadas. Había tres categorías: los niños de la edad de Juan Manuel, los de la edad de Claudio y los de mi edad. Competíamos en salto largo, salto alto, cien metros planos dándole tres vueltas al colegio de la esquina, una contrarreloj de ciclismo y lanzamiento de bala, que era una media rellena de arena. Mis abuelos eran los encargados de ponernos las medallas y mi papá y mi tío Alberto Villamizar, con cronómetro y metro en mano, eran los jueces. Ese cumpleaños y esa casa nos marcaron a todos. Vivimos ahí como un año más, después de las famosas olimpiadas.
¿Por qué se fueron?
Era una casa sin muros, ni rejas. Las ventanas enormes daban a la calle y ahí sentíamos mucha paz. Pero todo cambió cuando mataron a Rodrigo Lara. Me acuerdo de la noche del asesinato, de mis papás corriendo después de ver la noticia del atentado en la televisión. Fue un impacto tremendo porque las dos familias eran cercanas. Desde niño fui muy amigo de Jorge Lara, que era de mi edad y con quien reafirmé esa amistad en Francia, cuando nos volvimos a encontrar. Hasta entonces, había tranquilidad. Al poco tiempo nos tuvimos que ir, por seguridad, a un apartamento en la calle 92 con 14.
Mientras sus primos estudiaban en el Campestre o en el Gimnasio Moderno, a ustedes los matricularon en un colegio público. ¿Cómo fue esa etapa en el Pedagógico?
Mi papá quería que conociéramos otras realidades, que saliéramos de la burbuja. En el Pedagógico había gente de todos los sectores de la ciudad, culturalmente era muy rico. Mis amigos vivían en Suba, en Bosa, en Kennedy. Y el nivel académico era muy bueno. Lo comprobé en Francia, donde saqué buenas calificaciones a pesar de haber llegado a mitad de año escolar y sin hablar francés. La diversidad que viví en el Pedagógico me ayudó también para relacionarme no solo con los ses, sino también con mis compañeros de Marruecos, de Túnez, de Argelia. Siempre nos gustó el colegio, nos sentimos cómodos y felices. Los profesores me marcaron y tengo un vínculo especial con el plantel.
Luis Carlos Galán Sarmiento y sus hijos, Claudio (izquierda), Carlos Fernando (centro) y Juan Manuel (derecha). Foto:Archivo EL TIEMPO
Y, además, en el Pedagógico nació su amor por el fútbol. ¿Qué representaba el fútbol para usted?
Era una obsesión. Lo único que queríamos era jugar. Esa era la felicidad; llevar el balón para jugar los torneos del colegio. Me gustaba el América de Cali, llegando a las finales de la Copa Libertadores, pero siempre fui hincha de Santa Fe, el equipo de mi mamá. Mi papá era fanático de Millonarios y tapaba muy bien. De hecho, había un mito que decía que había sido arquero de segunda división. Puro cuento. En el Pedagógico estaba en el grupo de los buenos jugadores y ese nivel me permitió ganarme un espacio en Francia. La primera semana de clases, en medio del duelo por la muerte de mi papá, sin conocer el idioma y con el frío del invierno, fue muy dura. Mis compañeros me recibieron formando un corrillo, con un balón en la mano y retándome a ver qué era lo que sabía hacer. Esa fue la prueba y me defendí bastante bien. El fútbol me ayudó a ganarme el respeto. Y el Pibe Valderrama, que era una estrella jugando en el Montpellier.
A su prima, la libretista Juana Uribe, le impactó tanto verlo jugar los partidos del colegio como si fueran un mundial, que usted fue la inspiración para la famosa serie De pies a cabeza.
Nunca me lo había contado, pero es cierto. No había nada más importante que el fútbol. La ansiedad que sentía antes de los torneos del colegio era enorme. No podía dormir la noche anterior. Pensaba en el partido, en el uniforme, en los guayos.
La otra pasión, desde muy pequeño, fue la política. En las dos familias; en la Galán y en la Pachón la política ha sido fundamental.
Mi papá nos involucró siempre en su vida política. Le gustaba que lo acompañáramos a las manifestaciones, a las reuniones y a los recorridos por el país, y diseñó turnos para que los tres pudiéramos viajar. En una gira hicimos en diez días más de 60 municipios, viajando en carro, en helicóptero, en avioneta, en lancha. Al final, tuve ventajas sobre mis hermanos y lo pude acompañar más porque ellos eran más grandes y era difícil faltar al colegio. Además, yo era juicioso y sacaba mejores notas.
Cuando secuestraron a Andrés Pastrana y asesinaron a Carlos Mauro Hoyos, el presidente Virgilio Barco le dijo a mi papá que no tenía cómo cuidarlo
¿Era mejor estudiante que sus hermanos?
Era mejor y más sapo. Juan Manuel y Claudio se volvieron muy buenos en la universidad. Pero en el colegio yo saqué el primer lugar durante varios años. Y daba quejas. Mi papá me ponía como ejemplo por mis buenas calificaciones. Eso les daba mucha rabia y se ponían histéricos conmigo. En la última entrega de notas que vio mi papá me rajé en dibujo porque no pinté lo que el profesor pidió. Entonces mis hermanos llegaron felices a la casa a contarle a mi papá que había perdido una materia. Pero él me defendió alegando que solo había sido un accidente por un dibujo, que lo demás estaba perfecto y les pidió que no me molestaran. Me da risa porque me acuerdo de la rabia que les daba.
Volvamos a las giras. ¿Qué era lo que más le impactaba?
Las giras me encantaban, pero el tema de seguridad ya estaba complicado. Cuando secuestraron a Andrés Pastrana y asesinaron a Carlos Mauro Hoyos, el presidente Virgilio Barco le dijo a mi papá que no tenía cómo cuidarlo. Y recuerdo entonces una imagen que me marcó, mi papá en el baúl de un carro, camino a la casa de Jaime Gutiérrez, un amigo del Nuevo Liberalismo que lo escondió como dos semanas. Mi mamá y yo lo visitábamos cada tres días. Después le incrementaron el esquema de seguridad y nos fuimos un tiempo a vivir a las residencias Tequendama. Todo era muy impactante, pero nunca tuve miedo. Sentía que mi papá era invencible, que a él no le iba a pasar nada. Incluso, iba a ir a Soacha la noche del atentado, pero él me dijo que estaba haciendo mucho frío, que mejor lo acompañara a Villeta al día siguiente.
¿Cree que tenía miedo de llevarlo? ¿Tal vez sentía que algo podía pasarle?
No lo sé, pero esa noche, antes de salir, se puso chaleco antibalas por primera vez en su vida. Tenía dos chalecos, uno que tenía desde hacía varios años, que nunca había usado, y otro que le acababan de dar a raíz del atentado fallido en Medellín. Lo acompañé a ponerse el nuevo y dijo que quería tener el viejo a la mano, para protegerse la cabeza. Se puso su chaleco y yo me fui, pero me di cuenta de que no me había despedido y volví a darle un beso. Él pensó que había regresado porque estaba nervioso y me dijo: “Tranquilo, viejito, que no va a pasar nada”. Yo estaba tranquilo. Estaba seguro de que nada le iba a pasar. Esa fue la última vez que lo vi.
Hablemos de esa noche. La noche del atentado, el 18 de agosto de 1989.
Me despedí de mi papá casi a las 7 de la noche, subí al apartamento y me asomé a la ventana, hasta que el carro despareció. Era un viernes. Mis hermanos, mi mamá y yo nos acostamos en la cama de mis papás a ver una telenovela. Me quedé dormido hasta que, hacia las 8:50 me despertó el teléfono. Era Lucy Páez, la secretaria de mi papá, que decía que prendiéramos la radio porque había habido un tiroteo en Soacha. En las noticias ya informaban que el senador Galán estaba herido. Los patrulleros que siempre estaban en el edificio nos confirmaron que había habido un atentado y nos dijeron que a mi papá lo estaban llevando a Cajanal. Nos vestimos rápido y Juan Manuel le pegó un puño a una puerta. Como a las 9:40 llegamos a Cajanal. Había algunos periodistas y empezaban a llegar varios escoltas heridos. Pero pasaban los minutos y mi papá no llegaba. Entonces nos dijeron que lo habían llevado al Hospital de Kennedy. Cuando llegamos a Kennedy, uno de los policías que lo acompañaban agachó la cabeza y me dijo que mi papá estaba muy mal. En los pasillos gritaban y las enfermeras pedían sangre. Mi mamá preguntó que para quién era la sangre y le respondieron que para el doctor Galán. Mi mamá empezó a decir que esa no era la sangre, que él era A negativo. Todo era un caos. Nos llevaron a un salón al lado de la sala de cirugía adonde llegó el médico. El doctor nos pidió que nos sentáramos y nos dijo que lo sentía, que mi papá había fallecido. Solo mi mamá entró a verlo. Nosotros nos fuimos a la casa y ella se quedó preparándolo todo para la cámara ardiente en el Congreso.
¿Cómo recuerda esa despedida?
Llegamos al otro día a la cámara ardiente. Yo no quería verlo, pero después de muchas horas de estar ahí sentado, mis primas Alexandra, Mónica y Juana me convencieron. Me hablaron de la frustración de mi mamá y de mi tía Maruja por no haber visto a mi abuelo, que se murió en 1953 en un accidente de tránsito. Me dijeron que esa despedida era importante. Así que acepté y lo vi. Se veía tranquilo. Estuvo bien haberlo visto. Al día siguiente llegaron mis tíos Maruja y Alberto de Indonesia, donde los habían mandado luego de un atentado de Escobar. Se quedaron un tiempo con nosotros y empezó un periodo muy complejo. Nos hablaban de amenazas. Nos decían que estábamos en riesgo, que algo nos iban a hacer. Y yo pensaba: “ya mataron a mi papá, ya qué más nos pueden hacer, ¡qué más!” Al colegio solo íbamos a presentar exámenes, teníamos mucha protección, vivíamos encerrados, presos. Era muy agobiante. Nos queríamos ir a cualquier lado, a cualquier país, a cualquier ciudad. Salir.
Y se fueron. Se fueron a Francia, en medio del duelo. Dejaron a la familia, a los amigos, hasta el idioma. ¿Cómo fue ese aterrizaje?
Duro, pero mi mamá fue clave. Ella perdió a su papá a los 17 años y a su mamá, a los 23. Y esa fuerza que tiene la ayudó a no derrumbarse y a tener el coraje de sacarnos a los tres adelante. Esa actitud fue determinante para que entendiéramos que nosotros tampoco podíamos derrumbarnos. Nos repetía que debíamos aprovechar la oportunidad que teníamos de conocer un nuevo país, un nuevo idioma, nuevas personas. Nos unimos mucho, pero cada uno vivió el proceso a su manera. Mi mamá convirtió a Juan Manuel en el hombre de la casa y esa fue la actitud que él asumió. Para mí fue un poco tensionante, pero se manejó.
Fueron varios años en París; la preadolescencia, la adolescencia. Años de duelo, de cambios, de amigos, de rock, de viajes…
Fueron unos seis años porque mi mamá fue primero embajadora de la Unesco y luego embajadora de Colombia en Francia. Al principio fue duro. Los ses son tan cuadriculados que para hacer un plan después de clases había que planearlo con una semana de anterioridad. En esa primera etapa, que fue muy solitaria, la llegada de mi prima Juana fue importante. Armábamos planes, viajábamos, visitábamos museos, íbamos a castillos, me llevó a mi primer concierto, que fue de Joe Cocker. Nos sacó del encierro. Luego, poco a poco, fui armando mi combo. A los 15 años comenzamos a salir a rumbear y luego viajé mucho. Con Jorge Lara viajamos, a los 16 años, por varios países de Europa, en vacaciones.
Con sus hermanos Claudio y Juan Manuel, y su madre la periodista Gloria Pachón en París, Francia, poco después del asesinato de su padre. Foto:Ricardo Pinzón
En Francia se enteraron de la existencia de su hermano Luis Alfonso. ¿Cómo fue ese momento?
Creo que llevábamos dos años viviendo en París, es decir, que yo debía tener unos 14 años. Mi mamá ya les había contado a Claudio y a Juan Manuel. Estábamos en la mesa y me dijo que mi papá, cuando era joven, antes de conocerla, había tenido un hijo que ahora estaba pidiendo el apellido. Dijo que estaba segura de que a mi papá le hubiera gustado que no nos opusiéramos. La noticia fue un choque grande porque tenía a mi papá en un pedestal. Pero me sirvió para ver aún más extraordinario todo lo que hizo. Porque era un ser humano, con errores y falencias. Un hombre que se equivocó y que tuvo dificultades para manejar la situación. Ahí lo descubrí como un ser humano como cualquier otro, con sus luces y sus sombras.
¿En qué momento conoció a Luis Alfonso?
Lo conocí varios años después, pero no tengo clara la fecha. Fui, poco a poco, construyendo una relación con él. Mi mamá siempre nos empujó a que nos acercáramos. Cuando Popeye acusó a Santofimio de estar involucrado en el asesinato de mi papá, nos unimos mucho porque se sumó a nosotros como parte civil en el proceso. Y así, con los años, nos volvimos cercanos. Cuando fui candidato a la Alcaldía por primera vez, Viviana, la hija mayor de Luis Alfonso, fue mi mano derecha. Y él me ayudó mucho en esta última campaña. Lo importante para los cuatro hermanos siempre ha sido que esta historia no se use para atacar la memoria de mi papá. Por eso fue clave que Luis Alfonso hubiera podido escribir su libro y contar todo desde su punto de vista. Para los dos ha sido un proceso de construcción de una relación. Hemos tenido momentos difíciles, complejos, hemos discutido, pero también hemos reído, nos hemos apoyado y hemos celebrado.
Terminó el bachillerato en Francia y se fue a estudiar a Estados Unidos. ¿Cómo fue este cambio, esta vida universitaria?
Primero me fui un año a estudiar inglés y luego entré a la Universidad de Maryland, al Colegio de Artes y Ciencias. Para el segundo año de carrera me pasé a la Universidad de Georgetown, donde estudié Servicio Exterior.
Cuando terminó la carrera llega el periodismo. ¿Siempre quiso ser periodista como sus padres?
Llegué sin pensarlo. Cuando estaba en Washington, Alejandro Santos estaba haciendo una maestría. Lo conocía desde niño por la amistad entre mi papá y Enrique Santos, pero allá nos acercamos porque jugábamos básquet los sábados. Regresó a Colombia porque lo nombraron director de Semana, donde hice prácticas en el verano. Luego seguí escribiendo un año desde Washington, como corresponsal.
¿Y luego regresó a Colombia a trabajar en la revista Cambio?
Antes de volver a Colombia trabajé dos años en la OEA, con César Gaviria. Y luego sí regresé y entré a la revista Cambio, donde estuve en la sección País, durante un año. Era la época de Mauricio Vargas, María Elvira Samper, Edgar Téllez, Ricardo Ávila. Llegué sin pergaminos de periodista.
En su paso como periodista y editor político de EL TIEMPO, en entrevista con el ex candidato presidencial Horacio Serpa. Foto:Archivo EL TIEMPO
Y un año después llegó al periódico EL TIEMPO, donde se conocieron sus papás…
Roberto Pombo me propuso ser editor político y acepté. En esa redacción se conocieron y se enamoraron mis papás. Mi mamá entró al periódico en 1953 y se quedó 18 años. Su primera tarea fue poner los créditos en las fotos de sociales. Mi papá llegó en el año 65, cuando era líder estudiantil. Entró al mismo tiempo que Daniel Samper Pizano y Enrique Santos, y se fue cinco años después cuando Misael Pastrana lo nombró ministro de Educación. Dos años y medio después, en junio del 2007, Germán Vargas Lleras me invitó a lanzarme al Concejo y acepté.
Su papá salió del periódico a hacer política y usted también…
Sí. Y mi salida no fue tan pacífica. A Roberto Pombo no le gustó. Me dijo que sabía que tarde o temprano me iba a meter en política, pero que no esperaba que fuera tan pronto. Y a Enrique Santos tampoco le gustó para nada. El periódico estaba golpeado porque Pacho Santos se había ido a la Vicepresidencia de Uribe y ahora el editor político también se iba a hacer política. Fue una situación muy tensa, que se arregló con el tiempo.
Entonces se fue a Cambio Radical…
Esto nunca lo he contado, pero el Partido Liberal me buscó insistentemente. Me reuní con el presidente Gaviria, con Rafael Pardo, con Rodrigo Rivera, con la bancada liberal del Congreso. Lo pensé mucho pero no podía arrancar mi carrera política incumpliendo mi palabra y yo se la había dado a Vargas Lleras. En Cambio Radical vi un partido galanista. Vargas Lleras había hecho parte del Nuevo Liberalismo en los años 80 y el primer nombre del Cambio Radical en términos jurídicos fue Valdivieso 98, el partido que surgió para la campaña presidencial de Alfonso Valdivieso. Así que arranqué la primera campaña al Concejo. Fue una campaña especial, la imagen la hizo Carlos Duque, que había hecho la de mi papá. Llegué al cabildo con una gran votación, de 48.000 votos, la más alta, durante 16 años, hasta las elecciones de este año. Los primeros seis meses fueron de aprendizaje. Luego, promoví que le hiciéramos oposición al alcalde Samuel Moreno, en contravía de lo que quería el partido. Con otros concejales destapamos el ‘carrusel de la contratación’ y al final del período decidí lanzarme a la Alcaldía, la primera candidatura de tres.
En ese punto ya había informes de prensa y denuncias sobre corrupción y parapolítica.
Cuando me lancé a la Alcaldía, los de la dirección habían avalado una gran cantidad de candidatos cuestionados. Se armó una crisis mediática, y me buscaron, en agosto del 2011, para que asumiera la dirección, con plenos poderes para revocar los avales que considerara. Vi esto como la posibilidad de sacudir mi campaña y acepté. De los 308 candidatos que pedí revocar, como 160 renunciaron a raíz de mi petición. Pero hubo casos como el del emblemático Kiko Gómez, quien no estaba inhabilitado a pesar de estar investigado. Perdí esa discusión jurídica y cuando lo condenaron dijeron que yo le había dado el aval, cuando lo que intenté fue quitárselo. Finalmente, Kiko Gómez se defendió en el Consejo Electoral, logró que le mantuvieran la inscripción, quedó de candidato y fue elegido gobernador.
¿Mientras tanto, su campaña a la Alcaldía, qué?
Avanzaba. Hicimos una campaña de aprendizaje. Fue una candidatura difícil, solitaria. Me enfrenté a Petro, a Peñalosa, a Jaime Castro y a Mockus, que se retiró para apoyar a Gina, que era la nueva estrella. Sin embargo, logré una votación importante, casi un 13 por ciento. Luego me fui a trabajar con el presidente Santos a la Secretaría de Transparencia en un cargo recién creado, donde estuve un año largo. De nuevo Cambio Radical me propuso lanzarme al Senado. Vargas Lleras me dijo que me lanzara, que asumiera de nuevo la dirección y que liderara el proceso. Acepté y al Partido le fue bien; sacó 9 senadores y 20 representantes. Y les negué el aval como a 15. Empecé mi trabajo en el Senado y de cara a las elecciones del 2015 vino, de nuevo, la discusión de los avales. Eran como 20.000 candidatos. Acordamos que habría unos delegados regionales que liderarían el proceso de otorgamiento de avales y que cuando surgieran alertas se traería a una instancia nacional. Entonces apareció el caso de Oneida Pinto, a quien le dieron el aval en La Guajira. Pedí que lo revocaran, no aceptaron y entonces renuncié a la dirección. Pensé en irme del Partido, pero no quería dejar botada la curul. Entonces me aislé. Me dediqué a mis debates y, finalmente, renuncié al Partido en junio del 2018.
¿Hubo una pelea con Vargas Lleras? ¿Siguen hablando?
Nunca hubo una pelea. Expuse mis razones y supongo que entendió. Desde mi renuncia no había hablado con él, ni siquiera por teléfono, hasta este año que nos encontramos en dos reuniones sociales. Me pidió que nos tomáramos un café y nos tomamos el café. Nada más.
Y llegó la segunda candidatura a la Alcaldía.
Aspiré por firmas, con un movimiento político que se llamó Bogotá para la Gente. Fue una campaña especial, distinta, bonita, reconociendo errores propios y aciertos de los oponentes. Sacamos 1’022.000 votos y estuvimos muy cerca de ganar. Entré al Concejo, fui presidente del cabildo y creo que se hizo un buen trabajo.
Renunció al Concejo y se lanzó al Senado, esta vez con el Nuevo Liberalismo. Se quemó y renació de las cenizas.
Fue una carrera. La personería sale faltando seis semanas para el cierre de inscripciones al Congreso. Y me quemé. Fue la debacle. Pensé que hasta ahí llegaba el partido y la carrera política. Hace un año y cuatro meses estábamos en la mala; derrotados, caídos, golpeados y con deudas. Pero la lección es que uno siempre se puede levantar. Nos podemos equivocar, fallar, perder. Pero si hay voluntad, pasión y convicción, se sale adelante. Hace un año estaba quemado y hoy soy alcalde.
Debate a la Alcaldía de Bogotá de los candidatos Claudia López, Carlos Fernando Galán, Miguel Uribe y Hollman Morris. Foto:Ana María González
Desde su discurso de victoria le ha mandado mensajes directos al presidente. Le dijo, claramente, que el metro se hace como está contemplado. ¿Cómo será su relación con el Gobierno nacional?
He tenido diferencias con el presidente Petro, pero estoy seguro de que hay temas en los que podemos coincidir, por ejemplo, una agenda social que nos permita afrontar la crisis de hambre en Bogotá. Estoy listo para trabajar con el Gobierno.
¿Qué reconoce de la alcaldesa Claudia López y en qué cree que la mandataria se equivocó?
Claudia hizo algo muy bueno con el Sistema Distrital del Cuidado. Y, sin duda, la seguridad fue un fracaso.